No sin mi escuela: el "grito" del colegio de Bello, que inicia una campaña para captar alumnos para la zona rural de Aller

La comunidad educativa se vuelca en el crecimiento del aulario, el único que queda abierto del CRA Alto Aller

Carmen María Alonso es una enamorada de los pueblos. Cuando le ofrecieron trabajar en uno, no se lo pensó. 

A Pablo Montes le encanta pasar los recreos en la plaza. ¿Su asignatura favorita? Se encoge de hombros: “Lengua, a lo mejor”. 

Camina ya muy rápido y está aprendiendo a hablar. En algo más de un año, Alejandro Rodríguez empezará al cole. 

Tres historias y un único escenario: la escuela rural de Bello. La primera, Carmen María, es su directora. Decidió aparcar su plaza fija en la comarca del Nalón para cubrir una vacante en la localidad allerana. El segundo es uno de los cuatro alumnos que quedan en este colegio, el último aulario abierto del que fuera el Colegio Rural Agrupado (CRA) Alto Aller. Alejandro es el futuro: en 2024, se matriculará en la escuela para empezar su vida educativa. 

Y el pueblo entero quiere que llegue a sexto curso en la escuela. Así que todos; vecinos, familias y docentes, se han unido en una campaña pionera para captar alumnos e impulsar la enseñanza rural en los pueblos del concejo. Dejan claro, tanto ellos como desde la Consejería de Educación del Principado, que la continuidad de su centro está asegurada. El año que viene tendrán los alumnos suficientes. Quizás más de los inicialmente previstos: “Nuestra escuela está abierta a todos, somos una familia que quiere seguir creciendo”. 

Es cierto, llegar a la escuela de Bello se siente como llegar a casa. En la puerta, hay unas bonitas pegatinas con flores. Pablo Montes (5.º de Primaria) está haciendo fracciones, y su compañera (de sexto curso) operaciones “de las difíciles”. Están con su profe, Rocío Gómez (que también es la “teacher” de inglés). La directora está en el piso de arriba, con los pequeños. “Lo más importante es que, todos los que trabajamos en esta escuela, creemos en la enseñanza rural. Es más personalizada, más cercana; somos como de casa”, apunta. 

¿Será verdad? Dice Pablo Montes, once años ya cumplidos, que sí. “Yo siempre vine aquí, no me imagino en otra escuela”, afirma, apartando un momento la vista de las fracciones. Le gusta que al recreo salen a la plaza del pueblo y todos los vecinos les saludan, también estar tan cerca de casa. “Me gustaría que vinieran más niños, porque creo que lo pasarían muy bien y nuestras profesoras y profesores son muy buenos”, asegura. 

Carmen María Alonso y Rocío Gómez están a jornada completa en el aulario de Bello. También hay otros docentes que rotan entre los centros del concejo: Llingua, Música, Educación Física, Religión, Audición y Lenguaje (AL) y Pedagogía Terapéutica (PT). También una orientadora. “Todos reciben una formación adaptada y muy individualizada”, señala Carmen María Alonso. 

La campaña

“Ocurre en todas las escuelas rurales”, señala. Para 2024, además de Alejandro Rodríguez, también está prevista la matrícula de la pequeña Naira Mejido. "Esperamos que todo vaya bien y disfruten de la escuela muchos años", apuntan las familias. Ya trabajan en ello. La campaña por la escuela de Bello, y otros aularios rurales, empezó hace unos días con la elaboración de unos carteles -por parte del alumnado- que anuncian la apertura de matrícula. El objetivo es que niños y niñas de localidades más grandes acudan a clase a los pueblos. 

¿Imposible? No lo es. Ya hay un ejemplo en la escuela de Bello, el pequeño Lucas Patino. Tiene cinco años, vive con sus padres en Moreda. Todos los días va a Bello porque su abuela, Belén García, vive justo al lado de la escuela: “Consideramos que aquí recibe una mejor educación, aquí está mejor. Es como si recibiera clases particulares todo el día, están muy pendientes de él y el nivel es más alto”, apunta García. 

Es de los primeros en salir al recreo, de la mano de su compañero (de cuatro años). Juegan en la plaza y algunas familias se acercan para verlos disfrutar. Cuando tienen que volver a los pupitres, Carmen María Alonso los recibe en la puerta. No hay malas caras. Pablo Montes sonríe: toca clase de Lengua. 

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