Opinión

El orgullo gijonés por su pasado

La inauguración de la exposición «Orto y ocaso. Vidrio y loza en Gijón», una muestra que reúne 608 piezas impecables, entre objetos y documentos que reconcilian a los gijoneses con su historia, debe servir como punto de inflexión para lograr que la ciudad recupere confianza en sí misma. Que cada ciudadano lo haga. Gijón siempre ha sabido reinventarse, a pesar de los múltiples desprecios que ha sufrido en las últimas décadas por parte de los distintos gobiernos nacionales. El último varapalo, inexplicable salvo que se apliquen las reglas del trile, ha sido el vial de Jove. Pero ahí están la estación intermodal, el plan de vías, la Zalia... Quizás recorrer el camino ya andado, apostando por las señas de identidad, por defender lo nuestro, sirva para conquistar el futuro que merecen los gijoneses. Sin depender de promesas vacías (o incluso falsas, como se ha podido comprobar recientemente) que llegan desde una capital que hace años dejó de mirar para esta ciudad, salvo cuando quiere, claro, escapar del calor. Esta «vía gijonesa» que ahora comienza, con la primera exposición organizada por el Ayuntamiento en el Palacio de Revillagigedo, gracias a la cesión del uso del espacio por parte de la Fundación Cajastur, debe ser el sendero que permita a Gijón recuperar los años perdidos. 

El estreno de la exposición ante las autoridades, que ya tuvo ayer los primeros intentos de visitantes para poder contemplarla, fue multitudinario y dejó varias conclusiones claras. Por un lado, el orgullo de los gijoneses de su pasado. Un pasado que recordar y del que aprender para evitar los errores en el futuro. Por otro, el convencimiento de que Gijón es una ciudad de oportunidades, acogedora y capaz de conseguir lo que se proponga. Pero lejos de ese «grandonismo» con el que, por desgracia, muchas veces Gijón ha llevado la penitencia. Apostar por cosas tangibles y que dependan de los gijoneses. Ahí está Naval Gijón, cuya compra de los terrenos portuarios está ya más cerca desde el pasado martes. O la gran oportunidad que supone Tabacalera, por citar otro ejemplo cultural de calado que resultará tan beneficioso como el hecho, gracias a la buena predisposición de las partes, de reabrir las puertas del emblemático Palacio de Revillagigedo para la ciudad. 

Gijón no puede caer en derrotismos. Porque es capaz de levantarse. Y quizás en la cultura tenga el flotador al que agarrarse tras el último jarro de agua fría. No es casualidad que ayer mismo se inaugurasen tres exposiciones de nivel en apenas 300 metros. «Kilos de oxígeno en la zona de intercambio», de Eugenio Ampudia, en el Barjola, y «Camín de memoria», de María Jesús Rodríguez, en Galería Llamazares, además de «Orto y ocaso». Parece que la «vía gijonesa» tiene que ser ese salvavidas que necesita Gijón.