Opinión

Marcos

Premios extraordinarios de Educación, nombres propios en la memoria de eternos antiguos alumnos

Hace unos años, en un curso de innovación pedagógica organizado por la Universidad Menéndez Pelayo, el grupo de docentes que participábamos fuimos invitados a presentarnos con la referencia de un profesor o profesora que nos hubiera marcado. De la nada, a base de evocaciones y no pocas lágrimas, se fue creando otro grupo, éste invisible, que nos acompañó y seguramente influyó en que muchos de quienes allí estuvimos mantengamos hoy afectos y complicidades educativas.

"Todos somos eternos antiguos alumnos", afirma el docente y escritor Daniel Pennac. "Soy el pequeño escolar que no ha dejado de ser su alumno agradecido", escribió Albert Camus a su maestro, al recibir el Nobel. Les propongo a ustedes, para continuar, que recuperen la memoria de aquel o aquella profesora a la que deben gran parte de su autoestima.

Días atrás, en el teatro de la Laboral de Gijón, la consejería de Educación entregó los premios extraordinarios al esfuerzo personal y rendimiento académico. Los discursos de las chicas y chicos que recogen sus distinciones suelen ser ese aterrizaje en la esencia de la formación que tanto necesitamos quienes nos dedicamos a ella y, aunque pisamos aula, acabamos encaramados en árboles burocráticos que nos impiden ver el bosque.

De entre las intervenciones, todas memorables, una dejó en el aire el nombre de un profesor de Geografía e Historia del IES Doctor Fleming de Oviedo: Marcos. Un joven, premio de Bachillerato, le dedicaba el galardón porque había conseguido contagiarle su entusiasmo por la Historia, disciplina que, venía a sugerir, era antes para él un truño de los que hacen bola evaluación a evaluación. Piensen ahora en "esa" asignatura desquiciante a cuyo titular desearon tantas veces una combustión espontánea.

Decía la educadora María Sánchez Arbós que "el maestro debe dominar el arte de perder el tiempo" para dedicarlo a cuestiones en apariencia lejanas a su materia pero que en realidad la trenzan a la vida de sus pupilos. Estoy convencida de que los grandes docentes son magos de esa bendita pérdida de tiempo que, llevada al virtuosismo, es capaz incluso de despertar interés donde antes había aversión. Y, de paso, enseñar una verdad de la vida: conviene mantener la mente abierta a lo que nos despierta interés y a lo que no, enriquecerá nuestra existencia.

Marcos, del que sólo supimos el viernes su nombre de pila, consiguió sin estar presente que cada asistente evocará a su maestro o maestra de ayer. Representó al profe que todos queremos para nuestros hijos. También a aquel que las y los docentes ansiamos ser para los hijos de los demás. El ser de "parsimonia verbal y amor armado" de Paulo Freire, capaz, según Pennac, de "reanimar a la golondrina aturdida" que todos, confesémoslo, hemos sido alguna vez.

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