Publica su primer libro de poemas con 68 años ya cumplidos y después de casi cuatro décadas de exhaustivo trabajo docente en las aulas de la Universidad de Oviedo, de la que es profesor honorario después de una prejubilación que le ha permitido reencontrarse con los muchos versos que ha escrito desde su vocación callada, de puertas para adentro, sin otro público que él mismo o algunos familiares y amigos. ¿Por qué esa reticencia, esa discreción? «Por pudor crítico; he criticado a los grandes, así que me daba la impresión de que lo mío no valía gran cosa», explica Antonio Bravo, que encuentra similitudes entre su caso y el del fallecido Emilio Alarcos Llorach, académico de la Lengua y catedrático que cultivó durante años el verso, una competente dedicación de la que supimos tras su muerte por el volumen («Mester de poesía») que le editó Visor, con prólogo de Ángel González. «Nos dedicábamos a la enseñanza y esto otro era algo íntimo», añade.

Bravo, que ha presidido la Spanish Society for Medieval English Language y traducido la épica anglosajona (del «Beowulf» a los «lays»), además de dirigir la revista de lengua y literatura medieval «SELIM», presentará mañana en el Ateneo Obrero de Gijón «Mitologías de cristales negros», su primera salida poética. Aguardan otras colecciones inéditas.

Este primer libro, dividido en seis partes y con prólogo del periodista Francisco Trinidad, conecta con cierta lírica social y es un explícito homenaje a la gente de las minas y al paisaje de la infancia y juventud de Bravo, el valle de Mieres y del Caudal. «Soy hijo de minero del pozo Barredo, y del barrio de Santa Marina, así que todo eso está ahí», afirma. El tono elegíaco suena en muchos de estos poemas, trenzados generalmente con endecasílabos y heptasílabos. Hay también unos cuantos sonetos.

Bravo, que publicó hace un año la novela «Los manuscritos de Santa Cruz de la Sierra», asegura que se siente próximo a la manera de entender la poesía de algunos de los poetas sociales (Blas de Otero, Hierro, cierto Celaya...), a alguna de las mejores voces de la Generación del 50 (Ángel González) y a Luis García Montero, uno de los representantes de la llamada «poesía de la experiencia». Al fondo de todos ellos puede estar el gran poeta británico W. H. Auden. «Me gusta la poesía social, pero no la más radical», matiza, tras confesar que sintió una breve atracción por la lírica «veneciana» que practicaron en sus primeros libros autores como Gimferrer o Carnero. «Es cierto que eran más floridos, pero entendí que no me llegaban», añade.

El profesor, que vive en Gijón desde hace años y tiene en Mieres su paisaje sentimental, ha encontrado en la mina y sus gentes -ese mundo que se apaga- uno de los temas centrales de su poesía. Pero pone prudente distancia con tanta mala poesía minera como se ha escrito: «Hay mucho ripio y demasiado tópico». Y tampoco quiere volver a la novela. Recuerda que «Los manuscritos de Santa Cruz de la Sierra» le tuvo ocupado casi cinco años: «Es una historia que tenía ahí, clavada, pero lo que me ha interesado siempre es la poesía, que es con lo que sigo ahora».