J. MORÁN

El rector de la basílica del Sagrado Corazón, Julián Herrojo, ha solicitado por cuarta vez a la Compañía de Jesús que retornen a la Iglesiona el sagrario original del templo y el Cristo del escultor Miguel Blay, que los jesuitas retiraron cuando cedieron la iglesia a la diócesis de Oviedo, en 1998.

El sagrario de la Iglesiona es una pieza de incalculable valor, especialmente por sus orígenes y significación. Fue confeccionado a partir de plata donada por los feligreses cuando el templo estaba siendo construido, en la década de los años veinte del pasado siglo. Además, es un pieza elaborada específicamente para la Iglesiona, pues su frontal reproduce el cuerpo central inferior de la fachada del templo. El Cristo del escultor Miguel Blay Fábregas (Gerona, 1866-Madrid, 1936) es una pieza tallada con el estilo clásico español, que fue fruto de la donación de uno o varios benefactores de la Iglesiona.

Julián Herrojo se ha dirigido ahora al superior general de la Compañía, Adolfo de Nicolás, y al provincial de Castilla, Juan Antonio Guerrero, como antes lo había hecho con los anteriores general, Peter-Hans Kolvenbach, y provincial, Joaquín Barrero. «No tenemos derecho alguno sobre ambas piezas, pues son bienes de la Compañía, que los administraba y tenía su legítimo derecho a disponer de ellos, pero apelamos a que muchos feligreses nos piden que mediemos para que regresen», explica el rector de la Basílica.

La Compañía de Jesús entregó simbólicamente el templo a la diócesis de Oviedo el día 15 de agosto de 1998, durante una misa presidida por el entonces obispo auxiliar, Atilano Rodríguez, y concelebrada por numerosos jesuitas. El día 18 del mismo mes, el ecónomo de la diócesis, José Gabriel García -que fallecería pocos días después-, y el administrador provincial de la Compañía, Salvador Galán, firmaban la escritura de cesión. La Iglesia asturiana recibía el templo gratuitamente, y por la residencia colindante pagaba 50 millones de pesetas. El templo había sido inaugurado el 30 de mayo de 1924, con la presencia del nuncio de Pío XI, Federico Tedeschini.

Tras la cesión, los jesuitas dejaron en la Iglesiona los ornamentos sagrados, los objetos de la liturgia y la decoración propia del templo, pero decidieron llevarse seis piezas: el sagrario, el Cristo de Blay -que estaba colocado en el altar lateral izquierdo-, y cuatro esculturas de santos jesuitas -San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier, entre ellos-, que estaban situados en el altar mayor . El sagrario, el Cristo y dos figuras son llevadas en ese momento a Villagarcía de Campos (Valladolid), donde la Compañía tiene una residencia. Posteriormente, el sagrario y el Cristo fueron colocados en la parroquia de la Merced de Burgos, llevada por los jesuitas, «donde sin duda serán de admiración para muchos», comenta Herrojo.

Cuando las seis piezas son sacadas de la Iglesiona, la decisión es muy discutida entre los jesuitas gijoneses. Algunos, como el Padre José María Patac (1911-2002), se mostraron dolidos, aunque aceptaron lo hechos con obediencia ignaciana. En el lugar del sagrario original, la Compañía coloca otro sagrario, «de plata y de estilo monumental, fabricado por la casa Belloso, y que podría haber costado varios millones de pesetas de las de entonces», señala Julián Herrojo.

El sagrario original de la Iglesiona fue realizado por la casa Tiestos, de Barcelona, también encargada en su día de construir los púlpitos y de elaborar trabajos en metal para el templo, como arañas o candelabros. Se trata de una pieza de grandes dimensiones, con forma de basílica romana -cuadrangular-, que reproduce en su frontal el gran arco de medio punto de la fachada de la Basílica (el mayor de España en el momento de su construcción). El sagrario consta de tres capas. Una exterior, de plata labrada con numerosos adornos; otra intermedia, de maderas nobles y olorosas; y una interior, de oro. Figuras, también en plata, de los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael rodean la pieza.

El sagrario sufrió graves daños durante el incendio del templo, el primero que ardió en España, el 15 de diciembre de 1930, en los meses previos a la República. La pieza fue arrastrada y golpeada por los incendiarios, y fue echada después a una pira formada por los bancos, los confesionarios y las imágenes de cedro policromado del escultor Coullant Valera que estaban situadas en el altar mayor. Todo ello ardió bajo la primera bóveda del templo. La pieza fue reparada hacia 1942 en los talleres Granda, de Madrid.

El Cristo de Miguel Blay, que bendijo el general de los jesuitas, Wlodomiro Ledochowski, el 21 de agosto de 1924, también fue objeto de violencia en esa misma jornada del incendio, aunque las versiones son diversas. Cierta tradición oral dice que cuando una de las personas que incendiaban la Iglesiona intentaba arrancarlo de su cruz sonó un disparo desde el coro, atribuido al jesuita Padre Elorriaga, que acabó con la vida del primero, un gijonés apellidado Tuero. Sin embargo, otra versión dice que Tuero fue abatido antes, y su muerte encrespó a los manifestantes de aquella jornada de huelga general, que a continuación prendieron fuego a la Iglesiona.

Los jesuitas solicitan en su día a los feligreses de Gijón que donen objetos de plata, como cubiertos o bandejas.

La finalidad es la de fundirlos y destinar la plata a la elaboración de un sagrario para el templo que entonces estaba en construccióbn, a mediados de los años veinte del siglo pasado.

El sagrario es construido por la Casa Tiestos de Barcelona.

El 15 de diciembre de 1930, el sagrario sufre importantes desperfectos en el incendio de la Iglesiona.