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El padre Hipólito Martínez, entre la Biblia y el Libro Rojo

Una de las características de Laviana es el gran número de religiosos que han salido de esta tierra; entre ellos muchos misioneros y algunos de los teólogos más destacados de Asturias. Precisamente desde enero y hasta el próximo mayo se está celebrando en la capital del concejo un ciclo de conferencias para conmemorar el 125 aniversario de la dedicación de su iglesia y entre otros temas ya se han visto las biografías del cardenal y teólogo Fray Zeferino González; el obispo de Oviedo Ramón Martínez Vigil, artífice de la basílica de Covadonga y del Seminario de Oviedo. También la de Maximiliano Arboleya, teórico del sindicalismo católico, quien como recordó el conferenciante, Paco Trinidad, fue marginado por la jerarquía eclesiástica por posicionarse a favor de la clase obrera.

En otra de las charlas se habló de los agustinos nacidos en esta zona, con algún nombre destacado. Hoy quiero contarles alguna curiosidad sobre uno de ellos, que dejó buena memoria entre los vecinos de su concejo por su humildad, como lo demuestra el hecho de que todavía se le recuerde cariñosamente como "Padre Polín".

Se llamaba Hipólito Martínez Martínez y nació el 8 de julio de 1882 en el seno de una familia sencilla de La Pola. Sus padres fueron Enrique y Verónica; su hermano Aurelio, un poco mayor que él, también fue fraile agustino y gozó de cierto prestigio como articulista en las revistas religiosas de su época.

El pequeño Polín hizo sus estudios elementales en Laviana y al cumplir quince años decidió seguir el mismo camino de su hermano tomando el hábito de la Orden de San Agustín en el seminario de Valladolid el 19 de septiembre de 1897. Allí profesó el 8 de noviembre de 1898 y cursó Filosofía y Ciencias Naturales antes de ingresar en el colegio-monasterio de Santa María de la Vid: un enorme edificio que había adquirido la Provincia de Filipinas de la Orden de San Agustín en la ribera del Duero burgalesa, para formar allí a sus misioneros y donde residían en aquel momento nada menos que noventa y cuatro religiosos.

Después de estudiar Teología en este lugar, se ordenó sacerdote el 13 de agosto de 1905 y pasó provisionalmente a las Escuelas de Santo Domingo de Santander, donde estuvo unos meses adquiriendo práctica en el mundo de la enseñanza, hasta que después de solicitarlo, en abril de1906, fue destinado a las misiones de China en la provincia de Hunan.

Esta parte del gran país asiático se encontraba dividida desde el pontificado de León XIII en dos zonas, encomendadas respectivamente a los franciscanos y los agustinos. Los primeros se encargaban del sur de la provincia y los segundos del norte: unos 81.000 km cuadrados ocupados por 11 millones de campesinos que los misioneros habían organizado administrativamente en el Vicariato Apostólico de Hunan Septentrional (o Chenghteh) y las Prefecturas de Lichow y Yochow.

Hasta allí viajó el padre Hipólito para seguir las normas establecidas con los recién llegados en su Orden. Primero pasó una breve temporada de adaptación en Shanghái para emprender después un viaje en barco por el río hacia Hankou, donde fue recibido por el padre procurador José Pons, quien se encargaba entonces de adjudicar los destinos definitivos a los frailes. El lavianés pasó por diversas estaciones misionales (Shihmen, Nanchowtin, Ansiang, Anfu) antes de recalar en 1918 en Changteh, la ciudad más grande de Hunan.

Por una curiosa casualidad, el pionero en llevar la religión católica hasta ese lugar a finales del siglo XIX había sido otro agustino de las Montaña Central, el padre Elías Díaz, quien llegó hasta allí en 1880 en el segundo intento de penetración de la Orden en China, ya que los misioneros lo habían intentado por primera vez en el siglo XVII, pero fueron expulsados muy pronto sin haber conseguido ninguna fundación estable.

Les he contado en otra ocasión la historia del padre Elías, las penalidades que padeció y su temprana muerte a los 33 años, enfermo y agotado por el acoso que también tuvo que soportar en aquel momento. Y es que el cristianismo siempre ha sido considerado por los chinos como un apéndice más de la amenaza imperialista y perseguido tanto por los emperadores como por el régimen comunista. Aolo seis años antes de la llegada de Hipólito Martínez, durante el año 1900 los boxers bajo las órdenes de la emperatriz Cixí habían masacrado a 191 misioneros y seis mil cristianos y el odio al extranjero no había disminuido cuando llegó el lavianés.

En setiembre de 1920, el agustino fue enviado desde Yunkiang hasta la región de Yuenchow. Dada la evolución que ha seguido la grafía de la toponimia del chino al alfabeto europeo, me resulta imposible determinar ahora con exactitud dónde están estos lugares, pero lo cierto es que, para viajar hasta allí era necesario asumir los riesgos de una peligrosa navegación en barca por el río Yantsé y cuando llegó a su destino se encontró con que otros misioneros protestantes ya se le habían adelantado.

Y es que el potencial demográfico y económico de China, además de a las órdenes católicas, atrajo también desde finales del siglo XIX a luteranos, metodistas, cuáqueros, adventistas del séptimo día y a un sinfín de iglesias evangélicas.

A pesar de ello, el padre Hipólito Martínez pudo fundar allí dos misiones antes de ser nombrado comisario provincial de China en 1926 y al año siguiente pro-vicario apostólico de las mismas teniendo como telón de fondo la guerra civil que enfrentaba a los nacionalistas con los comunistas se extendía y todos los misioneros tuvieron que abandonar la zona de Hunan para trasladarse a Shanghaí

En 1931, el fraile de La Pola pudo volver a España y aquí estuvo unos meses hasta que fue llamado para desempeñar el cargo de prefecto apostólico de Lichow en 1932, ejerciendo como superior de una treintena de misioneros.

La prefectura apostólica de Lichow (o Lizhou) había sido erigida el 6 de mayo de 1931 por el papa Pío XI en el territorio del vicariato apostólico de Changteh y él fue el primero en asumir su dirección; luego vino la Segunda Guerra Mundial, y cuando finalizó, los comunistas ya pudieron controlar todo el territorio continental, relegando a los nacionalistas a Formosa.

El uno de octubre de 1949 el maoismo triunfó en China después de treinta años de duros combates; un año después, en agosto de 1950, el Comité Central del Partido Comunista acusó directamente a los cristianos de colaborar con los imperialistas y se inició una persecución contra los misioneros y misioneras que concluyó en 1952 con la expulsión de estas comunidades de la República Popular China; salvo un obispo estadounidense, que fue detenido por espionaje. El puerto de Shanghái, que hasta entonces había la tradicional puerta de entrada de los agustinos, fue también el lugar en el que se puso el punto final a un siglo de predicación en el país asiático.

Unos cuatro millones de cristianos dirigidos por 5.500 sacerdotes y pastores evangélicos, entre nacionales y extranjeros, se vieron afectados por la represión y todas las actividades que estaban relacionadas con su actividad pastoral se clausuraron: fueron prohibidas las manifestaciones de culto y la actividad de las asociaciones seglares; las parroquias cerraron sus puertas, y los hospitales y establecimientos benéficos que dependían de las órdenes religiosas pasaron a ser controladas por los revolucionarios.

Por otro lado, Mao Zedong se dio cuenta de que resultaba imposible anular el sentimiento religioso que había prendido en una gran parte de la población campesina y aquel mismo año el Gobierno rojo inició un proceso para crear su propia Iglesia, que concluyó en 1957 con la fundación de la Asociación Patriótica Católica China, controlada por el Partido Comunista.

Esta Iglesia es actualmente la oficial en China y cuenta con millones de fieles. Se trata de una organización que no reconoce la autoridad del Papa de Roma y está basada en el llamado Movimiento de las Tres Autonomías: económica, ideológica y organizativa. De esta forma se rechaza tanto la financiación exterior, como la influencia de dogmas o personalidades de otros países y se asegura la dependencia del Estado. Algunos grupos protestantes se sumaron al nuevo culto desde un principio, mientras que los católicos siguieron mayoritariamente en su antigua fe pasando a la clandestinidad.

El padre Hipólito Martínez ya no volvió a Asia. El mismo año de su expulsión fue nombrado capellán de las agustinas recoletas del monasterio de Purísima Concepción de Lekeitio, en Vizcaya, donde pudo encontrarse con alguna de sus antiguas compañeras en Hunan, que también habían sufrido la misma peripecia. Sin embargo, tras sufrir un ictus se retiró definitivamente al convento de los Padres Agustinos de Valladolid, donde se encuentra actualmente el archivo misional y el Museo Oriental en el que exhiben valiosas piezas que los frailes fueron trayendo durante décadas desde China y Filipinas. Allí murió a los ochenta años el 3 de diciembre de 1962.

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