Opinión

La siembra de Maricuela

Una mujer que siempre puso su esfuerzo y experiencia al servicio de la democracia y la libertad

Decía Pablo Iglesias, quien fundó el PSOE hace 145 años, solo 40 antes de que naciese Ángeles Flórez Peón, que las y los socialistas no mueren, se siembran. Y la siembra de Maricuela es abundante y generosa, por la vida que llevó y por el ejemplo y enseñanzas que nos deja.

Ella, la última miliciana viva hasta ayer, representa a esa generación que se ilusionó con la democracia llegada en forma de República, que vivió una revolución, un golpe de estado, la guerra, la cárcel, el acecho de la muerte, la represión y el exilio. Pero nunca se rindió y siempre pensó que lo mejor estaría por venir. Vivió nuevamente la ilusión en forma de democracia y tras décadas de exilio y una vida de familia y compromiso en Francia, regresó a su casa en Asturias. Y así llegó a Gijón, donde con humildad se presentó en la agrupación como una militante de base más, dispuesta a poner su esfuerzo y experiencia al servicio de la organización, sí, pero sobre todo al servicio de la democracia y la libertad.

Esos dos conceptos, junto con el de la unidad, eran para ella una constante tanto en su discurso como en sus hechos. La unidad de la izquierda, donde solo veía compañeros y compañeras y claro, también la unidad en su querido PSOE. El valor que ella le daba a esa palabra, así como su firme defensa de la libertad y los valores democráticos, nos interpelan a todos y todas las demócratas más allá de diferencias ideológicas, como un ejemplo no sólo a admirar, sino también a seguir.

Maricuela ha sembrado con su vida de tal manera que la cosecha se recogerá durante generaciones, como las y los jóvenes que ella tanto quería y que, a su vez, quienes tuvieron la suerte de tratarla, tanto admiraban.

Quiero acabar estas palabras, que como admirado compañero le dedico en nombre de su querida Agrupación Socialista de Gijón, destacando algo que para mí la hizo trascender de su propia vida y militancia ya ejemplar para convertirse en símbolo de la democracia. Esto fue su carácter y su sonrisa. Con todo lo que vivió y sufrió, nunca mostró odio o rencor, nunca. Muy al contrario, demostró que con fraternidad, solidaridad y generosidad se pueden combatir las ideas más reaccionarias. Fue una firme luchadora por la libertad y lo hizo con amabilidad y una sonrisa.

Grande fue la siembra de Maricuela y grande será su cosecha. ¡Hasta siempre, compañera!

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