música

Orfeo y Barenboim

El mito revela su vigencia en el Festival de Pentecostés, en Salzburgo, con presencia del maestro argentino

Lang Lang, Cecilia Bartoli, Martha Argerich, Zubin Mehta y Daniel Barenboim, saludando al público.

Lang Lang, Cecilia Bartoli, Martha Argerich, Zubin Mehta y Daniel Barenboim, saludando al público. / SF / Marco Borrelli

Cosme Marina

Cosme Marina

Un festival temático, como es el de Pentecostés de Salzburgo, permite al público un más que saludable ejercicio de profundización, desde múltiples perspectivas, en un tema determinado. Este año el mito de Orfeo –tan esencial para el mundo operístico– fue el caballo de batalla de los cuatro días de un ciclo que es referencia internacional y que concita en la ciudad austriaca a melómanos de decenas de países.

Con la dirección artística de Cecilia Bartoli, omnipresente cada jornada, en intervenciones en óperas, conciertos y recitales, Orfeo reveló su vigencia a través de aproximaciones singulares, atrevidas y valientes. Por ejemplo, la que realizó Christof Loy del título de Gluck, un "Orfeo ed Euridice" en la versión de Parma de 1769 que se realizó para la boda del duque de Parma y María Amalia de Austria. Bartoli, Mélissa Petit y Madison Nonoa firmaron una prestación vocal impecable en una puesta en escena en la que el ballet tuvo protagonismo absoluto con una dirección de escena focalizada en profundizar el drama desde la opresión de una gran estancia cerrada que no impedía a los personajes salir de un espacio que cercenaba su libertad. En el foso, Gianluca Capuano al frente de Les Musiciens du Prince-Monaco fue otro de los pilares de estas sesiones con intervenciones continuas y rigor musical envidiable.

La versión en francés de la ópera de Gluck "Orphé et Eurydice" se llevó a cabo con la propuesta de John Neumeier y el protagonismo de su compañía, el Ballet de Hamburgo. Con la acción enfocada a nuestro tiempo, y precisamente en una compañía de danza –sobresaliente el elenco vocal con Maxim Mironov, Andriana Chuchman y Lucía Martín-Cartón– la vivacidad del movimiento escénico, de trazo casi cinematográfico, propició un desarrollo orgánicamente rico de la trama. Desde el foso, la Camerata Salzburg y Kazuki Yamada, realizaron una versión de ensueño.

Otro "Orfeo", el de Monteverdi, llegó a través de una más que original propuesta, la de la compañía de marionetas italiana Carlo Colla e hijos. Es verdaderamente hipnótico asistir a un trabajo tan minucioso y preciosista. También aquí el elenco dejó ver unas prestaciones magníficas, especialmente Renato Dolcini, Carlotta Colombo y Sara Mingardo.

En el apartado concertístico, una schubertiade, también de raíces órficas, juntó a Bartoli con el pianista Lang Lang, al sensacional coro Il Canto di Orfeo, a los hermanos Jussen –Lucas y Arthur– al piano y a Mélissa Petit. Funcionaron con la precisión de un mecano perfectamente ensamblado y la versión en concierto de "L’anima del filosofo" de Joseph Haydn acercó al público una obra de infrecuente escucha, un soplo de aire fresco.

La emoción se desbordó en el cierre con un homenaje de casi cuatro horas centrado en una de las leyendas vivas de nuestro tiempo el maestro y pianista Daniel Barenboim. Con la incógnita de su presencia hasta última hora, ante un público expectante que recibió en pie a otro gran maestro, Zubin Mehta, avanzando apoyado en su bastón por el escenario pero, una vez en el podio, demostrando que mantiene intacto el control orquestal y energía al frente de su formación, el Maggio Musicale Fiorentino. Con Lang Lang ofreció el "Tercer concierto para piano y orquesta" de Beethoven y luego fueron desfilando por el escenario Rolando Villazón, Sonya Yoncheva y Plácido Domingo. En la segunda parte decidió dar el relevo en la batuta a una "joven promesa", el maestro Barenboim, que estuvo al frente de este tramo final con la Bartoli y Martha Argerich, en el "Concierto para piano y orquesta" de Schumann. Al final, en los bises, ambos pianistas tocaron juntos en un pasaje simbólico que casi podemos ver como el fin a cámara lenta de una época que, poco a poco, va desvaneciéndose. Una nueva generación está lista para tomar el relevo, pero el privilegio de disfrutar de estos nombres que son parte de la historia de la interpretación musical hace que Salzburgo se mantenga como un faro en el que todo el sector se mira por su capacidad para unir puentes, evidenciando un relevo que une generaciones.

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