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Sólo Pedro sabe lo mal que lo pasó Salec

LA NUEVA ESPAÑA reúne a un taxista gijonés y a un joven saharaui que sufrieron, con veinte años de diferencia, la misma enfermedad rara. Ambos tuvieron que buscar cura fuera de su país. El asturiano, en los años noventa, se operó en EE UU. Dos décadas después, España salvó la vida al norteafricano

Salec Moh Lamin y Pedro Riesgo, en Gijón. Ángel González

El saharaui Salec Moh Lamin traza una línea que divide su pecho en dos, superando los límites del esternón hasta llegar casi al ombligo. "Me abrieron de aquí a aquí, ¿y a ti?", pregunta. Su contertulio, el gijonés Pedro Riesgo, marca con dos dedos, en su propio pecho, los límites de un segmento imaginario, de una extensión análoga a la que ha marcado el joven saharaui. Ambos sonríen, conscientes de que la ciencia médica les ha dado una segunda oportunidad. Porque Salec Moh Lamin y Pedro Riesgo han tenido que luchar contra una misma enfermedad, tan rara como letal: la hipertensión pulmonar tromboembólica. Una dolencia que han logrado superar tras sendas intervenciones de gran complejidad y riesgo.

Los paralelismos entre Salec Moh Lamin y Pedro Riesgo no se acaban ahí. Cuando les detectaron la enfermedad, con veinte años de diferencia entre uno y otro, ambos tuvieron que afrontar un mismo problema: en su país, en todo su continente, no había un solo centro hospitalario donde pudieran realizar la intervención. Una circunstancia que les obligó a dejar su casa y, merced a la ayuda desinteresada de personas e instituciones, afrontar un viaje incierto a otro continente para tratar de salvar la vida. Dos historias paralelas que, en su confrontación, revelan el cambio que ha experimentado este país, y que tienen en Asturias un escenario común.

"Cuando me diagnosticaron la enfermedad, en 1992, me decían que sólo habría media docena de personas en todo el mundo con ella", recuerda Pedro Riesgo. En esencia, según explica el gijonés, la enfermedad provoca una acumulación de coágulos en las arterias pulmonares, que llegan a cegar los conductos, lo que impide que pase el oxígeno. Llega un momento que esa obstrucción puede suponer un grave riesgo para la vida del paciente, que comienza a sentir fatiga crónica e incluso a padecer desmayos. "Cuando llegas a ese punto, la única solución es abrirte y limpiarte las arterias. Tienen que ponerte a una temperatura muy baja, a menos diez grados, sacarte toda la sangre y limpiarlo todo. A mí me quitaron varios kilos de porquería", explica Riesgo.

El caso del gijonés adquirió gran notoriedad entre la sociedad gijonesa dos décadas atrás. En 1994, su estado llegó a ser de una gravedad que sólo cabía la intervención, con un problema añadido: en toda Europa no había posibilidad de realizar la operación con garantías. "Yo estaba desahuciado. Me dijeron que la única opción era irme a Estados Unidos, a una clínica de San Diego. Pero la operación costaba mucho dinero, no teníamos tanto", relata Riesgo.

El gijonés aún recuerda la cantidad que le pedían: veinte millones de pesetas de la época. En aquellos años, por esa cantidad se podía comprar un chalet en el centro de Asturias. La familia de Riesgo, desesperada, comenzó a hacer colectas. Y pronto encontraron unos importantes aliados en el colectivo profesional al que pertenecía el propio Riesgo: los taxistas de Gijón. "Se volcaron conmigo, pero todos. La respuesta de la gente fue fenomenal. Aún tengo los periódicos de aquellos días en casa", afirma.

El gijonés partió para San Diego en enero de 1995, hace ahora veintidós años. Allí le acogió la familia de un taxista gijonés, con la que pasaría varias semanas. En la clínica, los preparativos de la intervención fueron vertiginosos: "Nada más llegar me repitieron todas las pruebas, lo hacen todo de cero. Me operaron a los pocos días. La noche antes estaba acojonado, pensaba que era mi última noche. Me sacaron de la habitación de madrugada, recuerdo que llegó un hombre enorme que hablaba en inglés, yo no le entendía nada. Al llegar a quirófano me inyectaron un líquido y quedé grogui de inmediato. Cuando desperté, ya había acabado todo".

La intervención duró catorce horas, y Riesgo aún tuvo que permanecer varias semanas en el país. Con sus anfitriones españoles como guías, Riesgo recorrió buena parte de la Costa Oeste de Estados Unidos: "Me llevaron a Los Ángeles, a Las Vegas? incluso a Tijuana. Yo iba a todas partes con una bombona de oxígeno en un carrito. Pero me encontraba bien, cada día mejor". Cuando retornó a Asturias, el recibimiento fue monumental: "Al bajar del avión estaban allí todos los medios y un montón de gente esperándome. Me sentía como una estrella de rock".

Salec Moh Lamin escucha con atención la historia de Pedro Riesgo. Asiente de cuando en cuando, sobre todo al oír el relato de la intervención. Calienta las manos con el vapor del té rojo y sonríe. Cuando Riesgo acaba su relato, con ese retorno desde el Nuevo Mundo, gira la cabeza y se queda un instante mirando al horizonte, como tratando de vislumbrar la playa entre los edificios de Gijón. "Cuando vivía aquí, iba todos los días a ver el mar", confiesa. De donde él viene, los campamentos saharauis de Tinduf, en Argelia, el mar es apenas un sueño, a lo sumo un rumor.

Tuvo que ser en España, a donde venía de adolescente dentro del programa "Vacaciones en paz", donde descubrió la abrumadora inmensidad del Mediterráneo. "Estuve primero en Algeciras, en 1994. Y después fui dos años a Rinconada, en Sevilla", señala. No había retornado desde entonces, y nunca pensó que fuese un problema de salud el que le permitiría volver a ver el mar.

"En 2002 tuve una fiebre tifoidea. Hay un tratamiento, pero a mí no me funcionó la primera vez y me tuvieron que suministrar una segunda dosis. El médico me dijo que lo hacía bajo mi responsabilidad, que era muy peligroso", recuerda. Salec Moh Lamin está convencido que fue en aquel momento cuando comenzó a desarrollar su enfermedad, aunque diversos estudios apuntan a un origen genético.

Su dolencia se agravó de manera crucial en 2012. "Antes tenía muchos problemas al hacer esfuerzos, quedaba hecho polvo. Pero en aquel año fui a peor y sufrí desmayos. Me hicieron varias pruebas en Argelia, y en diciembre me dijeron que para curarme tenían que hacerme una operación que no se podía hacer en toda África. Sólo en España u otro país europeo", relata el saharaui.

Sería España, aunque a Salec todavía le quedaba una larga espera. En los siguientes tres años permaneció en Argelia, recibiendo un tratamiento anticoagulante. Entre medias dejó sus estudios de mecánica, debido a su imposibilidad de cumplir la exigencia física, y también toda práctica deportiva. "Me gustaba mucho jugar al fútbol", lamenta.

Cuando su estado empeoró y quedó claro que la operación era su única salida, Salec también recibió una dosis de solidaridad, aunque en su caso a través de varias asociaciones y colectivos profesionales. Cruz Roja se encargó de hacerle el seguimiento médico y Accem, una ONG que trabaja con inmigrantes y refugiados, le trajo a Asturias, donde el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) tiene un acuerdo de colaboración con el pueblo saharaui. Era el año 2015, y Salec comenzaba a ver la luz al final del túnel.

Instalado en Gijón, el saharaui comenzó a recibir un tratamiento personalizado. La operación, no obstante, no se podía realizar en la región. Sólo un par de centros en toda España tienen capacidad para acometerla, entre ellos el Hospital 12 de Octubre de Madrid. Ese era su destino.

Salec Moh Lamin recuerda la fecha en la que volvió a nacer: el 16 de noviembre de 2016. Tenía 32 años, curiosamente los mismos que Pedro Riesgo cuando hizo su viaje transoceánico a San Diego. "La operación duró nueve horas y media y fue bien, pero después me tuvieron 28 días en la UVI. Fueron semanas perdidas, no recuerdo nada", relata el saharaui.

Cuando terminó su convalecencia, el joven retornó a Asturias. Accem lo instaló en Oviedo, y está mejorando su dominio del español mientras espera poderse reenganchar a sus estudios de mecánica. Pero las dudas en torno a su enfermedad, a las posibles limitaciones, aún le atenazan. Por eso, cuando supo a través de LA NUEVA ESPAÑA que había otra persona en Gijón que había pasado por lo mismo, quiso de inmediato conocerle. "Tú tranquilo, vas a poder hacer vida normal. Tendrás que tomar una medicación de por vida, el sintrom, e ir a revisiones periódicas. Pero podrás hacer de todo. Yo, al poco de recuperarme, volví al gimnasio y a mi trabajo. Y no he vuelto a tener ningún problema", le dice Pedro Riesgo.

El gijonés se casó al poco de retornar de San Diego, y tiene dos hijos adolescentes. Sigue viviendo en su ciudad y aún trabaja como taxista, codo con codo con aquellos compañeros que dos décadas atrás se volcaron con él y lograron recaudar los veinte millones que costaba su intervención. Pero la enfermedad ha causado estragos en su familia.

"Tiene un origen genético, lo descubrieron en la Universidad, en una investigación en la que estaba el grupo de Otín. Mis hermanos tienen el gen casi todos, y uno de ellos murió hace cosa de seis años. Cuando le hicieron la autopsia descubrieron que había fallecido por un tromboembolismo. Pero lo curioso es que tenía un mellizo que es el único que no tiene el gen. Los demás lo tenemos todos", relata. Y hace unos meses, una sobrina de poco más de veinte años sufrió un desmayo y le descubrieron unos trombos: "Temimos por su vida, pero se recuperó. Ahora está también con sintrom".

Pese a los reveses, Riesgo no pierde la sonrisa y da ánimos a Salec: "Ten cuidado de no cortarte, por el anticoagulante. Y con cualquier golpe ya sabes que te saldrán moretones. Pero no te preocupes, todo irá bien", le dice. El saharaui asiente. La noche gana terreno y es el momento de despedirse. Pedro y Salec se abrazan, cicatriz con cicatriz, y se intercambian los teléfonos. "Si tienes alguna duda, si necesitas algo, ya sabes donde estoy", se despide Riesgo.

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