“Tonta”, le escupía el lunes. El martes y el miércoles tocaba la música de que se estaba poniendo gorda. El jueves volvía a casa borracho, la despertaba y la forzaba. El viernes, cuando ella se quejaba, le daba una paliza que marcaba. El sábado no le hablaba, dejaba que ella empapara la cara morada. El domingo le regalaba flores. Le prometía que todo iba a cambiar.

“Y yo le creía, porque le quería creer”. Lo dice, aún con la voz rota, Ana (nombre figurado). Una mujer de la comarca del Nalón que sufrió durante un lustro maltrato físico, psicológico y abuso sexual del que entonces era su novio. Consiguió romper la cadena que la ataba, juicio de por medio, y ahora es una mujer nueva. Quiere empezar su vida, aunque la estrena con un pesar. El hijo que nació de esa relación que la ahogaba ya no está con ella.

"Antes de la primera paliza me hizo pequeña, me hizo diminuta frente a él", señala la mujer. Su caso no es único en las Cuencas. De hecho, el año pasado se registró la cifra más alta de juicios en las salas de violencia de género: un total de 590. Toda la historia y los datos, aquí.