Plurinacionalidad del Estado

Una cuestión trascendente

Ricardo Gayol

Ricardo Gayol

La tan mentada polarización política en nuestro país, que además ahora alcanza su nivel más álgido ante la cita electoral del 23J, tiene una de las bases más candentes en la concepción del modelo de Estado, que cada opción política tiene acuñado en su discurso básico.

Los grupos que abrazan el nacionalismo español sin límites, como el PP y Vox, más otros menores en el arco parlamentario, no solo infravaloran la dinámica de interseccionalidad en las políticas de Estado de los grupos con una identidad diferenciada sobre su pertenencia nacional propia o su proyecto independentista, sino que descalifican sin reservas a quienes dialogan o acuerdan con tales grupos cualquier materia, aunque no tenga relación con el aspecto identitario. Esto llega al punto de considerar quasidelictivas las relaciones políticas que los propician.

Por otra parte, los socialistas ejercen en este tema una especie de centro político, que bascula entre la oportunidad y el dogmatismo españolista para pactar in extremis, pero guardando la ropa para que no le salpique en exceso. Lo cual le sirve de poco, pues al final se ven increpados por las derechas, inasequibles a todo entendimiento. Su opción federalista inconclusa hasta ahora no ha tenido traducción real, aunque pueda inspirar algunas decisiones parciales, que pueden contribuir a aminorar conflictos.

Desde la izquierda transformadora hay otra concepción más sostenible y coherente, tanto en el caso de Unidas Podemos (ahora Sumar), como obviamente desde las opciones netamente nacionalistas o independentistas, que se mueven en un marco jurídico-político que concibe la plurinacionalidad del Estado como un elemento clarificador de las relaciones entre el estado español y las nacionalidades y regiones que lo integran, pero que precisa ser formulado correctamente para respetar el juego democrático con todos incluidos, como lo demuestra hoy la realidad electoral del Estado. ERC, EH Bildu y BNG actúan con ese talante, como el mismo PNV o PDeCAT, sin renunciar a su ideario máximo. Mientras que Junts y la CUP mantienen un radicalismo más ostensible, pero que respeta la normalidad parlamentaria.

La España plural que representa la composición parlamentaria hoy requiere avanzar en un nuevo concepto del modelo de Estado que ya no puede obviar esos hechos diferenciales, no solo con un mero reconocimiento constitucional formal, sino como respuesta política efectiva a esa plurinacionalidad. En este contexto, cabe formular distintas alternativas: un federalismo asimétrico, que diría Pasqual Maragall, comprometido con un autogobierno de amplio espectro; o un marco confederal pactado que cuente con el apoyo de cada territorio en las consultas pertinentes.

Si ninguna de esas dos opciones fuera viable, nos veríamos abocados más pronto que tarde a referéndums de autodeterminación, cuyo resultado es cada vez más incierto, amén de la crisis que provocan en el conjunto del país.

Por ello, trabajar por un nuevo modelo de Estado inclusivo, pero plural es hoy por hoy una obligación ineludible para toda opción de progreso, frente al españolismo trasnochado de los nostálgicos de una España uniforme, que sencillamente no existe.

La tan mentada polarización política en nuestro país, que además ahora alcanza su nivel más álgido ante la cita electoral del 23J, tiene una de las bases más candentes en la concepción del modelo de Estado, que cada opción política tiene acuñado en su discurso básico.

Los grupos que abrazan el nacionalismo español sin límites, como el PP y Vox, más otros menores en el arco parlamentario, no solo infravaloran la dinámica de interseccionalidad en las políticas de Estado de los grupos con una identidad diferenciada sobre su pertenencia nacional propia o su proyecto independentista, sino que descalifican sin reservas a quienes dialogan o acuerdan con tales grupos cualquier materia, aunque no tenga relación con el aspecto identitario. Esto llega al punto de considerar quasidelictivas las relaciones políticas que los propician.

Por otra parte, los socialistas ejercen en este tema una especie de centro político, que bascula entre la oportunidad y el dogmatismo españolista para pactar in extremis, pero guardando la ropa para que no le salpique en exceso. Lo cual le sirve de poco, pues al final se ven increpados por las derechas, inasequibles a todo entendimiento. Su opción federalista inconclusa hasta ahora no ha tenido traducción real, aunque pueda inspirar algunas decisiones parciales, que pueden contribuir a aminorar conflictos.

Desde la izquierda transformadora hay otra concepción más sostenible y coherente, tanto en el caso de Unidas Podemos (ahora Sumar), como obviamente desde las opciones netamente nacionalistas o independentistas, que se mueven en un marco jurídico-político que concibe la plurinacionalidad del Estado como un elemento clarificador de las relaciones entre el estado español y las nacionalidades y regiones que lo integran, pero que precisa ser formulado correctamente para respetar el juego democrático con todos incluidos, como lo demuestra hoy la realidad electoral del Estado. ERC, EH Bildu y BNG actúan con ese talante, como el mismo PNV o PDeCAT, sin renunciar a su ideario máximo. Mientras que Junts y la CUP mantienen un radicalismo más ostensible, pero que respeta la normalidad parlamentaria.

La España plural que representa la composición parlamentaria hoy requiere avanzar en un nuevo concepto del modelo de Estado que ya no puede obviar esos hechos diferenciales, no solo con un mero reconocimiento constitucional formal, sino como respuesta política efectiva a esa plurinacionalidad. En este contexto, cabe formular distintas alternativas: un federalismo asimétrico, que diría Pasqual Maragall, comprometido con un autogobierno de amplio espectro; o un marco confederal pactado que cuente con el apoyo de cada territorio en las consultas pertinentes.

Si ninguna de esas dos opciones fuera viable, nos veríamos abocados más pronto que tarde a referéndums de autodeterminación, cuyo resultado es cada vez más incierto, amén de la crisis que provocan en el conjunto del país.

Por ello, trabajar por un nuevo modelo de Estado inclusivo, pero plural es hoy por hoy una obligación ineludible para toda opción de progreso, frente al españolismo trasnochado de los nostálgicos de una España uniforme, que sencillamente no existe.

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