Opinión | Nuevas epístolas a "Bilbo"

Envidia cochina

Sobre "La última función"

Termino de leer, "Bilbo", "La última función" (Tusquets editores, 2024), de Luis Landero, y no salgo de mi asombro. Colgado del asombro, corroído por la envidia más insana que puedas imaginar hacia el autor de la novela, me apresuro a confesarte el gozoso descubrimiento de su lectura. Si obras anteriores como "Juegos de la edad tardía" o "La vida negociable" ya causaron mi admiración hacia el narrador mentado, esta me ha dejado turulato. Otro día quizá te relacione las sorprendentes cualidades literarias, ahora prefiero que saborees algunos de los párrafos que utiliza para describir al exconcejal Andrés Cruz, un personaje secundario, a quien atribuye un pesimismo poco menos que crónico.

[…] Como prueba de su doctrina, ahí estaba también el caso de los periódicos y noticias del día. En ellos aparecen relumbres de gente que cruza un instante por sus páginas, o por las voces e imágenes de la radio y la televisión, y de la que ya nunca más vuelve a saberse nada. ¿Qué fue de aquel herido en accidente o en reyerta? ¿Mejoró? ¿Albergó en su corazón ánimos de venganza? Hubo un terremoto o un huracán en el Caribe. Muy bien, pero ¿y luego? ¿Qué pasó con los afectados? El que perdió su hacienda, ¿cómo salió adelante? ¿Se llevaron a cabo, y de qué forma, las ayudas prometidas por el Gobierno o los gobiernos de otros países solidarios? Silencio y misterio.

"Bah, todo es fragmentario y accidental, nada es completo ni absoluto. Todo es fugaz y nada es perdurable", y tiraba el periódico en la mesa, como si se descartara de un naipe perdedor. Y lo mismo ocurría con los personajes secundarios de la novela, el cine o el teatro, para los cuales no suele haber desenlace. Y lo mismo en la vida. Conocemos gente, multitud de gente al cabo de una vida, y casi todo son trozos de historia, destellos en la noche, principios de argumentos que cesan de golpe, sin planteamiento, nudo y desenlace. Eso es todo a lo que podemos aspirar: bocetos, anécdotas sueltas, astillas, migajas, mondas, desperdicios…

"Pero tú sigues leyendo como siempre", le decíamos. "Algo al menos es cierto y perdurable: tu afición a los libros". "Pamplinas", decía él. "Todo es producto del azar", y contaba que, siendo jovencito, sus padres mejoraron la decoración de la casa con uno de esos muebles que tienen una vitrina para los licores y una estantería para las enciclopedias. "Pues bien, mi hermana salió alcohólica y yo salí lector. Ahí tenéis las ventajas y los peligros del progreso y la modernidad".

Entenderás, "Bilbo", la cochina envidia confesada. Tal me parece que Luis Landero da sopas con honda al aclamado y cacareado realismo mágico.

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