Opinión

Los muertos de Ayuso

Es difícil encontrar un calificativo que describa el nivel de ruindad y vileza al que ha llegado Díaz Ayuso con sus explicaciones en la Asamblea madrileña sobre los 7.291 muertos en las residencias de Madrid durante la pandemia y con sus esfuerzos para que las actas de la policía local no sean públicas. Su "se iban a morir igual", además de falso, como demuestran los datos de la propia comunidad que revelan que el 65% de los mayores ingresados en similares circunstancias se salvaron, es impropio de un ser humano con un nivel mínimo de empatía. En realidad, Díaz Ayuso no pasa de ser una marioneta que repite lo que le dicen por el pinganillo o farfulla lo que alcanza a leer en los papeles que le escriben.

Ayuso no opinaba lo mismo cuando empezó a hablarse de este tema, al principio de la pandemia lo consideraba muy grave, y no dudó en utilizar a los muertos contra Pablo Iglesias, cuyo ministerio según ella, tenía las competencias sobre las residencias. Repitió machaconamente este argumento hasta conseguir dos objetivos, uno, que muchos le creyeran e incluso hoy sigan considerando a Iglesias responsable y otro, dar largas al tema, hasta que fuera difuminándose como todo lo que tiene que ver con la actualidad política, sobre todo con lo que no le conviene al Partido Popular.

Hay que ser muy cruel para dejar morir a los ancianos sin ningún tipo de cuidados, hay que ser muy insensible para decir "se iban a morir igual" sin inmutarse. Hay que ser villano y clasista para abandonar a quienes no tenían seguro privado. Es cierto que pese al traslado, algunos habrían muerto, pero no sería igual, dejarlos en las residencias era condenarlos a una muerte segura y dolorosa a todos, y no es igual morir en una sala de cuidados paliativos de un hospital, que hacerlo como un perro abandonado, en la soledad de una habitación en una residencia, donde algunas víctimas permanecieron muertas varios días.

Ayuso está en contra del aborto y la eutanasia, legisló para limitar su alcance y cuando el gobierno central anuló la ley madrileña, se erigió en adalid del derecho a la vida y recurrió al Constitucional que rechazó sus recursos. Niega aborto y eutanasia con todas las garantías, pero deja que 7.291 ancianos se mueran sin asistencia. No cabe mayor degradación. A esta mujer, no le importan la muerte ajena, la eutanasia ni las víctimas de ETA, pero por réditos electorales, utilizará cualquiera de ellas sin sonrojarse.

Su falta de valores y el desdén por la democracia, son una constante en su carrera, despachó en la Asamblea madrileña las comisiones de su hermano con un "Bueno, de verdad, hasta luego. Da igual... ¡paso!", y a la por entonces portavoz de Mas Madrid con un "La curva de la pandemia está mustia como su boca". Su respuesta a las preguntas incómodas de la oposición son el desprecio, los insultos y las descalificaciones personales.

Si antes no tiene que rendir cuentas en algún juzgado, cuando deje de ser útil la apartarán; si tiene suerte saldrá por una puerta giratoria, sino, irá al armario de las marionetas rotas, donde envió a Casado.

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