Esta sección no es, aunque tenga resonancias mercantiles, más que una galería abocetada de amigos muy queridos. Todos se merecen mi gratitud, y ésta es ocasión de proclamarlo. Les debo mucho. Desde un razonable consejo a un emocionado abrazo, una amable palabra o un excesivo silencio, una crítica sincera o un halagador piropo, un alentador «sigue así» o un prudente «déjalo ya», una copa a deshora o un oportuno y reconfortante café. En algunos casos esta deuda viene de tiempos pasados, en época de vacas flacas o quebrantada salud, de alegría desbordada o de soledad compartida, noches de vino y rosas o temores e insomnios hospitalarios. Algunos, tal vez demasiados, ya no están entre nosotros, a otros ni siquiera los llegué a conocer personalmente, pero sí leí su obra y alguien me contó su vida.

No he traído hasta ahora a ningún profesional de la política a esta galería. Traigo hoy al «Mere» porque me dicen que se ha retirado. Dejar a alguien o a algo que se ha querido mucho siempre es un mal trago. Hay razones que obligan a ello, aunque yo desconozco por qué José Ramón dejó la militancia socialista. Seguramente por el mismo motivo que abandonó el PC en Perlora después de militar en sus filas durante veintidós años.

Los Herrero eran vecinos de mi penúltimo barrio (el último será El Sucu de Ceares). Vivían en la calle de Santa Elena, el padre tomaba el aperitivo con el mío en el chigre de Fanjul, donde paraban los del Banco de España, que entonces estaba en el Instituto frente a las oficinas de la Trasatlántica y al lado del despacho del padre de Nico Ochoa. Los Herrero eran primos de Joaquín Merediz, Gin, el hermano mayor, muy conocido por el baloncesto y sus hermanas volvían del colegio de las Úrsulas y yo «refrescaba» por una de ellas. Gin iba a visitarle al penal de Burgos, donde el franquismo le había encarcelado. En una familia burguesa del Gijón de entonces aquello era un trauma, que todos considerábamos respetuosamente. La primera vez que visité el Senado fue de su mano, y recuerdo la impresión que me causó la hermosa biblioteca en aquel monumental convento que los políticos fueron adulterando con añadidos de dudoso gusto. El «Mere» es muy suyo. Después de lo de Perlora fue senador en España y parlamentario en Europa. Ahora parece que discrepa con la Agrupación Socialista de Gijón. Motivos habrá para que un luchador antifranquista rompa a sus 78 años con una militancia y un compromiso ejemplares.