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Juan Manuel Moreno Cubino

Miseria moral en el PP y en toda la política

Tras la crisis en el principal partido de la oposición

No seré yo quien defienda la política obstruccionista, negacionista y arrogante hacia el Gobierno del país ejercitada por Pablo Casado desde que fuera elegido presidente del PP hasta la crisis actual que lo va a llevar al abandono de la política. Nunca lo he hecho y no lo voy hacer ahora. Tampoco me concierne la suerte que pueda correr ni el PP, ni el propio Casado.

Donde sí quiero poner el acento es en toda esa gente que, compartiendo sus discursos y decisiones las jalearon sin reparo y con energía, entusiasmo y convicción. Gente que tanto le debe en el organigrama político lo ha traicionado sin importarle el quebranto moral que supone pasar de la lealtad a la deslealtad, de la amistad al desencuentro y de éste al olvido. Cuando está en juego conservar privilegios y prebendas los aduladores, al igual que las ratas, se precipitan a abandonar el barco en busca de un nuevo timonel que dé continuidad a su forma de vida (en Asturias vivimos el caso de Fernández Villa).

Este tipo de gente cuyo auto de fe se pone a prueba en cada convulsión política, se dé dónde y en la forma que se dé, son animales camaleónicos mutantes entre afectos inquebrantables y desafectos inquietantes. Dicho de otra forma, esbozan la imagen más despiadada y odiosa del materialismo arribista como vía de subsistencia. Asimismo, transmiten la sensación de que la sede de Génova hubiese estado tan oscura y tan mal iluminada que, al encenderse la luz todo fuera desorden, bazofia y caos del que se quiere huir. No es la miseria material y orgánica la que los hace huir, sino su propia miseria moral. Gente ésta con bajo instinto ético moral que solo metaboliza la codicia por la codicia.

A mi modesto entender creo que esta crisis viene de más largo. Pienso que tanto Casado como su equipo más próximo la vieron venir antes, quizá no de forma tan arrolladora, e intentaron librar un golpe de efecto en clave de cónclave itinerante nacional susceptible a reforzar el culto a la personalidad del presidente del PP. A pesar del dopaje de euforia placentera suscrita por parte de los compromisarios (famosos maestros de ceremonias incluidos) no todos ni todas las adhesiones, como se ha visto, eran sinceras, aunque Casado y su equipo se las creyeran. Solo así se explica que siguieran con la culpabilización y ensañamiento hacia toda iniciativa política del Gobierno. No se dieron cuenta o no quisieron que en la misma medida que escupían esa violencia verbal abrían la desconfianza potencial en los poderes reales del PP, es decir, el social conservadurismo económico y mediático como patentes de inversión política y social. Dicho de otro modo, los poderosos poderes necesitaban de una revolución quirúrgica como alternativa a la deriva extrema del PP, así que forzaron a que la nave virase la proa hacia La Moncloa con escala en Galicia.

Por tanto, el desenlace estaba previsto, solo faltaba que se produjera el último o últimos deslices. Y, se produjeron: las fallidas elecciones de Castilla y León que dejan al PP en situación en extremo crítica para gobernar. La vía del espionaje (al estilo Villarejo) como vía de extorsión en cuanto a neutralizar al contrincante político, aunque fuese de su propio patrocinio, sin pruebas sacadas a la luz sobre la intermediación comisionista del hermanísimo de la lideresa de la Villa y Corte. La misma que cambió el bienestar del servicio público por una caña entre amigos y ladridos contra el Gobierno mientras facilitaba contratos para que los suyos hicieran negocios con la pandemia.

Tal parece que la una y el uno, los otros y el resto, se estuviesen disputando los derechos de autor de la miseria moral y cínica. Patético y penoso.

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