La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Libros

Inglaterra, la mar por medio

Visiones de lo anglosajón de Julio Camba, Augusto Assía, Fernández de Moratín y Eça de Queiroz

Inglaterra, la mar por medio

No son solo los extranjeros quienes se despachan a gusto con las costumbres españolas: también los españoles viajeros han ido tomando nota del modo de vivir, por ejemplo, inglés. Esta deliciosa antología nos muestra a tres compatriotas y un portugués (la Iberia añorada, ay) que tuvieron la fortuna de pisar suelo británico en distintas épocas y se aplicaron luego contárnoslo. Así, Leandro Fernández de Moratín estuvo en las islas un año cuando se acababa el XVIII. Tenía entonces 32 (corríjase la errata de la solapa) y estaba lejos de ser el autor algo latoso que se vende a los escolares en El sí de las niñas. Por el contrario, fue muchas veces un tipo divertido con la pluma, picardioso. Escribe del mucho beber inglés aduciendo caso palmario: "El Príncipe de Gales se emborracha todas las noches". Se fija en detalles que nos pasan desapercibidos: "Los pies de las inglesas son de enorme magnitud; y tan lejos está éste de ser un defecto en las damas, que las que no los tienen de forma tan gigantesca están expuestas a la censura pública". Nos instruye sobre la xenofobia de allá, pues, si no se es como ellos, "se le graduará de extranjero, que es decir, un bestia sin educación". O su afición a medir por el dinero que se tenga: "Aquí se pregunta '¿quién es aquel?', y responden inmediatamente: 'Aquel vale dos mil guineas' ". El gran Eça de Queiroz pasó en Inglaterra varios años, como cónsul, ya entrado el XIX. Aún no había cumplido los 30 y se deja llevar por su faceta humorista. Las estaciones anuales inglesas no son las cuatro consabidas: "Tenemos la estación de los asaltos y robos a las casas", pues los salteadores londinenses son "un cuerpo tan bien organizado como la propia Policía" y usan "los más perfectos métodos científicos en el derrumbamiento y saqueo de esa propiedades abarrotadas de cosas caras". Y se ceba con los escritores de viajes: "Hoy se emprende un viaje únicamente para escribir el libro", con lo cual exagera sobre los volúmenes viajeros publicados en Londres solo en quince días: "Lejos, en las Pampas", "Escenas en Ceilán", "El Sudán egipcio", "Guerras, peregrinaciones y olas", "Sport en la Crimea y el Cáucaso" o "Diario de una perezosa en Sicilia".

Leer a Julio Camba, quien partió a los 22 años de corresponsal antes de la 1ª Gran Guerra, siempre es un soplo de frescura. Se muere por una frase redonda: "El español no necesita lavarse, y el inglés sí". Se toma espacio cuando la crónica lo merece: es admirable la titulada "El inglés se divierte" (pág. 105): "Los ingleses se divierten por dentro y nosotros por fuera". Y derrocha ingenio al imaginar a Dios cambiando el clima: "Hombre, voy a ver qué pasa poniendo a los ingleses a 30º de calor": tal sería el desmán que "¡Hasta es posible que un día ocurriese en Londres un crimen pasional!" Por último, Augusto Assía (muerto en 2002), cuenta sus dos estancias inglesas, también como corresponsal durante los 30 y los 40 del XX. También con humor: "Cada individuo de la clase media inglesa" viaja al sur una vez en la vida, donde "le toman por millonario o pariente de los reyes de Inglaterra". Gasta a espuertas "en un viaje que le desagrada y molesta, a través de países que maldito lo que le interesan, contemplando monumentos que le aburren". Luego, conserva "un grato sentimiento hacia aquellas gentes del Sur a las que, en el fondo, desprecia olímpicamente". Y se detiene en el amor a los perros, citando a Byron: "Belleza sin vanidad, fortaleza sin violencia, valor sin ferocidad, y todas las virtudes del hombre, sin sus vicios". O la anécdota de Lord Rosebury al arrojarse al mar desde un barco del que se había caído un can, pues si el buque no se detenía por el animal sí habría de detenerse por él. Un libro espléndido para aprender a observar en vacaciones.

Compartir el artículo

stats