Muchos fueron los soldados que perdieron la vida en tierras africanas. El más famoso de los asturianos fue sin duda Luis Noval Ferrao, cabo del Regimiento de Infantería del Príncipe nº 3, con base en el cuartel de Pelayo, en Oviedo, quien cayó muerto el 27 de septiembre de 1909 por el fuego de sus propios compañeros a los que ordenó que tirasen sobre él cuando se acercaba en medio de la oscuridad rodeado de moros a su posición del Zoco de Beni Sicar.

Por su acción recibió la Cruz Laureada de San Fernando y un sinfín de honores a título póstumo. Pero aquella misma noche hubo más héroes para nuestra historia, ya que en el mismo lugar cayó horas más tarde otro sargento de la Montaña Central en una acción que también mereció ser destacada por lo excepcional de su valentía. Fue Pedro Casimiro de la Viesca Villar, nacido en San Pedro de Tiraña en 1884 y cuyo nombre se recuerda desde 1931 en una céntrica calle de Pola de Laviana.

Aquel año de 1909 se conoce sobre todo por la protesta popular que se inició el 26 de julio en las calles de Barcelona contra la guerra de Marruecos, la llamada "Semana Trágica", y por el acontecimiento que dio la razón a los revoltosos cuando apenas llevaban un día en las calles: la masacre de las tropas dirigidas por el general Pinto en el Barranco del Lobo, el 27 de julio, donde perecieron cerca de 300 reservistas que había salido poco antes desde la Ciudad Condal.

En respuesta al avance de la morisma el Gobierno respondió enviando más tropas desde los cuarteles peninsulares. En Oviedo el Regimiento del Príncipe se concentró en la estación de ferrocarril a principios de septiembre, arropado por los vecinos de la ciudad y los familiares de los soldados. Hubo música de gaita, canciones asturianas y donaciones de comida, tabaco y regalos que el Ayuntamiento quiso completar repartiendo una peseta a cada sargento, dos reales a los cabos y uno a los soldados.

Como los hombres iban acompañados por un enorme bagaje de armas, impedimenta y animales, para facilitar la subida del Regimiento por el puerto de Pajares hubo que fragmentar la expedición en tres trenes cortos donde se repartieron personas, mulos, caballos, munición, ametralladoras, material de campaña, instrumentos musicales y toda clase de bagajes.

El primer convoy salió el día 9 y los otros dos con intervalos de pocas horas mientras la lluvia caía incesantemente sobre Asturias. Tras una parada en Ujo, donde fueron recibidos festivamente y jaleados con fervor patriótico, siguieron hasta Pola de Gordón y desde allí a León?

Entre los soldados iba Pedro de La Viesca. Llevaba en el Ejército cinco años, puesto que se había enrolado a los 19 años, por vocación y sin hacer caso a la oposición de sus padres, José de la Viesca y Eduarda Villar, quienes habían hecho todo lo posible para evitarlo, incluso pagar las 1.200 pesetas, que se exigían entonces para librar a los mozos de su obligación con la Patria.

Esta posibilidad, que se veía con normalidad, hacía que solo los pobres se viesen expuestos al riesgo de morir en cualquier campaña militar, pero Pedro tenía vocación por las armas y aunque era el quinto de doce hermanos, en la familia había fortunas como la de su tío Alejandro Villar y Varela, el que fuera Conde de Laviana, y también otros parientes capaces de llevarlo con ellos hasta Barcelona para darle estudios. Pero nada pudo cambiar su decisión, de forma que cuando el mozo llegó a África, ya era sargento y además poseía la graduación de Maestro mecánico y Técnico electricista.

El regimiento asturiano apenas tuvo tiempo de descansar en Melilla. Desde allí fueron enviados con rapidez hacía la zona de Annual, que no tardaría en hacerse tristemente famosa por haber sido el escenario donde se produjo el mayor baño de sangre y la mayor ignominia de la historia de nuestro ejército. Allí estaba también la posición de Beni Sicar donde la muerte esperaba al sargento.

Como sucede a menudo con estos hechos heroicos, existen varias versiones sobre lo que ocurrió en aquella trinchera la noche de los Mártires Cosme y Damián de 1909, pero preferimos la que contó Albino Suárez en los años 60, tanto por la fiabilidad que nos merece el querido autor lavianés, como por que él tuvo ocasión de hablar con algún protagonista de la Guerra de Marruecos que aún le pudo aportar datos de primera mano.

El paraje en el que se emplazaba la posición española de Beni Sicar era un lugar desagradable y difícil de mantener, pero necesario por su valor estratégico en la defensa de la ciudad de Melilla. Allí no abundaba la vegetación y mucho menos el agua, por lo que -sobre todo cuando apretaba el calor- se hacía necesario salir del fuerte para proveerse en una fuente cercana. Resulta fácil imaginar que esta operación debía hacerse muy discretamente y por ello se evitaba la luz del día.

Aquella noche el sargento de la Viesca quiso salir a buscarla acompañado por un pequeño grupo de hombres para cubrir la misión. Se acercaron reptando hasta el manantial y extremando las precauciones para no ser oídos pudieron llenar sin problemas los recipientes que llevaban dispuestos, pero al regresar se vieron sorprendidos por una descarga que surgió de la nada cuando unos moros semienterrados en la arena desde la salida de los españoles, hicieron fuego sobre ellos.

Al oír los disparos, los compañeros que esperaban el regreso de la avanzadilla corrieron en su ayuda, pero cuando llegaron se encontraron con la terrible escena de que entre los cadáveres, solo resistía rodilla en tierra y cubierto de sangre el joven sargento, quien se esforzaba en emplear el poco aliento que le quedaba en dar vivas a España.

En las crónicas se escribió que había gastado hasta su último cartucho y que antes de morir se había llevado por delante a unos cuantos árabes; también se comentó que su resistencia fue milagrosa, y según le dijeron a Albino, en su cuerpo pudieron contarse hasta 43 orificios de bala.

Los restos de Pedro Casimiro de la Viesca Villar descansan junto a los de otros miles de españoles en un pabellón funerario que se levantó en Melilla para albergar a aquellos que dieron su sangre pensando que defendían el honor de todo el país, sin saber que realmente solo estaban sirviendo a los intereses económicos de unos pocos y al afán de medra de sus generales.

Posteriormente, su familia recibió 250 pesetas, fruto de una suscripción nacional promovida por una Asociación de Señoras que presidía la reina y el sargento fue promovido por Real Orden al empleo de 2º Teniente de Infantería con antigüedad del día de su muerte. También su tío, el conde de Laviana, quiso guardar la memoria de su descendiente construyendo en su nombre una escuela en La Moral, entre Barredos y Tiraña, para que pudiese acoger a los niños de ambos pueblos.

Ya en 2009, cuando se cumplió el primer centenario de su muerte, en Laviana hubo discursos y se colocó un ramo de flores, bajo la placa de su calle. También el poeta Efraín Canella publicó su propio canto épico sobre Pedro Casimiro de la Viesca Villar: la Balada del sargento Viesca.

Pocos héroes locales cuentan con ese honor, pero aún así dudo que nuestros jóvenes sepan ya de quien estamos hablando, ni les interese lo más mínimo lo que pasó en Marruecos? y seguramente su olvido no es malo: así se ahorran la indignación.