La historia de Gijón es muy larga, y muy ancha. Admite de todo. Bien lo sabía el recién desaparecido Fernando Poblet. Admite desde ilustrados con peluca de los que sabemos hasta cuántas veces en su vida tuvieron fiebre hasta esos populares desarrapados de los cuales desconocemos muchas veces incluso el nombre y en los que Poblet era experto. Todos formaron parte de la historia de la ciudad, del paisaje urbano de Gijón. No se trata de poner en el mismo saco a todos, ya lo sé. No es la misma cosa Jovellanos que el «paisanucu» que hasta hace bien poco recorría Gijón con la cara llena de mercromina. Pero sí se trata de entender que Gijón es una ciudad abierta y de tener claro también que la nunca escrita «Enciclopedia de Gijón» coge a ambos. Y con el mismo tamaño de letra. El primero en la J y el segundo en la C de Chaquetu, o en la B de Barrunta, o en la M de Mercrominu, ¿qué más da?

De don Gaspar Melchor de Jovellanos hay mucho (y bueno) escrito. Y se sigue escribiendo con perfección. Sirva como ejemplo el último número de «Cuadernos de Investigación» que edita la ejemplar Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias. Nosotros aquí, para honrar a Poblet, vamos a otra cosa. A personajes como «El Mercrominu», por ejemplo, algunas veces llamado también «Barrunta» y «El Chaquetu».

«El Chaquetu» porque llevaba una americana -siempre la misma- unas cuantas tallas más grande de la que le habría correspondido, siempre con su pantalón azul de mahón, con la misma boina negra y siempre en zapatillas de cuadros, de las de casa. ¿Era calvo «El Mercrominu»? Nadie lo sabe, la boina era sempiterna. Y, eso sí, la cara y manos siempre llenas de mercromina. Era su signo de distinción. La gente decía que era una manía de extrema limpieza, de pulcritud necesaria al vivir rodeado de basura. Deambulaba por todo Gijón, hasta hace bien poco, y la leyenda urbana dice que su nombre era Octavio y que había trabajado en la fábrica de Laviada. Y lo típico en estos personajes: que tenía una gran fortuna pero por causas varias enloqueció, barruntó, chifló. Octavio malvivió, al menos una temporada, en un bajo destartalado frente al bar El Sitio, en la calle de Numa Guilhou.

Aunque también llamaban «El Chaquetu» a otro paisano que andaba encorvado, con un bastón con cascabeles y cogiendo colillas del suelo. «Chaquetu», por lo mismo, al estar encorvado la chaqueta era para él tan larga como un abrigo.

No hay que confundir con Poquinone, también muy inclinado -el tronco casi paralelo al suelo- y que tenía el paseo de Begoña como su zona habitual de deambulación.

¿Qué fue de otro «paisanucu» que en la plazuela de San Miguel siempre iba con un radiocasete grande a todo volumen, con cintas de tonada asturiana?

Callado, siempre ataviado con una especie de gabardina (en invierno y en verano) con el aparato en bandolera y con unos cuantos coetáneos que compartían banco con él, escuchando, en silencio, casi religiosamente, a «El Presi», a Juanín de Mieres, a La Pastorina y demás. No nos confundamos, en este caso, con el gaiteru que sentado siempre en el suelo -cara hacia abajo con sombrero, nunca lo vi de pie- «amenizó» durante años la concurrida zona de la Acerona, con sus carrillos súper hinchados como si de un soplador de vidrio se tratase. Ya el maestro Fernando Poblet en su «Guía Indiscreta de Gijón», de 1980, incluye una foto de quien él llama «gaiteru civil». No pedía dinero este gaitero sin nombre, no hablaba, sólo tocaba.

El día 1 de junio de 1982 murió el palentino Benigno Piélago, «el hombre de las pérgolas», que en las pérgolas del Muro vivió durante años. El Clochard lo llamaban, y allí había hecho su casa y allí vio como se derribaba una de las dos pérgolas. Nadie lo vio fuera de ese entorno, no pedía, no hablaba con nadie, pero era enormemente popular en Gijón. En mayo del año 1982 se derribó la segunda pérgola y Benigno no aguantó vivo ni un mes.

Más frikis locales. Por ejemplo Delfina la Lloca, una mujer que andaba por Gijón, por todo Gijón, con sus piernas muy arqueadas, o una mujer muy alta que llamaban «La Calva» (porque lo era) o una lisiada de nombre «La Pancha». La Pancha estuvo muchos años recorriendo la ciudad con sus muletas y luego ya caminaba en la clásica silla de ruedas que movía dando con sus manos a la manivela. Otro marginal local. Un hombre que, hasta hace bien poco, recorría el Muro y otras partes de Gijón en verano arriba y abajo, a buen paso, a pecho descubierto, siempre con su camisa blanca en la mano. ¿Nombres y apellidos de este hombre, de «La Calva», de Delfina o de «La Pancha»? Ni idea.

Muy popular con su salacot y su traje de explorador fue Donan Pher, vendedor de bolígrafos en el rastro, «El Emperador del Bolígrafo» se hacía llamar. Su verdadero nombre era Fernando Santos Velázquez López, y murió en Pola de Siero en agosto de 2010 a los 86 años. Vendía bolígrafos, de muchos colores, mientras exhibía unas fotos suyas en muchas selvas del mundo y en las aparecía rodeado de enormes serpientes. Además de en Gijón, Donan Pher fue muy popular en Pamplona, ya que vendió bolígrafos en los Sanfermines desde 1941 hasta pocos años antes de morir. El «nombre artístico» de este vendedor, de este charlatán, provenía de jugar con las sílabas de su nombre, Fernando.

Y tantos más. Emilia Gómez, «La Perala», por ejemplo. Ataviada de forma muy estrafalaria, muy colorista, La Perala atravesaba el casco urbano procedente de Ceares donde vivía, y siempre arrastrando unos fardos de contenido misterioso. Artista, bailaora y cantante, La Perala siempre iba excesivamente maquillada y cargada de bisutería. Muy joven, a los 35 años, en mayo de 1983, murió «Emilio el de la botella». Tenía dos hijos, no se separaba de una botella siempre semi vacía y acarreaba agua de la fuente frente al ambulatorio de la Puerta de la Villa para las pescaderas que allí, al lado del Mercado del Sur, se instalaban. Les sacaba la basura a las verduleras? Lo clásico: «Tenía carrera, había ganao perres, pero el alcohol?». Cuando murió Emilio fue una tragedia entre las vendedoras.

Una mujeruca (ya septuagenaria, baja, ojos muy claros y vivos, abrigo muy largo, en origen no oscuro) recorría Gijón hasta no hace mucho, y hurgaba entre los contenedores. Siempre con una muñeca infantil entre los brazos.

Y ahora mismo, mientras esto escribo, escucho las atronadoras voces de un clásico en la zona de la estación Alsa, aunque también «actúa» en la plaza de Italia. El hombre se detiene durante una hora o más y lanza proclamas en voz muy alta pero ininteligibles como «eses flores no son para coger?» o «eso no me lo dices en la calle?» y siempre terminadas con una risotada muy sonora. Este hombre tan vocinglero aparece un día y luego no se deja ver (ni escuchar) durante meses.

¿Más información? En Internet. En páginas excelentes como gijonenelrecuerdo y recuerdogijon. Hace ya muchos años que para escribir la historia de Gijón no hace falta papel. Sirvan estas líneas, además, de homenaje póstumo a Poblet y su «Guía indiscreta».