Opinión

Vivir en Langreo

El concejo conoció tiempos mejores, pero sigue siendo un gran lugar, con buena calidad de vida

En mi último viaje a Sama, hace una semana, mantuve una interesante conversación con un grupo de amigos que me ha impulsado a escribir estas líneas. Este grupo, todos residentes en Langreo, se lamentaba de lo poco que vuelven los langreanos a su tierra y, sobre todo, de la mala propaganda que hacen de la Cuenca los que viven fuera. No puedo estar más de acuerdo.

La diáspora langreana, dispersa por el Principado o por otros puntos de España, suele mostrar extrañeza de que a ti te guste volver y, sobre todo, de que conserves aquí una casa simplemente por amor a la tierra. "Da pena ver aquello", suelen decir, para glosar a continuación una Cuenca vacía, triste y deprimente, de la que parece que han salido poco menos que huyendo. Nadie niega que Langreo conoció tiempos mejores y que la descarbonización y el desmantelamiento de la industria supuso un declive, pero muchos de los que reniegan ya lo hacían cuando la cuenca derrochaba prosperidad. De la pandilla de mi infancia y adolescencia (nací en Sama, en 1947) apenas queda nadie, y de los que se fueron entonces a estudiar o trabajar fuera, pocos volvieron.

Ya he contado que yo también tuve que dejar Sama por los problemas de asma de mi madre, que se resolvieron felizmente al instalarnos en León. Allí viví varios años, estudié en Valladolid, trabajé en la universidad de Burgos, residí en Inglaterra e Irlanda y actualmente vivo a caballo entre Burgos y Madrid. Distintos escenarios, que me permiten comparar la calidad de vida con Langreo, donde siempre hemos conservado una casa familiar y fuertes vínculos afectivos. Yo cuando llego a Sama me reconozco inmediatamente en el paisaje y el paisanaje, en la tibieza del aire, en los colores y olores, a pesar de la enorme transformación del municipio. Pero, dejando aparte la tremenda fuerza de las raíces, constato objetivamente que la vida aquí es muy placentera. Valoro el calor y la cordialidad de una comunidad pequeña, que facilita la comunicación y cuenta para ello con espacios verdes, calles y plazas con bancos para sentarse y confiterías, cafeterías y bares que cuidan su servicio y sus instalaciones. Y valoro los precios, empezando por el de la vivienda, que te permiten una vida y una comodidad impensable en otros sitios. No me olvido, por supuesto, de los dos pilares básicos, la salud y la educación, que cuentan con infraestructuras accesibles y servicios satisfactorios, aunque los recortes les hayan afectado.

Hay otras bondades en Langreo, extensibles a todo el Valle del Nalón. Quien quiera hacer ejercicio, cuenta con una maravillosa senda al lado del río, ideal para paseantes, ciclistas y corredores; y quien quiera más esfuerzo, estamos rodeados de montañas que no tienen nada que envidiar, en belleza y magnitud, a las más afamadas. Además hay una programación de cine semanal magnífica y gratuita, numerosas asociaciones culturales con actos de lo más variado (también gratuitos) y buenas bibliotecas; las playas no están lejos, y si uno quiere cambiar de aires puede ir en tren en media hora y por cuatro duros a Oviedo y otros puntos de Asturias.

No crean que ignoro los problemas y que hago de Langreo una Arcadia. La juventud lo tiene crudo, y todos los esfuerzos serán pocos para reflotar económicamente la cuenca. Las tiendas cierran y los empresarios se quejan, aunque todo esto también pasa en otros sitios. Pero muchos de los beneficios que he citado se siguen dando al margen de la economía, y me pregunto si la gente que abandona Langreo al jubilarse mejora de vida tan ostensiblemente como dice.

Hasta ahora la disculpa favorita para irse era el clima, y muchos buscaron el calor de Alicante y zonas similares. Pero esto está cambiando, amigos, y con el cambio climático más de uno vendrá corriendo desde el Mediterráneo a refrescarse un poco por aquí. Yo por lo pronto pienso conservar con orgullo mi casa de la calle Dorado y seguir viniendo a Sama, a Langreo, a la Cuenca del Nalón, a disfrutar plenamente de la vida.

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