La llamada de Red Bull colapsa la noche paulista, empujones a la puerta de Daslú. Discoteca de diseño para la fiesta de la escudería con coches de otra galaxia. Casting a la entrada, gorilas inflexibles: tú pasas, tú no. El disc jockey exprime los platos, se celebra el título de constructores sin pilotos en el baile. Webber y Vettel no son de juergas, tampoco para festejar lo nunca visto en una escuadra con sólo seis años de carreras en la hoja de ruta. Christian Horner se harta de la cola, aparta una valla, se salta el turno, para algo es el director de la escudería. Confusión entre los porteros. "¿Quién es este tipo?" Llega Adrian Newey, el diseñador de los monoplazas energéticos, el padre de las criaturas. Más jaleo, vuelan manotazos y móviles furtivos graban la escena. No pasa de ahí, es una noche alegre. Todos adentro y santas pascuas, hay más motivos de alegría que de bronca.

El primer trofeo está en casa, prestigio en las carreras y dinero para la caja, 100 millones de dólares a favor de la casa. Presupuesto arreglado y gran noticia para Dietrich Mateschitz, que paga la fiesta de la Fórmula 1.

Triunfar en el baile de Abu Dabi sería la guinda. Pero llegan con una guerra civil abierta. Vettel, su niño bonito, producto de marketing moldeado en la casa, todavía tiene opciones. Pocas. Debe ganar y que Alonso caiga a la quinta posición. Por eso no se han entregado con Webber, obligado a la victoria y a desplazar al asturiano al tercer lugar. No están convencidos de que pueda salir, se llenan de dudas. Horner tiene cada vez menos peso. Él, un tipo de las carreras, amigo de Webber, socios en un equipo de GP3, habría solucionado el asunto en un momento. Favor al australiano y título finiquitado.

Pero su papel es secundario, un muñeco en manos de Helmut Marko, asesor externo e ideólogo del programa de formación de pilotos, la cuna en la que creció Vettel. Su triunfo justificaría la inversión.

Fernando Alonso tiene mucho que decir. El Mundial está en sus manos. El segundo puesto manda la corona directamente a Maranello. Y no habría más que hablar. Sería una lección para Red Bull, que ha vendido como sello de identidad la guerra abierta entre sus pilotos. Igualdad total en la casa energética, deporte puro, lucha abierta entre sus dos titanes. Habría que ver cómo manejarían un liderato claro de Vettel.