Opinión

Opacidad

Grave déficit de transparencia en el proyecto de supresión del tráfico urbano a El Musel

Con el ruido al fondo de camiones rumbo a El Musel grabado en mi memoria de infancia y adolescencia, sigo tratando de entender lo sucedido con el proyecto para la supresión de ese tráfico portuario urbano que se toleró durante décadas, pero es una anomalía desde mucho antes del cambio de siglo. Choca el derroche comunicativo del ministro de Transportes, Óscar Puente, con la cicatería argumentativa a la que se nos ha sometido en este asunto.

Entiendo que cuando se trata de dar malas noticias, es tentador soltar la bomba y salir corriendo. En el imaginario del que huye está el efecto desinflamatorio del paso del tiempo. Que los titulares dejen paso a otras urgencias, la decepción se rumie, la ira baje y la necesidad conduzca los ánimos al puerto del talante constructivo. Y reaparecer ahí para retomar el proyecto unas casillas más atrás, inapreciables en el conjunto del retraso histórico.

Más todavía cuando la envergadura técnica y administrativa de estas actuaciones atraviesa legislaturas, traspaso de carteras ministeriales y cambios en equipos de trabajo, de manera que el recién nombrado ministro asiste alborozado a inauguraciones, pero pone cara de recién llegado ante los contratiempos y se compromete a localizar el expediente en el vericueto donde se halle. Quien sí tiene memoria completa de la espera hace cuenta mental de los cambios de interlocución que dificultan exigirle a éste lo que prometió aquel otro. Y sigue la rueda.

Lo vivimos con la variante de Pajares, la renovación de la flota ferroviaria, el soterramiento de vías de Gijón, cada actuación con diferente trama y suerte, pero igual dinámica de fondo, que acaba haciendo opaco e inexplicable lo que debería ser fluido y transparente incluso para decidir una parada técnica. Así que el episodio de la supresión del tráfico portuario urbano es una gota en un vaso que rebosa y la estrategia del silencio funciona peor. Máxime cuando da gasolina a políticos gobernantes o en oposición, según toque, para sacar su particular rédito.

Así que, en el caso del vial de Jove, está la ciudad en estado de protesta por el cambio del trazado de subsuelo a superficie, renunciando ya a entender en profundidad qué diantres sucedió para que un proyecto armado y validado viera viable lo que ahora es un riesgo para personas físicas y bienes inmuebles. Políticos, expertos y ciudadanía cruzan reproches, dudas y pasmos, pero explicaciones de las buenas, ninguna.

Son imprescindibles para que cada cual en su responsabilidad se resitúe ante el proyecto. Y son obligadas en contexto del deber de transparencia de las administraciones. La opacidad interesada, culpable o displicente, esa sí que provoca peligrosas grietas.

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