J. L. ARGÜELLES

Es un tipo con aire campechano que se siente un poco intruso al ver su nombre y su foto en las páginas de información cultural. Se pasó dieciséis años en los andamios, amasando pasta, dándole a la llana y poniendo ladrillos sin perder de vista la paleta y el cordel. Así que confiesa cierto nerviosismo por tener que hablar de literatura y de su primera novela, «La fe de Oimiuq», que acaba de editar el sello Lampedusa y que presentará el próximo día 8 en la Casa del Libro, en Gijón, su ciudad. Lo cierto es que Jesús Cernuda, que cumplirá 36 años el próximo marzo, ha escrito ese libro en los largos meses del año que lleva fichando y haciendo cola en la oficina de desempleo y tras recordar, como quien ve claro de pronto, que a él, en realidad, siempre le encantó escribir y leer. Sí, fue siempre un letraherido pero dejó sin cultivar esa vocación. Decidió olvidarla, más o menos, tras los sacos de cemento, en el ruido de las hormigoneras y con aquel primer fajo de dinero que ganó cuando aún no había cumplido los veinte, tras decir adiós a las aulas de Derecho.

«Durante mucho tiempo dije que no me arrepentía de nada, aunque ahora ya no estoy tan seguro», afirma Cernuda, que comparte apellido con uno de los grandes poetas españoles de todos los tiempos. Lo sabe, pero explica que sus orígenes están en La Mortera de Luarca, mientras que el autor de «La realidad y el deseo» viene de una rama andaluza. Con quien sí tiene parentesco es con el escritor de novela negra y actor Alfredo Cernuda. «Me ha aconsejado que lea a los grandes y que escriba mucho», dice Jesús, que, en realidad y gracias a la afición a los libros de su madre, Inés, siempre ha sido un lector notable pero desordenado: Cervantes, Clarín, Poe... Y añade: «Ahora he empezado con los Episodios Nacionales de Galdós; durante años he visto esos volúmenes en casa».

«La fe de Oimiuq» puede etiquetarse como literatura fantástica escrita para jóvenes. Cernuda sabe que es un relato que debe mucho a Michel Ende y a «La historia interminable»; lo admite. «Soy sincero, no entiendo de literatura, pero me gusta escribir y es algo que he hecho desde que era muy joven, cuando hacía poemas, sin acabar nada». Esta primera novela es resultado de un reto y una promesa: regalarle a su hijo, Andrés, que tiene sólo año y medio, un cuento como los muchos que Jesús ha disfrutado. «No pensaba mandar el libro a nadie, pero lo leyó mi sobrino de once años y le gustó mucho, así que lo remití a varias editoriales hasta que aceptaron publicarlo en Lampedusa», explica Cernuda.

El autor de «La fe de Oimiuq» es hijo de una típica familia obrera del barrio de El Natahoyo, con un padre soldador en la terminal de graneles sólidos (EBHI) de El Musel y una madre trabajadora en la Residencia Mixta. Pasó por el colegio Atalía y por el Instituto Número 7. «No me gustaba demasiado estudiar», indica. Por eso abandonó la carrera de Derecho.

Jesús Cernuda pertenece a esa generación que, al calor del «boom» inmobiliario iniciado a finales de los años 90, creyó ver en la construcción una salida laboral para siempre y en la que se ganaba buen dinero. Comenzó de peón de albañil y es oficial de primera: «Aquello estaba bien, porque entré ganando 156.000 pesetas de las de antes; veía que mis colegas estudiaban pero no tenían un duro; dejé una empresa para entrar en otra y jamás hasta ahora estuve en el paro». Cuenta que mira a su alrededor y ve que a aquellos que eran sus compañeros y acabaron sus carreras universitarias no les ha ido mejor: «Están tan parados como yo; trabajar cansa, pero cansa mucho más estar en el paro».

Así, lleva un año que ha aprovechado para reencontrarse con aquel otro Jesús Cernuda al que se le ocurrían versos e historias, palabras que anotaba aquí y allá. Una escritura sin más pretensión que la de contarse a sí mismo las historias que se le ocurrían y una afición que, salvo su madre, casi nadie más conocía. «Tengo otro relato ya acabado sobre el Holocausto y muchas más ideas; disfruto mucho cuando escribo», resalta, mientras explica que se ha tomado en serio el consejo de su pariente Alfredo y que la literatura le ha ayudado «a llevar mucho mejor el desempleo».

La publicación de «La fe de Oimiuq», que escribió con bolígrafo («ahora prefiero el ordenador»), ha sido una sorpresa en su mundo de trabajadores que resisten la mayor crisis económica de la democracia: «Publicar me ha motivado».