Ernesto González Argüelles (Laviana, 45 años) y Paula Moya (Riaño, Langreo, 39 años) son el corazón de la compañía "Con Alevosía Teatro". Se dedican al teatro inmersivo: los espectadores forman parte de la acción incluso desde antes de la representación, pues, en cuanto sacan la entrada, entran en contacto con los personajes a través de Whatsapp, que los citan en un lugar desconocido donde vivirán una experiencia de alta tensión. Cumplen quince años y por sus manos han pasado ya más de 20.000 espectadores en pequeños grupos. Muchos repiten. Su trilogía "Nanä" tiene una legión de seguidores que atraen a nuevos espectadores y siempre sin desvelar la aterradora historia que allí vivirán. Ahora, por la pandemia y la obligada distancia interpersonal, están innovando y preparan un nuevo espectáculo, "Furia", que trata de evocar las mismas sensaciones pero a través de móviles y emisión en streaming.

Paula Moya y Ernesto González (actores) Muel de Dios

Terapia de choque

Cuando llegó la pandemia y se impuso la distancia social, Paula suspiró:

-Se acabó el chupar manos.

Porque, cuando ibas a sus espectáculos de teatro inmersivo, conseguían meterte el acojone en el cuerpo, en una de estas te dejaban a oscuras en mitad de la representación y de repente alguien te chupaba una mano. Aggggg. "Hubo una espectadora que, del acto reflejo, me partió la nariz", dice Paula entre la risa y la resignación.

Los montajes de Paula y Ernesto dan miedo, causan desmayos, ataques de pánico y llevan al espectador al límite, sumergiéndolo en situaciones de alta tensión y violencia. A tal punto que acuerdan previamente con los asistentes una "palabra de seguridad" que deben decir cuando se sientan desbordados. Pero, cuidado, Ernesto y Paula, la compañía entera, no son "el pasaje del terror", advierten. Debajo siempre está la denuncia social. Recrean sucesos reales relacionados con los refugiados, el maltrato infantil o la violencia en la pareja, por ejemplo, y envuelven con ellos a los pequeños grupos de espectadores que manejan en cada función. Tratan de hacerles sentir en carne propia que el mundo está lleno de hijos de puta, "pero también les echamos mucho la culpa a los espectadores". En algún momento del espectáculo les sitúan en un punto argumental en el que tienen que optar, rebelarse, romper con su indiferencia. Pero lo que ocurre es que, la inmensa mayoría de las veces, todos se achantan. Y sufren las consecuencias. "Luego la historia se vuelve en su contra precisamente por no hacer nada. Entonces les hacemos ver que, si hubieran hecho algo, todo sería diferente". Terapia de choque contra lo que dicen que dijo Einstein: "El mundo no será destruido por los que hacen el mal, sino por quienes los observan sin hacer nada".