A los expertos en localizaciones de Tele 5 y a nuestros promotores locales de Festejos les está fallando el olfato como a un sabueso constipado. Tras un amago de convocatoria en la explanada de Poniente, y un deslucido arranque en La Guía a refugio de la gota fría, los animadores socioculturales de la cosa mediática se han llevado a la explanada circense del parque de los Hermanos Castro la versión gijonesa de esas coreografías de masas que tanto subyugan a los editores de televisión, para ambientar con alborozo colorista las grandes citas futboleras.

Los localizadores y los concejales del ramo deberían haber visitado Alemania durante el mundial anterior. Allí habrían tomado unas buenas cervezas nacionales y algunas nociones de lo que es una pantalla gigante (conozco a gente con más pulgadas de televisor en su salita que la ventanuca esa del parque inglés), así como del escenario apropiado para instalarlas, que generalmente coincidía con la plaza más céntrica de la ciudad.

La cita gijonesa de hinchas extravagantes, impenitentes juerguistas y patriotas futboleros de aluvión para Sudáfrica 2010 debería haber sido un revival del entoldado de los ochenta en la plaza Mayor, con una buena «jumbotronic» de alta definición tapando la fachada en obras de la antigua oficina municipal de Urbanismo (lo que Marcos Mundstock llamaría una metáfora). Con esa vena previsora que los tecnócratas y los cursis llaman ahora estudio de mercado, apuesto a que Daniel Gutiérrez Granda, en colaboración con cualquiera de Tele 5 que no se llamara Jorge Javier, nos habría cocinado siete inolvidables verbenas para cada una de las escalas de La Roja en su camino hacia la inmortalidad. Miguel Acebedo, que siempre tuvo un ojo clínico para el rock sinfónico y para los delanteros centro, hubiera detectado a su debido tiempo que éste no iba a ser el mundial de Messi sino el de Villa. Habría previsto que toda esa tecnología desparramada de las pantallas gigantes, con sus becarias en directo confundidas entre el gentío, se montaría a mayor gloria de El Guaje, en quien al fin hemos podido encarnar nuestra fría venganza por todos aquellos goles que Quini tuvo que meter con la sordina interesada de los trovadores oficiales del reino.

En previsión de la riada villista, una incontrolable avenida que ya amenazaba desde la última Eurocopa según los pronósticos más fiables, los animadores culturales deberían haber prescindido de los gorgoritos selváticos de Bisbal en beneficio de una velada con Los Berrones, esos tipos con república independiente en Tolivia (para envidia de Laporta), que hace meses dejaron constancia de la evidencia: «ta mui claro qu'esti Guaje ye mundial».

Que suban al escenario Olegario y sus muchachos para calentar la velada de la final con su «Villa Maravilla», con todas las televisiones conectadas en directo por satélite; que Manfredo cante el gol sobre la última estrofa con una mezcla de júbilo y mesura que haga embridar de nuevo a Camacho; que llamen a Natalia Estrada para robarle planos a Larissa Riquelme y sus dichosas paraguayas; que encarguen una recopilación de frases célebres para amenizar el descanso, con ineludibles citas a John Carlin («Los sectores más ignorantes de las masas futboleras consideran a Cristiano Ronaldo como el mejor jugador del mundo»), a Groucho Marx («Kaká, es usted el mejor futbolista que he visto en mi vida, lo cual no dice mucho en mi favor»), o a Woody Allen («Tuilla es un poblado como de cuento de hadas, con Pichichi y todo»).