La Oviedo Cup es especial: "Fútbol, fútbol y más fútbol"

El torneo de categorías inferiores, una fiesta: "El ambiente es muy sano"

Un jugador del Sporting de Hortaleza de categoría alevín celebra un gol ayer en el Álvarez Rabanal.

Un jugador del Sporting de Hortaleza de categoría alevín celebra un gol ayer en el Álvarez Rabanal. / Miki López

¡Vamos, vamos!, los bombos no dan tregua, una cerveza por aquí, ¡goooooool!, vaya despeje, arbi, pita ya, ¡pi, pi, piiiii! En una jornada de Oviedo Cup caben todos los sonidos del fútbol. El torneo de categorías inferiores con más resonancia de Asturias, que concita esta semana a cinco mil jóvenes jugadores venidos de acá y de allá, de dentro y fuera de España, está envuelto de un halo de jovialidad que solo osa amenazar la lluvia. "No todo podía ser perfecto", se resigna Patricia Hernández, madre de Raúl, de Las Rozas. La experiencia les está resultando tan grata que poco o nada apetece encarar el regreso a Madrid ("la verdad es que da pena marcharse").

Daniel Ramos y Ángel Antoranz.

Daniel Ramos y Ángel Antoranz. / Miki López

Cuatro partidos de fútbol 7 del cuadro alevín (11, 12 años) se juegan de manera simultánea -dos por cada uno de los campos- en el Álvarez Rabanal, en Oviedo. La grada, un trasiego constante, compone un mural multicolor de banderas, camisetas y bufandas: del Valladolid, del Atleti, del Racing de Santander, de este equipo y del otro también. Entre partido y partido, reguetón. Se sirven bebidas frías. Unos niños calientan antes de jugar, otros esperan su turno apoyados en las barandillas, algunos departen animosos ("¡qué golazo les metimos!"), los más desdichados lloran la derrota.

No es este el caso de Guillermo García, del Juventud Estadio. Aunque su equipo cayó en fase de grupos, encaja la eliminación con filosofía ("no pasa nada, es muy chulo jugar contra grandes equipos de fuera como el Rayo Alcobendas o el Sporting de Braga) e insinúa la mueca de satisfacción del delantero cuando se le inquiere por sus logros. "Han caído tres goles", resuelve como tratando de disimular el orgullo.

Carlos y Guillermo García.

Carlos y Guillermo García. / Miki López

Uno de esos potentes foráneos a los que alude Guillermo es el Atlético de Madrid. Parte fundamental de su expedición es Ángel Antoranz: el padre de Gabi se encarga del bombo. Dedica su último halo de voz a sostener el ánimo de la grada. "Lo estamos pasando como los indios, nunca mejor dicho. El torneo es muy divertido, y el ambiente, tanto entre los padres como entre los niños, es muy sano", asegura, y vuelve a desgastar el bombo y a dejarse la garganta como si estuviese en el Metropolitano en unos cuartos de la Champions contra el Borussia Dortmund.

Es la primera vez de los Antoranz, no así de la pareja de Ivanes, Villoria y Marcos, que entrena a la Unión Deportiva Salamanca. "Lo importante es que los chicos compitan, se diviertan y sigan aprendiendo", conviene el dúo, al que la convivencia con los guajes no se le hace bola ("siempre hay algún enfado, pero se portan bien"). Con el campamento base en Villaviciosa, llevan días recorriendo los campos de Asturias, hoy toca Oviedo, ayer Gijón, mañana quién sabe. "Fútbol, fútbol y más fútbol. Es lo que nos gusta".

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