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Libros

Mujeres sin fin

¿Puede un puñado de palabras más que mil silencios?

En estos últimos años han visto la luz un número creciente de obras que recogen las biografías de mujeres que han sido activas en los más distintos ámbitos y que, por inercia de la historia, nunca fueron reconocidas. Desde el ya lejano 1994 en que Giulio de Martino y Marina Bruzzese recogieron el pensamiento de las mujeres en un resumen de seiscientas páginas titulado Las filósofas, nuestra historia contributiva ha ido creciendo exponencialmente, afortunadamente para el conocimiento humano.

Nos llegan este mes dos obras diferentes en su ejecución, pero con la misma intención: poner de relieve la contribución de las mujeres en los ámbitos que tratan. El complot de las damas muertas (2015), de la editora y escritora estadounidense Jessa Crispin, es el diario de un viaje de turismo cultural por Europa en el que la autora recorre las calles de varias ciudades relevantes (Berlín, Trieste, Sarajevo, Galway, San Petersburgo, Londres y unos pocos lugares más) mientras evoca una figura histórica especialmente conectada a ellas ( William James, Igor Stravinsky, Somerset Maugham, Jean Rhys, etcétera).

Este ejercicio mental le vale a Crispin para reflexionar sobre sus propios sentimientos y decidir sobre su vida, a la vez que ejerce de crítica biográfico-literaria de las personas que rememora. La confluencia del espacio físico con el histórico y de la teoría crítica con los afectos personales convierten a las ciudades, a su vez, en personajes vivos del libro.

Crispin elige aspectos poco conocidos de los sitios y las biografías que "visita". Al hacerlo se da cuenta de que las más ignoradas son las mujeres, a pesar de que "tienen nombre, ideas, vidas y deseos", y de que las más invisibles entre las invisibles son las esposas, eclipsadas por la fama de sus maridos. A tal punto llega esta situación, que el hijo de la autora inglesa Rebecca West la desprecia para ensalzar la figura de su padre, H.D. Wells, que nunca se había ocupado de él.

El capítulo dedicado a Trieste, ciudad inexorablemente unida a James Joyce e Italo Svevo, está dedicado, sin embargo, a Nora Barnacle, esposa del primero, que fue quien tuvo que batallar a diario, renunciando a cualquier aspiración que hubiera podido tener, para mantener la intendencia familiar y permitir que el escritor paseara por la ciudad y visitara durante horas sus cafés en busca de inspiración y material para sus obras. Crispin nos recuerda que Nora no se enamoró de Joyce el genio, sino de Joyce el hombre, que no le hizo la vida nada fácil.

Llama la atención que no recordara a Marisa Madieri, autora que inmortaliza el Trieste inmediatamente posterior a la II Guerra Mundial en Verde Agua (1987), máxime cuando Claudio Magris, marido de Madieri, sirve a Crispin de cicerone en esta ciudad.

Elena Poniatowska escribe Las indómitas (2016) desde su casa y dedica cada uno de los nueve capítulos directamente a una mujer hispanoamericana para dejar constancia de que las hubo y las hay y son enormemente activas y constructivas. Inicia el libro con la biografía, necesariamente sucinta, de Josefina Bórquez, la mujer en quien Poniatowska se había inspirado para escribir su primera novela Hasta no verte, Jesús mío (1969). Josefina fue soldadera, mujeres a quienes la autora dedica otro capítulo.

Las soldaderas eran las mujeres que viajaban con la tropa, generalmente casadas con uno de los soldados, y se ocupaban de todo el trabajo necesario para que ellos pudieran centrarse en la lucha. Las soldaderas lavaban, cosían, cocinaban, limpiaban el campamento, aliviaban las necesidades sexuales de los hombres y les levantaban la moral. Su valor social, sin embargo, era nulo, y tenían que viajar en el techo de los vagones, expuestas a la lluvia y al sol, porque los caballos tenían preferencia sobre ellas. El capítulo dedicado a las mujeres indias que traen a las ciudades a trabajar como internas no es mucho más reconfortante que el de las soldaderas.

El resto de los capítulos tienen nombre y apellidos y resaltan la encomiable labor política, social, académica o artística de mujeres a favor de todos los grupos sociales minorizados. Poniatowska no quiere que se olvide a Nellie Campobello, Josefina Vicens, Alaíde Foppa, Rosario Ibarra, Marta Lamas y la fenomenal poeta mexicana Rosario Castellanos.

Si bien estos libros no impelen hacia un final desesperanzador, sino todo lo contrario, quiero acabar con una estrofa de mi admirada Castellanos, que resume muy bien el ayer que reflejan Crispin y Poniatowska - y también en la confianza de que el viento avasallador se vaya convirtiendo en una brisa leve e integradora:

"La mujer es la que permanece; rama de sauce que / llora en las orillas de los ríos. Y otra vez repite: / Nada detiene al viento. ¡Cómo iba a detenerlo la rama / de sauce que llora en las orillas de los ríos!".

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