Velando el fuego

Morir en soledad extrema

El enfoque cada vez más individualista de la vida juega un papel fundamental en esta nueva epidemia

Javier García Cellino

Javier García Cellino

–"Hace varios días que M. no aparece por aquí" –dijo un cliente. "Es cierto, igual más de diez, como mínimo" –intervino otro. "¿Le habrá pasado algo"? –especuló un tercero.

Se echaba en falta a M., un habitual del bar en donde yo tomo mi primer descafeinado. "Según mis cálculos, desde el 10 de enero" –evaluó otro parroquiano. "Aunque me parece, si bien no estoy muy seguro, que desde esa fecha lo vi un día" –la quinta voz no tardó en hacerse visible.

M. pegado siempre al mismo lado del mostrador; árbol solitario, quién sabe los motivos; perseverante sombra que nunca faltaba a su cita matinal en Casa del Marqués; sesenta y pico años en su calendario particular.

Pronto llegó la noticia: habían encontrado a M. muerto en su domicilio. Un dispositivo de policía y bomberos estaba delante del portal. M. ya no entraría más en el bar.

M: el solitario; la solitaria muerte de M.; la muerte de M. en soledad extrema.

No descubro ningún continente si afirmo que una gran cantidad de personas fallece en la más absoluta soledad en sus casas siendo su muerte desconocida por un tiempo y, por lo general, son encontradas días o semanas más tarde debido a los olores propios de la descomposición.

En muchos de estos casos, las personas que fallecen (por lo común varones y a partir de cuarenta y cinco o cincuenta años de edad), no tienen relaciones cercanas de amistad ni han llegado, en su mayoría, a formar una familia.

Sin duda que cada caso es un mundo y cada mundo un caso particular; sin duda que penetrar en el subsuelo de estas personas sería más propio de un afamado zahorí; sin duda que la cultura de la muerte (y por ende de la soledad) no es la misma en unos países que otros; pero sin duda también que la sociedad en donde vivimos y, por tanto, el sistema que la ampara, guarda mucho relación con lo que tratamos.

Desplacémonos, a modo de ejemplo, hasta Japón. El kodokushi o muerte solitaria no tiene una única causa: estilos de vida; factores culturales; discapacidades distintas; entre otros. Mas es cierto que en aquella sociedad, y lo mismo ocurre en nuestro entorno de una manera creciente, el cada vez más elevado nivel de exigencia profesional y la búsqueda constante de la excelencia hacen que gran parte de la población deje de lado aspectos tan relevantes como las relaciones sociales o incluso su propia intimidad.

Esa demanda de excelencia acaba conformando una sociedad extremadamente centrada en crecer a nivel económico y a ser productiva. Las consecuencias de ello no son difíciles de prever: estrés, apatía, desgana por comunicarse con otras personas...

Si continuamos con el desplazamiento, acabaremos depositando nuestros pies en la región del actual capitalismo, un sistema en donde la riqueza navega siempre en una única dirección, y donde un enfoque centrado en la competencia y el individualismo juega un papel fundamental en la epidemia de la soledad, debido a la fractura de las relaciones tradicionales.

Aki Kaurismäki es un director de cine finlandés autor de grandes películas. Los personajes marginales centran una parte importante de su obra, y nos hacen recordar que si ahora la esclavitud es otra cosa, pues no ata con cadenas, sin embargo sí lo hace con hipotecas, alquileres de vivienda y nóminas, funcionando así todo el conjunto como unos efectivos grilletes. La precariedad de vida y la muerte en soledad extrema cuelgan de un mismo árbol en muchas ocasiones.

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