La virtud del equilibrio

Sobre la importancia de plegar velas cuando un proyecto atractivo depare un pronóstico incierto y poco asumible

Javier Díaz Dapena

Javier Díaz Dapena

Me consta que no resulta tarea sencilla la de alcanzar un necesario equilibro entre los intereses de nuestra ciudad y los del Real Sporting de Gijón que, aun tratándose de una mercantil privada, contribuye (por tradición, afición y representatividad) a cultivar la imagen de esta villa por todos los rincones de España. En este sentido, y pese a los altibajos existentes en atención a unos intereses recíprocos que no siempre confluyen, la colaboración y entendimiento mutuos entre el club y la ciudad ha sido una constante bajo los distintos gobiernos municipales y dirigentes y/o propietarios del club.

Bajo ese prisma, se presenta el debate en torno a la posibilidad de que Gijón sea elegida como una de las sedes del Campeonato Mundial de Fútbol 2030 y, como entiendo no podía ser de otro modo, ambos interesados muestran apriorísticamente su mejor disposición, pues no puede negarse que (al menos sobre el papel y a expensas del necesario y posterior descenso al detalle) se trata de una opción sumamente atractiva para ambas partes. Sin embargo, y como resulta natural en todo proceso de esta envergadura, los sucesivos requisitos y condicionantes que van saliendo a la luz obligan -más allá del voluntarismo plasmado en los previos protocolos de intenciones- a definir aspectos tan esenciales como el de la financiación (no olvidemos que se habla de 50 millones de desembolso municipal, cantidad que se triplica con la reforma del estadio y su entorno), pues lo sugerente del proyecto no puede orillar el estudio de su viabilidad y el detallado análisis coste-beneficio que me consta se está llevando a cabo con rigor.

El Portavoz del Gobierno municipal ha sido tan contundente como gráfico al manifestar que el Ayuntamiento no puede "hipotecar" nuestra ciudad priorizando tan sugerente inversión (de retorno incierto, añado yo) cuando existen proyectos en ciernes de indudable trascendencia para Gijón y que, sin duda, dinamizarán nuestra ciudad en los próximos años en tan esenciales ámbitos como el económico, científico o cultural (Tabacalera, Naval Azul o ampliación del parque tecnológico). Pero más allá de ello, y por mucho que la ciudad y el club estén obligados (que no condenados) a entenderse, esta no puede ofrecer a aquel un cheque en blanco en el que la sociedad beneficiaria privada no defina con solvencia sus recíprocas obligaciones, en especial, las de naturaleza económica y las obligadas garantías a ella anudadas.

En definitiva, tan importante resulta el entusiasmo a la hora de postularse para un atractivo proyecto como conveniente se antoja plegar velas cuando su acometimiento depara un pronóstico cuando menos incierto, aventurado y, desde luego, poco asumible sin detrimento de otros más necesarios, definidos, avanzados y en fase de consolidación presupuestaria. Cosa distinta sería que la parte privada interesada en el buen fin del proyecto detallase su aportación y la misma alcanzase una solvencia compatible con el desembolso municipal, pero hasta donde se conoce, ello no ha ocurrido, de ahí que la postura manifestada por el equipo de gobierno resulte sin duda la más cabal y la única compatible con ese necesario equilibrio con que daba comienzo a esta reflexión.

Concluiré manifestando que, a mi modo de ver, la virtud de la representación política consiste tanto en abrazar desde la ilusión cualquier proyecto que resulte beneficioso para los administrados como analizar sucesiva y detalladamente su viabilidad antes de acometerlo, empleando como criterio rector el superior interés de la ciudadanía. Desde tal óptica y en términos de virtud clásica, tan cobarde hubiera sido no postularse al inicio como temerario "sostenello", y valiente es "enmendallo".

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