Opinión | Desde la Meseta

Visitas a cementerios

Un lugar para rezar o recordar a las personas queridas y que ya no están

Hace unos cuantos años tuve la oportunidad de visitar varias poblaciones de países extranjeros, cuyo cementerio era de una aparente modernidad comparado con algunos de los nuestros, ya que a muchos da pena verlos, quizás por lo mal cuidados que se encuentran.

Nuestra gente, con algún medio económico, manda construir, a veces, suntuosas lápidas que llaman la atención. Otros, más modestos, adquieren un nicho que a la vista se recubre con los datos del fallecido. Más todo ello tiene un coste que se paga con esfuerzo.

Los cementerios se van quedando pequeños y la necesidad obliga a ampliar sus terrenos, su espacio. Y como el costo de los terrenos cada vez es mayor y, por tanto, el precio de las lápidas y los nichos se eleva haciéndose insoportable, ya hay una mayoría que decide incinerar, convirtiendo sus restos en una simple urna, que algunos mantienen en sus casas.

Volviendo al inicio, primero fue la iglesia católica la dueña, guarda y custodia de los Santos recintos, a excepción de los civiles que eran de los ayuntamientos. Posteriormente la Iglesia se fue deshaciendo de ellos y los ayuntamientos unificaron los religiosos y civiles, pero no por ello se dejó de cobrar los cortes de lápidas y nichos. A cambio, para las urnas de lo incinerado, la Iglesia creó los columbarios, de cuyo costo no vamos a hablar hoy y aquí.

Busquemos un hueco adecuado para nuestros familiares fallecidos, donde cada uno de nosotros pueda acudir bien a rezarle o simplemente recordarle con aquel cariño que en vida le hemos tenido. Que así sea.

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