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De lo nuestro | Historias heterodoxas

Exhumando a una reina

Doña Urraca, allerana casada con el rey de Navarra en el siglo XII, fue momificada y en 1896 fue sacada del sepulcro para conocer su estado

Exhumando a una reina

Hace ya demasiados años, estuve durante dos cursos dando clases en un instituto de Palencia, y allí cuando llegaba el segundo trimestre era indispensable visitar la Catedral, que las guías turísticas llamaban -y no sé si aún llaman- de una manera más que cursi "la bella desconocida".

Conociendo mis gustos, comprenderán que además de explicar el amplio muestrario artístico que encierra el fantástico recinto me detuviese también en sus curiosidades y leyendas: la gárgola que representa a un fotógrafo, en recuerdo a un pionero de esta actividad, que falleció cuando sacaba unas imágenes desde el tejado del templo; la cripta de San Antolín, con un pozo de aguas que sanan enfermedades y una piedra que antaño se raspaba para curar el paludismo transmitido por los mosquitos de las numerosas charcas que rodeaban la ciudad; y sobre todo la coleta de piedra de la criada que acompaña la tumba de doña Inés de Osorio, conocida de sobra por los alumnos porque creían que tirando de ella era más fácil aprobar los exámenes.

Pero cuando cesaba el pequeño revuelo por cumplir con esta tradición, les mandaba que dirigiesen la vista un poco más arriba para presentarles la sepultura de una mujer de mi tierra: doña Urraca "la Asturiana", la mujer más notable de la Edad Media en nuestra región, que según algunos pretendió independizar junto a su segundo marido don Álvaro Rodríguez de Castro, señor de Chantada y gobernador de Asturias entre los años 1150 y 1171. Aunque esta opinión se basa únicamente en la frase que aparece en un documento del monasterio de Santa María del Otero de las Dueñas en León: "cuando la reina doña Urraca y don Álvaro Roderici quisieron que el rey Fernando VII perdiese Asturias".

Nuestra dama ha vuelto a la actualidad gracias a la novela "Urraca, Reina de Asturias", firmada por María Teresa Álvarez, viuda como seguramente saben de Sabino Fernández Campo, Jefe de la Casa del Rey y muy vinculado al concejo de Aller, lo que se nota en el libro donde se tratan con cuidado las referencias a la monarquía y se recurre constantemente a los escenarios alleranos.

Sobre el nacimiento de Urraca existen varias versiones, pero podemos dar por buena la que se lee en "Sucesión Real de España, vidas y hechos de sus esclarecidos Reyes de León y de Castilla", que publicó el franciscano José Álvarez de La Fuente en 1773.

Según este fraile, en el año 1130 (aunque sabemos que realmente fue dos años más tarde), el emperador Alfonso VII tuvo que intervenir en Asturias y Galicia para reprimir el levantamiento de los condes Gonzalo Pelaiz y Rodrigo Gómez de Sandoval en una guerra que duró varios meses, y en este tiempo, el monarca se enamoró de una noble asturiana, llamada doña Gontrodo, y tuvo con ella a una niña llamada Urraca "cuya niña dio a criar a su hermana doña Sancha, que la tuvo en su compañía, como consta en el testamento de esta señora, hasta que la niña Urraca casó con el Rey de Navarra en cuyo Reino fue Reina".

Desde entonces, Pelúgano y Soto de Aller, junto con otras localidades asturianas, se disputan el honor de haber acogido tanto los amoríos reales como el nacimiento de nuestra dama, pero los alleranos tienen más puntos porque está documentado que sus abuelos eran de aquí: Don Pedro Díaz, Señor del castillo y villa de Coyanza, cuñado del Cid Campeador, y su mujer María Ordóñez.

Ellos habían tenido cuatro hijos y cinco hijas, una de ellas Gontrodo Petri, también de familia poderosa, que aunque ya estaba casada con Gutierre Sebastiániz sucumbió a los encantos del emperador -o viceversa, que nunca lo sabremos-, pero que en sus últimos años quiso expiar su pecado fundando en las afueras de Oviedo el Monasterio benedictino de Santa María de la Vega, del que fue abadesa. Y ya que hoy hablamos de tumbas no puedo dejar de reseñar que su sepulcro de piedra es una de las piezas que actualmente llaman la atención en nuestro Museo Arqueológico Provincial.

En aquel momento, Alfonso VII tampoco era soltero y la historia recuerda a su mujer doña Berenguela como una consorte que supo sacrificarse por el trono, algo que ha vuelto a repetirse recientemente en España. Incluso cuando doña Urraca contrajo su primer matrimonio con el rey de Navarra García Ramírez el Restaurador, ella fue quien se encargó de preparar la gran fiesta, que la crónica recuerda por su magnificencia con multitud de músicos alegrando a los asistentes llegados desde todas partes que pudieron contemplar exhibiciones de caballeros armados y otros juegos tan edificantes como la muerte de un cerdo acuchillado por los hombres que lo persiguieron con los ojos vendados, o la de varios toros que primero fueron acorralados por perros y después alanceados. Ya saben, espectáculos que hasta hace muy poco podían verse en pueblos de la España profunda.

Urraca enviudó pronto y regresó a Asturias; más tarde volvió a casarse, como ya he dicho más arriba con don Álvaro Rodríguez de Castro, quien también falleció antes que ella, en 1179. No conocemos con certeza la fecha de defunción de Urraca, aunque seguramente fue diez años más tarde. Luego, debería haberse enterrado en la capilla del rey Casto de la catedral de Oviedo, como había dispuesto por escrito, pero la familia de su segundo esposo, que tenía muchas posesiones en Tierra de Campos, prefirió llevarla hasta Palencia.

Allí, su cadáver fue momificado por un procedimiento lento y seco, poco conocido en Europa, conservado con bálsamos y betunes, y colocado en un primer sepulcro que fue sustituido en 1532 por el que yo mandaba ver a mis alumnos.

La conservación del cadáver de doña Urraca ha sido una bendición para los investigadores permitiendo un estudio directo del personaje, que en el momento de su muerte tenía entre 45 y 50 años y había tenido una hija en su primer matrimonio y un hijo en el segundo. Por ello su sarcófago se ha abierto en varias ocasiones.

Así, a las diez de la mañana del día 11 de diciembre de 1896 la Comisión Provincial de Monumentos de Palencia volvió a ver a la reina por encargo de la Academia de la Historia para comprobar cuál era su estado de conservación.

El informe de lo que ocurrió aquella gélida jornada, cuenta como después de hacer uso de las tres llaves que cierran la caja, decorada con los escudos de Castilla y León sostenidos por ángeles, se encontraron con otra interior de cuero liso y tapa de cristal, y dentro de ella la momia de la reina envuelta en dos sudarios, uno de seda azul por fuera y blanca por dentro, y otro de hilo.

Tras la oración de rigor, se comprobó que casi no se habían producido cambios desde que la reina Isabel II había ordenado una ceremonia similar, treinta y un años antes: entonces ya le faltaban los labios, algunos dientes, la punta de la nariz, un dedo de la mano y los de los pies, y ahora la novedad era que las polillas estaban dándose un festín con su muslo izquierdo, por lo que se protegió con naftalina.

La momia de doña Urraca medía un metro y seiscientos veintidós milímetros, tenía los brazos cruzados sobre la cintura, las manos eran pequeñas y finas y las piernas rectas y fuertes, su cara ovalada, con ojos no muy grandes y la barba redonda y pequeña. Lo que más llamaba la atención eran "los extensos perímetros torácico y abdominal, especialmente el último, con relieves tan acentuados, que permiten asegurar la corpulencia y obesidad de esta señora".

El informe quiso suavizar esta realidad aclarando que la obesidad aunque grande, no era deforme "sino simétrica y ordenada y encaja bien en la aventajada estatura, en la esbelta rigidez de una dama cuyo espinazo tuvo muy pronunciada la curvatura lumbar", un párrafo que también recogió al final de su novela María Teresa Álvarez en una prueba del afecto que siente por su protagonista.

Pero más adelante los eruditos volvieron a señalar que la grasa se manifestaba muy singularmente en las glándulas mamarias que descansaban sobre los antebrazos, cruzados en la cintura y en el abdomen de gran prominencia con convexidad hipogástrica sobre el pubis y que "el volumen de todo el tronco y de los miembros, especialmente el inferior contrastan con el desarrollo fisiológico de la actividad cefálica y la finura y delicadeza de las manos y los pies".

Los cortesanos palentinos del siglo XIX sudaron tinta para justificar la obesidad de la reina aclarando que esto no contradecía la singular belleza que las crónicas le atribuyeron cuando se casó por primera vez. Faltaría más, solo tenía entonces once años y además la corpulencia no es contradictoria con la hermosura. Puede ser que en los tiempos que corren no sea correcto decir que doña Urraca "la Asturiana" estaba gorda, pero me arriesgo a las críticas.

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