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La depuración del doctor Vital Aza

La documentación de los juicios contra el médico mierense, acusado por la dictadura franquista de pertenecer a la masonería

La depuración del doctor Vital Aza

En otra ocasión les conté la pertenencia del doctor Vital Aza Díaz al Rotary Club de Madrid. El hijo del famoso comediógrafo de su mismo nombre, que reposa en el cementerio de La Belonga, fue como él un amante de la villa de Mieres y en su caso un benefactor de sus familias más necesitadas, por lo que en 1933 este pueblo le entregó un libro firmado por sus ciudadanos, sin distinción de clase social o ideología política, rindiéndole su homenaje.

En 2012, con motivo del centenario de la muerte del primer Vital Aza, conocí a su nieto Vital Aza Jiménez, hijo del doctor Vital Aza Díaz. Desde entonces mantuve con él una buena amistad, con encuentros en Mieres y abundante correspondencia en la que me fue contando cosas de su padre, entre ellas su depuración en 1946 acusado de haber pertenecido al Rotary Club.

Efectivamente, el doctor había sido un destacado rotario, como otros médicos madrileños que aprovecharon esta organización para convocar actividades destinadas a financiar campañas solidarias, algo que el Rotary Club sigue haciendo actualmente, pero cuando triunfó el nacional-catolicismo, obsesionado con las conspiraciones de las sociedades secretas, el mismo general Franco no supo diferenciarlos de la Masonería. En 1936 había 31 clubes rotarios abiertos en España con un total aproximado de 800 miembros y todos ellos pasaron a integrar las listas de la represión junto a los francmasones, de manera que actualmente sus expedientes se encuentran en la misma sección del Archivo Histórico Nacional.

Leyendo la tesis doctoral “Masonería y Política en Madrid (1900-1936)” firmada por el historiador Manuel Según Alonso, me encuentro con la inclusión de Vital Aza Díaz en la relación de masones represaliados tras la guerra civil en la capital de España. Le agradezco que me cite como fuente para pergeñar la breve biografía de nuestro personaje, pero confieso que esta circunstancia de su membresía masónica es nueva para mí y que su hijo nunca me habló sobre ello. De modo que decido ir a las fuentes para confirmar los datos que se aportan en la tesis y solicito el expediente sobre este asunto en el Archivo de Salamanca.

La primera sorpresa es la extensión del dossier sobre los juicios a los que Vital Aza tuvo que hacer frente por culpa de este asunto, que entre unas cosas y otras sobrepasa los doscientos folios, con muchos documentos que él aportó para intentar disimular su condición masónica; a pesar de ello la conclusión es indudable y las pruebas no dejan sitio a la duda. Entre los materiales incautados por los vencedores a la Masonería tras el fin de la guerra civil vemos que su nombre ya figuraba en un escrito de la Gran Logia Regional del Centro de 31 de marzo de 1932, pero es en un Cuadro Lógico de la Logia “La Unión nº 9”, fechado en Madrid en enero de 1934 donde consta con certeza su iniciación: “Vital Aza y Díaz, simbólico Samuel Weiss, nacido el 16 de junio de 1890, casado, médico, reside en Madrid, calle de Ramón de La cruz, Sanatorio”.

También se exhibieron en su contra las declaraciones de otros dos imputados ante el juez Instructor del Juzgado nº 1 del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo, que en sus respectivas intervenciones confirmaron este extremo. Así, Miguel Cámara Cendoya afirmó que “en la Logia La Unión, de Madrid, eran sus compañeros entre otros el doctor Vital Aza, a quien solo vio una o dos veces”. Y el también médico Tomás de Benito Landa que “sabe que pertenecía al Grande Oriente don Vital Aza”.

Por otro lado, en otro informe incautado en Sevilla a la Respetable Gran Logia “España y Trabajo Nº 42” se recoge la irradiación –esto es la expulsión de la Masonería– de un francmasón que había tenido mala conducta, con la observación final de “comunicarle nuestro fallo al hermano doctor Vital Aza por si estima proceder en los tribunales”.

Vital Aza seguramente fue consciente desde el mismo día de la caída de Madrid del grave problema que se le venía encima y el 11 de abril de 1939 recibió su primera citación de la que salió con buen pie: “Vista la Declaración Jurada que presenta el médico Don Vital Aza Díaz y examinados los antecedentes que obran en este Colegio, así como teniendo en cuenta la historia de incuestionable adhesión al Glorioso Movimiento Nacional del expresado señor se propone su inclusión en el Censo Colegial con toda clase de pronunciamientos favorables para el mismo”.

Pero sabía que la cosa no iba a parar ahí y empezó a preparar una estrategia de defensa ante lo que estaba por llegar, basándose por un lado en su absoluto rechazo a admitir cualquier vinculación con la Masonería y por otro a demostrar que era una persona “de orden”, derechista y católico, como lo probaba su matrimonio eclesiástico, el bautismo de sus hijos y hasta el nombre que había dado a sus dos sanatorios: “Santa Alicia”. De manera que ante el Tribunal negó por completo haber estado en ninguna Logia ni saber cómo eran “sino a través de la literatura”.

Desde las últimas semanas del mes de abril de 1937 y durante los años que se prolongó el calvario personal que culminó con su depuración fue realizando numerosos donativos a Auxilio Social, el Cuerpo de Caballeros Mutilados de Guerra, el Seminario Conciliar de Madrid y hasta directamente a FET de las JONS, cuyos resguardos guardó celosamente para presentarlos más tarde en el momento oportuno; también se preocupó por recabar cartas de agradecimiento de algunos pacientes a los que había tratado en su Sanatorio y de otros amigos que en aquel momento eran personalidades del Régimen, como el director general de la Guardia Civil, un gobernador, la infanta María de Baviera y de Borbón, o el falangista Sancho Dávila, aunque en este caso se equivocó porque no sabía que Franco no veía con buenos ojos a aquel “camisa vieja”.

En sus declaraciones Vital Aza recordó como había gratificado con mil pesetas a las fuerzas del Ejército pacificadoras de Asturias tras la revolución de octubre de 1934 ofreciéndose al mismo tiempo para acoger en su Sanatorio a seis huérfanos de la Guardia Civil. Era cierto, pero evitó relatar que también había extendido este gesto de generosidad a los hijos de los revolucionarios muertos.

"Vital Aza era un creyende atípico: masón sí, católico también; buena persona, siempre"

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De igual forma volvió a citar a esta villa, disimulando de nuevo su buena relación con los mineros, al decir que había sido encarcelado por “la ayuda prestada al glorioso movimiento nacional” en los meses de noviembre y diciembre de 1937, primeramente en la Brigada Social, después en la cárcel de Porlier y más tarde en la cárcel de Segorbe (Castellón) “bandeándome hasta que fui preso con un diploma que el Ateneo Obrero de Mieres, mi pueblo, me había dado por unas conferencias que sobre higiene sexual y lucha contra el aborto criminal di a los obreros de aquel pueblo”.

El doctor hizo constar que había curado a varios falangistas en su sanatorio a pesar de que estaba controlado por las Juventudes Socialistas Unificadas, una maniobra que según él pudo realizarse gracias a la complicidad de su responsable Gerardo Aparicio, quien era de ideología absolutamente derechista y hacía un doble juego. También era verdad, pero otra vez olvidó conscientemente decir que al mismo tiempo no dejó de atender a muchos combatientes del otro bando.

El mal momento esperado llegó cuando se recrudeció la persecución antimasónica y volvió a abrirse el procedimiento en su contra los días 19 de agosto de 1941 y 30 de octubre de 1942. El doctor Vital Aza fue sentenciado a doce años y un día de prisión y su Sanatorio quedó incautado. Sin embargo, el 14 de febrero de 1946 la pena fue conmutada, aunque se mantuvo una inhabilitación para el desempeño de cargos políticos y sindicales y la prohibición de ostentar jefaturas ni ocupar cargos de mando y confianza.

Vital Aza Díaz tuvo poca vida masónica y nunca pasó del grado de aprendiz. En cuanto a su personalidad, no puede encuadrarse en ninguna línea política y aunque me consta que nunca perdió su buena relación con Indalecio Prieto, creo que esto obedeció más a sus querencias y convicciones personales. Según me contó su hijo, el doctor era un creyente atípico cuya práctica se limitaba a asistir puntualmente a misa en la capilla de los Sanatorios todos los domingos y “fiestas de guardar”, aunque nunca comulgaba. Sin embargo, pasaba la íntegra duración de la ceremonia religiosa arrodillado sin reclinatorio o protección alguna a pesar de que el suelo de la capilla era de baldosas cerámicas. Masón sí; católico también. Buena persona siempre.

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