El franquismo y las regiones

El "regionalismo bien entendido" del régimen ayudó a exacerbar las tendencias centrífugas que hibernaban en las regiones de la periferia

Óscar R. Buznego

Óscar R. Buznego

Desde siempre, en España han convivido poblaciones, culturas e identidades diversas con un fuerte arraigo territorial. La coexistencia, no obstante, ha derivado en un conflicto sostenido, que por momentos parece acentuarse. Un porcentaje de catalanes y vascos no se siente español de ningún modo y una mayoría de los españoles desea el autogobierno de la parte del país a la que pertenece, sin ponerse de acuerdo en el grado. En la época contemporánea se han ensayado todas las fórmulas y todas, de una manera u otra, han fracasado. La debilidad del estado liberal centralizado frustró el primer intento. La república federal llegó precipitadamente, generó un pequeño caos y se consumió pronto. El estado integral desató una gran tormenta en sus inicios y naufragó con la II República. Es el antecedente directo del actual estado autonómico, cada vez más cuestionado por los nacionalistas y los sectores radicales de la derecha y la izquierda. Las dictaduras centralistas de Primo de Rivera y, sobre todo, la de Franco, que puso más empeño en ello, no pudieron uniformar la heterogénea realidad de España. La organización territorial es, por común acuerdo de historiadores y politólogos, el único de los problemas surgidos en nuestro tránsito por la modernidad que aún espera una solución, definitiva si fuera posible.

Según Juan José Linz, el régimen autoritario, en sentido distinto al totalitario, está caracterizado por un pluralismo limitado, la carencia de una ideología propia, la apatía política de la población y un líder poco carismático y bastante previsible. El régimen franquista es el mejor ejemplo. El franquismo fue una amalgama de corrientes políticas y fuerzas sociales, unidas por la victoria en la guerra civil y la aspiración de prolongar la dictadura impuesta. Pero falangistas, carlistas y católicos venían de tradiciones políticas diferentes y postulaban concepciones dispares del régimen. Las discrepancias que también se manifestaron desde el principio a propósito de la eterna cuestión territorial y el indisimulado temor a que detrás de cada canto, danza o exhibición folklórica se ocultara un paso del separatismo, explican la ambigüedad relativa del régimen respecto a la cuestión regional. Para la Falange, lo más parecido al fascismo que había en nuestro país entonces, España era por encima de todo una unidad de destino, una y diversa, como había proclamado José Antonio, el fundador y líder del partido, inspirándose en Ortega. Los tradicionalistas, por su lado, buscaban el fundamento del orden político en la España medieval, dividida en reinos perfectamente integrados. Los falangistas desplegaron el reclamo del imperio, mientras los carlistas pretendían restaurar el orden inmutable de la tradición.

El profesor de la Universidad de Santiago Núñez Seixas lleva mucho tiempo investigando la compleja cuestión regional en España. Este libro es un rico fruto de ese esfuerzo. Alberga tesoros preciosos, como el trasiego de los escurridizos intelectuales o los devaneos de los dirigentes políticos con una materia que no sabían muy bien cómo manejar. Demuestra que el régimen de Franco reconoció el problema, en particular a partir de los años 60, cuando resurgieron los nacionalismos catalán y vasco.

Los debates e informes del Consejo Nacional del Movimiento sobre el tema atestiguan el interés de la clase política de la dictadura en el asunto. Pero, en este punto, el régimen tropezó con sus contradicciones internas. No hubo estado nuevo, pues se mantuvo la organización provincial heredada de los liberales del XIX y el estímulo al estudio y la expresión de la cultura local enseguida se impregnó de motivaciones políticas, justo el efecto opuesto al buscado por el régimen, que se proponía así desactivar definitivamente los regionalismos vencidos en la guerra y cohesionar a la única nación española. Es claro que no lo consiguió. Lo que sí logró con su penduleo entre la represión, la tolerancia y la práctica del "regionalismo bien entendido" fue exacerbar las tendencias centrífugas que hibernaban en las regiones de la periferia, con el resultado que salta a la vista.

coros y danzas

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Imperio y danzas

Xosé M. Núñez Seixas 

Marcial Pons, 308 páginas, 29 euros

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