La figura de la semana

Ataúlfo Blanco, un chigrero leal para el altar del pueblo

Culé y rojiblanco, el consagrado hostelero salió adelante con sacrificio hasta convertir su sidrería en una casa abierta que sirve raciones de gijonesismo

Ataúlfo Blanco Marina

Ataúlfo Blanco Marina / Mortiner

I. Peláez

I. Peláez

Cruzar la puerta de Casa Ataúlfo supone siempre un chute de gijonesismo. Un chigre donde cada día se cocina algo más que la angula, chipirones rellenos en su tinta o el pastel de centollo. Un punto de encuentro para los "playos", abierto siempre al foriato de calidad y plagado de sabiduría popular al que Ataúlfo Blanco Marina fue dando solera. Llambión como el que más, a este célebre hostelero le privan los callos y sacia su sed con el agua con gas de "Perrier". ¿Un pescado? "El rey". ¿Un menú para el día de Begoña? "Salpicón de bugre, chipirones de potera y ventrisca a la plancha". Hoy se jubila Ataúlfo Blanco, pero su legado ahí queda.

Llegó al mundo el 11 de marzo de 1950 (mañana celebrará su 74 cumpleaños) en el seno de una familia humilde que se dedicaba al campo. Hijo de Amparo, madre soltera, algo complejo en aquellos tiempos, se crio con sus abuelos, Manuel, que se ganaba la vida haciendo madreñas y como sepulturero, y Encarnación. Una infancia de necesidades. Fue al cumplir los ocho años cuando abandonó su aldea natal de La Riera, en Colunga, cuando puso rumbo a Gijón. En el Hogar de San José, como interno, comenzó a hacerse adulto a pasos agigantados entre juegos, travesuras y estudios, unos ingredientes que generaron un recuerdo imborrable que le llena de emoción cuando recuerda aquella dura niñez con la que le tocó lidiar. La imposibilidad de seguir profundizando en lo académico (una espina que le llevó a inculcar a sus tres hijas la importancia del estudio, a las que siempre educó en libertad) motivó su debut detrás de la barra desde bien joven. Con apenas 14 años llegó a una profesión que, poco a poco, con mucho sacrificio y exquisita dedicación, le encumbró como referente.

En Casa Villa, en el Muelle, llegaron sus primeros pasos en el oficio. Luego llegó la cafetería Montequín, y más tarde La Criolla, en la calle Uría, donde asentó las bases de su criterio hostelero. Según propia confesión, siempre tuvo al añorado "Vitorón", como uno de sus referentes. Entretanto, se casó en la Villa con Rosa Vitienes, Rosi, en noviembre de 1976, un matrimonio del que nacieron tres hijas: Montse, Vanesa y Virginia. "Además de buena sidra, es imprescindible una cocina de calidad. Mi mujer está al mando de los fogones y esa sigue siendo una de las claves: que la familia esté metida en el negocio, si no sería imposible", Ataúlfo dixit. La consagración comenzó el actual establecimiento de la calle Cabrales, convertido en un punto de encuentro para los parroquianos de Gijón en busca del altar del pueblo que constituye la barra del chigre. "La sidrería es su vida", reconoce su familia. Una vida plagada de buenos momentos que, desde el compromiso hostelero, le sirvió para entablar amistades duraderas y verdaderas. Entre conversaciones y partidas a las cartas, de las que disfrutaba entre los servicios de comida y cena en lugar de irse a casa a descansar. Porque el chigre también era su casa. El lugar en el que disfrutaba del fútbol, con el Sporting (ningún gijonés habrá sin un calendario de las jornadas cuando empieza una nueva Liga) y con el Barça. Cuentan que, si los culés ganaban, lo notaban sus hijas al día siguiente porque había visita al kiosco para celebrarlo.

Esa abnegación porque todo saliera bien en cada comanda le restó muchos momentos con su familia. Es por ello que los días de descanso en el chigre eran la gran fiesta para sus hijas. Entre la rutina de esos lunes libres están los desayunos con Rosi en el Cisne, la visita obligada al Mercado del Sur y los paseos por el Muro. No faltan en sus descansos las películas. Le gusta verlas de seguido, una tras otra, para luego comentarlas en casa, aunque su familia tenga que tirar de talento para saber de qué largometraje se trata porque casi nunca recuerda los títulos. También hay música, en especial desde que empezó a tener móvil (se resistió, porque todo el mundo sabía dónde encontrarle, pero al final cayó) y cuentan que alguna vez se le vio escuchando a C. Tangana. Ahora llegará "un lunes perpetuo" en el que poder disfrutar del merecido descanso y, especial de sus cinco nietos. De los partidos de fútbol de Jaime y los de voleibol de Lucía. También de Marta. Y ya planea una visita a Tarragona, donde vive su hija Montse y sus nietas Cecilia e Inés.

Con la enfermedad y la caída que sufrió en la sidrería hace unos años rebajó la intensidad, pero no el compromiso ni la calidad del producto. Contó con el hombro de su hermana María José para apoyarse y mantener intacto el negocio. Pero en cuanto podía, allí que estaba presente. De hecho, hasta llegó a pedir el alta voluntaria en 2022, después de sufrir un ictus, porque llegaba la Semana Grande y no podía no estar en el chigre.

Siempre prudente y respetuoso, socarrón cuando está en confianza, inteligente gracias a sacar matrícula en la universidad de la vida, Ataúlfo fue para muchos gijoneses (para los que siguen y para los que ya no están) el mejor confesor y un hombro en el que apoyarse. Leal, fiel, generoso, cumplidor y trabajador son rasgos que emanan de su persona en la misma proporción que el tamaño de los percebes, quisquillas, centollos y cigalas que exhibe en la pecera de un chigre que hoy despide a un icono de la hostelería local. A buen seguro, será en olor de multitudes. Gijón cierra hoy otro capítulo de su historia.

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