La historia del mítico reloj que pasó por la calle Corrida y la Plazuela hasta llegar a Isabel la Católica: ¿Cómo está ahora?

La historia de una singular pieza cuya recuperación se ha solicitado recientemente

Una vista del reloj ubicado en la calle Corrida.

Una vista del reloj ubicado en la calle Corrida.

Héctor Blanco

Héctor Blanco

Hace 125 años Gijón estaba inmersa en los preparativos de la Exposición Regional, el gran evento que en el verano de 1899 mostró la pujanza industrial y comercial de Asturias y que fue un absoluto éxito.

El evento también resultó estratégico para dar mayor proyección a la ya consolidada temporada estival gijonesa, lo que obligó a redoblar esfuerzos para lograr que los espacios públicos más representativos del centro urbano no desmereciesen frente al esplendor que mostraba el recinto ferial montado en los Campos Elíseos. Una de las actuaciones que con este fin se pusieron en marcha desde el Ayuntamiento fue la reforma integral del primer tramo de la calle Corrida, conocido como el Boulevard, entre las calles San Antonio y Munuza. Nuevo arbolado de tilos, novedosas farolas que incluían focos eléctricos, un asfaltado impecable y, como complemento añadido a última hora, un reloj.

Hoy vemos una pieza de este tipo como algo meramente decorativo, pero un reloj público entonces era un elemento relevante teniendo en cuenta que gran parte de la sociedad no podía permitirse tener uno particular. Los existentes se contaban literalmente con los dedos de una mano, ubicados en las fachadas de los edificios más relevantes, como el Ayuntamiento, el Instituto, la Estación de Langreo o la Torre del reloj. Uno más, y con la característica de ser bien visible en la principal calle del casco urbano, era una inversión conveniente.

A la izquierda, detalle del reloj, año 1915. A la derecha, última etapa del reloj en la calle Corrida, 1928. Debajo, estado actual de la columna del reloj. | C. Suárez. Muséu del Pueblu d’Asturies / H. B.

Última etapa del reloj en la calle Corrida, 1928. / Héctor Blanco

La estructura de hierro para albergar el reloj fue encargada a Antonio Echeverría, propietario de las Grandes Fundiciones de Molinao, ubicadas en Pasajes, Guipúzcoa. En esta factoría ya se había realizado en 1895 un reloj de columna para el paseo de la donostiarra playa de La Concha, volviendo a utilizase los mismos moldes para la pieza encargada para Gijón; si bien singularizada, incluyendo en su base el nombre de la ciudad y la fecha de fabricación, así como el escudo de nuestro municipio como remate. Curiosamente, en cada una de las dos partes que componen el pedestal sólo vemos una discreta M como marca de fábrica.

La pieza resultó llamativa por ser un reloj de columna –aún no existían los que hoy están en el Muelle– pero más aún por ser de doble esfera y contar con iluminación interna. Inicialmente el sistema previsto con tal fin era de gas, de ahí la robustez del báculo y su pie debido a que debían de albergar las correspondientes cañerías y contador, respectivamente. No obstante, la contabilidad municipal ya refleja que antes de que acabase el año el reloj ya contaba con iluminación eléctrica.

Colocado en el final del Boulevard, a la altura de la calle de Munuza, entró en funcionamiento en el mes de agosto, tras encargarse al relojero Juan Goutayer la instalación y puesta en marcha del mecanismo, así como el “bronceado” –el pintado en color verde bronce– de toda la parte férrea.

El reloj ausente

El reloj ausente / Héctor Blanco

Gracias a la Fototeca del Muséu del Pueblu d’Asturies podemos llegar a ver en detalle cómo las esferas del reloj contaban con doble numeración, siguiendo los modelos habituales de los relojes de las estaciones de ferrocarril, con el fin de reflejar las 24 horas con que cuenta cada jornada. Así, dos círculos concéntricos recogían una primera serie de números romanos –con el uso de IIII en vez de IV característico en horología– representando las primeras 12 horas y una segunda con numeración arábiga para las horas 13 a la 24.

Se dio la circunstancia que el reloj de la calle Corrida acabó teniendo la relevante función de regular la exactitud de los horarios de salida tranviarios desde el centro urbano, por ello en la década de 1910 la Compañía de Tranvías se hizo cargo de su funcionamiento, encomendando al relojero Asterio Magide su mantenimiento. Su pundonor profesional le llevó a colocar su apellido en el centro de las esferas del reloj y también, bajo las mismas, sendas placas con la referencia “Hora oficial” que garantizaba poder precisar.

Mediada la década de 1920 se consumó una importante reforma urbana, la ampliación de la plaza del Carmen, que incluyó la demolición de los edificios de la calle Corrida ubicados en el tramo en el que se encontraba el reloj. No consta el motivo por el que este no fue trasladado al centro de la nueva plaza, la opción que parece más lógica, y se optó por su emplazamiento en la plaza de San Miguel en el otoño de 1928. A partir de ese momento la Compañía de Tranvías se desentendió de su mantenimiento alegando que ya no le prestaba el servicio requerido en la cabecera de la línea de Somió y el reloj pasó a tener una conservación deficiente que provocó que fuese habitual su desajuste cuando no su paro permanente. De hecho, si la frase coloquial “estar como un reloj” sirve para indicar la buena salud de una persona, en el Gijón de posguerra “estar como el reloj de la Plazuela” servia para expresar lo contrario.

Se mantuvo en esa ubicación durante tres decenios, mudando su color oscuro por el blanco en la década de 1940, hasta que en 1958 fue trasladado al parque de Isabel la Católica renovándose esferas, agujas y cabe suponer que también su maquinaria. En los años posteriores, ya con los relojes de pulsera convertidos en un complemento habitual, su carácter funcional fue cada vez más secundario pasando a convertirse en una curiosidad histórica.

Hacia 1996 o 1997, según unas referencias por la caída de un árbol o según otras debido a labores derivadas de una tala, se desmontó la caja del reloj y la zapata que la sustentaba, quedando en pie sólo la columna que actualmente podemos ver en la zona de juegos infantiles.

El reloj ausente

El reloj ausente / Héctor Blanco

Esta pieza es hoy otra más del conjunto de obras artísticas que atesora este parque y que, entre monumentos conmemorativos, esculturas y mobiliario urbano histórico, constituyen la colección de ese noveno museo municipal no reconocido, cuyas piezas sufren la falta de un adecuado plan de mantenimiento así como de una adecuada identificación.

Hace unas semanas se ha solicitado formalmente la recuperación de esta pieza con motivo de su 125º. aniversario, completando las partes faltantes y volviendo a recuperar su carácter funcional. Se consiga esto o no, no cabe duda de que establecer un plan para garantizar la adecuada conservación y la puesta en valor de todo el patrimonio artístico de este parque es un asunto que también lleva demasiado tiempo ausente de las prioridades de nuestros munícipes.

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