"Abróchense los cinturones y pongan su asiento en posición", así comenzamos muchos de nuestros días. Ponemos el piloto automático y vamos haciendo las tareas del día o nos vamos ocupando de lo que nos toca con una rutina que roza, justamente, el automatismo.
Vamos tan deprisa que no hay tiempo para reflexionar, pensar, pararse y eso acaba produciendo un tremendo agotamiento que se traduce en un "no sé qué me pasa". Ya hemos hablado de la sociedad y el tiempo que nos ha tocado, pero hoy he querido pensar en el piloto automático cuando educamos y las consecuencias del mismo.
Sería una ilusa, y además estaría completamente equivocada, si pensase que cada docente, de la etapa que sea, llega (o mejor dicho llegamos) con el máximo de energías, de motivación y de ganas todos y cada uno de los días que entramos en el aula. Por supuesto que no, pero de ahí a actuar mecánicamente hay un buen trecho y la oportunidad la tenemos también porque cada clase es distinta, ocurren cosas diferentes y no sabemos a ciencia cierta qué puede pasar o qué nos dirá nuestro alumnado tras una actividad o al plantearle una cuestión.
Cierto que para que esto sea así se debe tener una dinámica de aula que permita que estudiantes y docentes puedan interactuar, de ese modo, las inercias de nuestro piloto automático serán menos porque nos supondrá estar en una actitud activa y productiva.
Soy consciente de que también nos pesa la autoexigencia, la burocracia, el papeleo interminable y nuestros propios problemas personales, pero debemos procurar que todo eso no pueda más que nuestras ganas de enseñar y de aprender. Creo que es importante, en este sentido, que nos movamos para promover una cultura del pensamiento en nuestras aulas. Este término se acuñó a finales de los años 90 del pasado siglo en el marco del Proyecto Zero de la Universidad de Harvard. Autores como David Perkins, Robert J. Swartz, Ron Ritchhart, Howard Gardner o Shari Tishman impulsaron la idea de llevar a las aulas este modo de funcionar que implica que preparemos a nuestro alumnado de tal modo que aprenda a resolver problemas con eficacia, a tomar buenas decisiones y, como dice Perkins, "a disfrutar de toda una vida de aprendizaje".
No hace falta pararse mucho para darse cuenta que si llevamos esto a cabo no nos va a servir de mucho actuar mecánica y repetitivamente. Seguiremos con nuestros pequeños-grandes problemas cotidianos, con el cansancio del curso, pero también estaremos dándonos la oportunidad, tanto a quienes enseñamos como a quienes aprenden, de, por unas horas al menos, ser conscientes de quiénes somos y qué estamos haciendo. Puede que de ese modo ya no necesitemos poner ningún piloto porque manejaremos el avión sin problema en caso de que queramos cambiar el rumbo.