Optó ayer por el traje convencional de dos piezas, pero los gijoneses están acostumbrados a ver a José Antonio García Santaclara, o sea, al cura Santa, ataviado de manera más informal: chalecos, sandalias, camisas por fuera del pantalón, boina en ocasiones y sus luengas coleta y barbas blancas. Tiene algo de misionero que, recién regresado de las selvas, se da cuenta de que la ciudad tiene también algo de selvático y que casi siempre llevan las de perder los más pobres, los vulnerables, los enfermos, los marginados... Morciniego nacido en Peñerudes, en 1943, este sacerdote singular y carismático lleva décadas entregado a los demás y está considerado como el sostén imprescindible de la Fundación Siloé, que ya fue medalla de plata de la ciudad por su trabajo desde 1999. Una institución que es prolongación de "Chavales en libertad", creada hace cuatro décadas. Y una entidad que empezó a ayudar en los años ochenta a personas con VIH-Sida en fase terminal, abandonados.

De García Santaclara, hay quien dice que es el cura que da casa, educación y, quizás, lo más importante: afecto. De ahí que la alcaldesa de Gijón, Carmen Moriyón, propusiera a este sacerdote que se educó con los hermanos de la Salle, en Mieres, que estudió en el Seminario de Oviedo e hizo vida monástica con los trapenses y con los hermanos de San Juan de Dios, como hizo adoptivo de Gijón. Trabajó en el Psiquiátrico de Oviedo, con los emigrantes, en la cárcel del Coto y en Palestina, con el Teléfono de la esperanza y allí donde se le ha pedido consuelo. Hijo adoptivo por unanimidad. "Mi profundo agradecimiento por esta generosa concesión; es un estímulo para preservar en el servicio a la sociedad y espero no defraudar", respondió desde el escenario del Jovellanos. Modesto, como si sus servicios no estuvieran ya acreditados. Citó a San Juan de la Cruz. Dijo que está, como el poeta y místico, en un estado próximo a la tarde del "examen del amor". Pidió amor a los niños, también a los de las pateras. "¡Que nuestra fiesta no tenga fin!", deseó.