Opinión | Nuevas epístolas a "Bilbo"

Los escritores no son samuráis

"Los escritores debemos hablar menos y escribir más, y cuando nos pregunten nuestra opinión en la radio, en la televisión o en el periódico, pedir a quien nos la pregunta que se lea nuestros libros: ese es exactamente nuestro pensamiento, ahí están nuestras opiniones. Traducidos al lenguaje de las revistas, de los periódicos o del cine es reconocer el fracaso de la literatura, la inutilidad de la narrativa. La literatura no puede aspirar a sustituir a las organizaciones benéficas, ser una sucursal de las sociedades no gubernamentales y caritativas. No es una fábrica de consuelos. Ni el ‘Lazarillo’, ni la ‘Celestina’, ni el ‘Quijote’ consuelan de nada. Desnudan. Ponen al descubierto los engranajes de su tiempo: más bien desconsuelan. Pero ni siquiera quieren que consolemos (o solo muy en segundo plano). Lo que nos piden es que nos pongamos el casco y, como Mambrú, nos vayamos a la guerra".

El párrafo expuesto pertenece, "Bilbo", al segundo tomo (pág. 34) de los "Diarios" de Rafael Chirbes -un regalo de Reyes-. Si recuerdas, el pasado año leímos y comentamos algunos pasajes del primer volumen, donde mostramos nuestra admiración por el narrador fallecido, aunque anticipábamos ciertas reticencias a su enfoque diarista. Tal parece, a tenor del extracto anterior, que esta segunda entrega continúa por derroteros similares, lo que le concede una radical congruencia tanto en aciertos como en desaciertos. No comparto (perdón por el atrevimiento) esa tendencia del diarista a exhibir sin pudor sus miserias vitales, o ese afán por epatar tan propio de adolescentes, o ese perfil de insatisfecho crónico, o esa pose de camorrista de película del oeste con los brazos en jarras y las manos posadas en la cartuchera, o, si se prefiere, esa notoria carencia de talante compasivo. Tampoco coincido con esa exigencia desmedida que obliga a los escritores, según su criterio, poco menos que a convertirse en guerrilleros o héroes. Basta (él también lo escribe, asomándosele una suerte de contradicción) con que se erijan en artesanos. Si estos tejen tapices primorosos con hilos de seda o esparto, aquellos se esforzarán en hilvanar las historias o las ideas con palabras esmeradas o descuidadas (en su caso trazadas con estilográficas de punta gruesa, que lamenta perder más a menudo de lo normal, según cuenta).

Ni Rafael Chirbes ni autoridad alguna gozan del derecho a obligar a los escritores a que actúen como samuráis: no han de prestarse en su laboreo a misiones de servidumbre a la aristocracia; ni habrán de autoinmolarse en razón a ninguna causa que se precie o se desprecie.

Quizá Chirbes pretende exhibir, tras íntimas armaduras de acero incisivo, que prevalece la materia de carne y hueso que somos.

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