Opinión | Dando la lata

Cerrar el libro

El asunto está pasando de soslayo, sin demasiada repercusión porque hablar de suicidio en España sigue siendo un tabú, de lo que, como mucho, se trata de puertas adentro. Pero la realidad está ahí y las cifras de menores de edad que se quitan la vida crecen de modo alarmante.

Qué habremos hecho para que cada vez más niños y jóvenes prefieran morir. En esas edades en las que se supone que la vitalidad sale hasta por los poros, cómo es posible que piensen en acabar, en cerrar el libro sin apenas haber leído el prólogo. Algo va rematadamente mal y cada vez parece más evidente que nuestra generación está transmitiendo a la siguiente un mundo de mierda que no les gusta.

La imagen de una quinceañera encerrada en su habitación dándole vueltas a la idea de saltar por la ventana debería ponernos a todos en estado de máxima alerta. Qué ha visto, oído, conocido, sentido esa criatura en sus pocos años para concluir que no quiere continuar aquí, sin ganas de cambiar, de rebelarse, de buscar su propio camino. Y también viene sucediendo que problemas, preocupaciones y disgustos que casi todos tuvimos en nuestros primeros años, hoy se les hacen insalvables, insoportables. ¿Qué estamos criando entonces?

Tengo siempre presentes las reflexiones de mi madre en sus últimos tiempos, cuando afirmaba que no entendía el mundo actual, que ella pertenecía a otra época y lo que veía le resultaba incomprensible. A mí me está sucediendo lo mismo y cuando me entero de que una parte de la chavalería, en vez de querer comerse la vida piensa en quitársela me siento desconcertado. Hasta qué punto lo estamos haciendo mal cuando unos vienen huyendo de la muerte y la miseria, arriesgando el pellejo por el sueño de vivir mejor mientras que muchos de los nuestros se plantean el suicidio como solución a problemas tales como el acoso escolar, el desengaño en las relaciones sociales o la imposibilidad de brillar como los ídolos.

Qué insignificante valor hemos dado a la vida.

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