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Asturias, donde el trabajo da la felicidad

Empleados extranjeros de las multinacionales de la región descubren en el Principado el lugar donde quieren quedarse para siempre l Por nada del mundo desean un traslado; la alta calidad de vida, la riqueza natural y el carácter acogedor de los asturianos los enganchan a la región

Delphine Cohen, Daniel Falcó y su hijo Gabriel. Ricardo Solís

¿Qué tendrá Asturias que personas de origen y condición tan dispares como una doctora en química vietnamita, un diseñador venezolano o un informático austriaco la adoptan de buen grado como su hogar? Profesionales que han nacido, trabajado o vivido en lugares tan evocadores como Perpiñán, Ginebra, Londres, Tirana o Moscú confiesan, una vez que el derrotero de la vida les trae a Asturias, que como aquí, en ningún lado. ¿Por qué Asturias gusta tanto, aparentemente, a los extranjeros que nutren las plantillas de las multinacionales de la región? Responder a esa pregunta es el objetivo de este artículo, una inmersión a través de ojos foráneos en la Asturias que enamora.

Quizás el primer gran adulador de Asturias llegado de otro país fue William -"Bill"- Walker, el hombre al que Du Pont confió en 1990 la implantación de la multinacional química en el valle de Tamón. La compañía cambió la mentalidad empresarial asturiana en muchos sentidos -fue la primera que conjugó el verbo globalizar en el Principado- y no fue poca la dosis de autoestima que supuso saber que uno de los motivos por los que el gigante estadounidense había elegido Asturias para invertir en España era la calidad de vida que podía ofrecer a sus trabajadores.

Bill Walker, que ya jubilado sigue visitando Asturias todos los años en compañía de su esposa Mary, llegó a manifestar en una entrevista que lo único que echaba de menos en Asturias era... ¡su crema de cacahuetes preferida! "Pero no es un gran problema porque me la envían desde Estados Unidos", apostillaba. Bill Walker, recordado como un americano campechano y amante de la buena mesa -¡ay, la fabada!-, quedó embrujado por una región que aún le fascina. Y nunca tuvo reparos a la hora de admitirlo, al contrario. Hoy pasea con orgullo por el mundo el pin del escudo de Asturias que le regaló el expresidente del Principado Pedro de Silva y ejerce de embajador de la región allá donde va.

El complejo asturiano de Du Pont es en la actualidad lo más parecido a una asamblea de la ONU por la variedad de nacionalidades que convive en sus fábricas y oficinas. Y la mayoría de eso trabajadores extranjeros mantiene, como Walker, un particular idilio con la región. Es el caso de Neritan Gjoka, empleado del centro de servicios de Tamón, residente en Pruvia y tan identificado con las raíces de Asturias que anda por el prado que rodea su casa de madreñas, "cucha" el jardín en vez de abonarlo y no paró hasta lograr comprar un hórreo que ha montado en la parcela. "Amo Asturias, me gustan sus gentes y considero que para hacer más plena mi integración en esta tierra debo ser fiel a sus costumbres, a sus raíces...", explica un hombre nacido en Tirana (Albania) que confiesa haber acabado en Asturias por amor a la que hoy es su mujer.

"Nos conocimos en Ginebra; ella trabajaba en Du Pont y yo en un banco. Cuando la trasladaron aquí, ni lo dudé: viene detrás. Luego surgió la oportunidad de que yo entrase a trabajar en Du Pont. Y no me arrepiento; estoy doblemente enamorado: de mi mujer y de esta tierra preciosa poblada por gente amable", piropea.

La francesa Delphine Cohen, también empleada de Du Pont, y su marido, el venezolano Daniel Falcó, residen en Oviedo desde 2004 y han traído al mundo al pequeño Gabriel, "que siempre será, allá donde vayamos, nuestro enganche con esta tierra", afirma la madre. "Mi primer año en Asturias fue duro por la cuestión del clima, ¡y eso que venía de Londres! Pero es que nací en Perpiñán, soy mediterránea... Tanta lluvia, la escasez de luz... las nubes tan cerca del suelo me daban claustrofobia", admite Cohen, en cuyo proceso de "asturianización" fueron claves "la gente, la sensación de seguridad que hay en la calle, el descubrimiento de la naturaleza, la forma de entender el ocio... La calidad de vida, en pocas palabras".

Daniel Falcó, por su parte, procedía -vía Londres- de una Caracas (Venezuela) que empezaba a despeñarse por el abismo que la ha sumido en el actual caos social y económico que padece. En pleno furor del "gabinismo", Falcó aterrizó en Oviedo y lo que más le llamó la atención, recuerda ahora, fueron "la limpieza y el orden". Con los años ha pasado a valorar especialmente "el paisaje y el paisanaje", asuntos en los que se ha hecho experto gracias a su condición de "motero". El matrimonio conviene que, sin duda, su plan de vida "pasa por seguir en Asturias".

Du Pont, la gran empresa asturiana que tiene una plantilla más internacional, es un vivero de anécdotas relacionadas con el apego de los extranjeros a la región. El exdirector del complejo, Enrique Macián, conoce muchas: "Sé de muchos casos de gente que se divorció en sus países de origen y se casaron aquí. Me consta, porque lo viví, la extrañeza de la central americana por las habituales reticencias de las personas desplazadas temporalmente a Asturias a dejar la región cuando eran propuestos para otros cargos fuera... Sin duda, Asturias atrapa".

Una de esas personas que llegó a implorar a los jefes de Du Pont que le dejaran seguir trabajando -y viviendo- en Asturias fue cierto ingeniero estadounidense que llegó con la clara misión de colaborar en la construcción de la segunda planta de THF. "Junto con su esposa formaban una pareja joven; recuerdo que, antes de venir, ella me preguntó -tal era la percepción que tenían de España- si aquí se vendían pañales pues tenían un bebé. Tres años después, cuando finalizó la obra, rogaron quedarse porque era aquí donde querían hacer su vida", relata Macián.

Otra anécdota que habla bien de los atractivos no siempre reconocidos de Asturias es la que protagonizó un ingeniero mecánico jefe, también natural de Estados Unidos: "Nunca supo comprender cómo los ingenieros españoles de la planta lo mismo trabajaban y resolvían asuntos de su especialidad, mecánica en este caso, como en otros diferentes, ya fuera electricidad o química. Esa versatilidad le alucinaba".

La vietnamita Thi Tan Vu, doctora en química e investigadora de Arcelor, valora "las pequeñas grandes cosas" como la principal razón por la que está "muy a gusto" en Asturias. Detalles como que la gente le sonría en la cola del supermercado, que su grupo de amigos -vive en Oviedo- se interese por su bienestar, que cuando apenas sabía hablar español todo fuera "comprensión y calidez" para facilitar su integración social o que los vecinos del edificio donde reside "se desviven en atenciones". A lo que no se acaba de resignar es a que la llamen "china", fruto de la confusión que generan sus evidentes rasgos orientales: "Que no, que soy vietnamita".

La talentosa investigadora asiática acaba de firmar contrato indefinido, por lo que espera seguir en Asturias "muchos años". Y no le parece mal plan: "Según la voy descubriendo, cada vez me gusta más esta tierra: la comida -aunque con el sabor del chorizo tuvo sus más y su menos-, la cultura, la riqueza de su tejido empresarial y las montañas... Una de mis escapadas favoritas es subir andando al Naranco, hasta el Cristo".

En opinión del austriaco Gregor Leiner, gestor de clientes en Alemania de la oficina avilesina de la multinacional estadounidense CSC, "Asturias es un buen lugar para vivir por la calidad humana de su gente, acogedora y siempre dispuesta ayudar; por la espectacular riqueza natural que atesora, por su clima suave, por la intensa vida social, entre otros motivos como la presencia de una empresa -CSC- que ofrece buenos cauces de desarrollo profesional".

A Leiner le gusta, más que la sidra, que también, el "poder socializador" de la bebida típica regional y ha llegado a la conclusión de que, una vez encontrada -en el concejo de Corvera- una casa con terraza y jardín donde vivir en contacto con la naturaleza "no conozco otro sitio mejor donde estar". Lo dice un hombre que ha viajado mucho y que está el corriente de las oportunidades laborales que se le abrirían en otros países: "Me lo preguntan muchas veces mis familiares, ¿por qué no cambias de aires? Podría hacerlo, incluso ganando más dinero probablemente, pero he llegado a la conclusión de que perdería calidad de vida y por eso quiero seguir aquí".

Algunos de los denominadores comunes de las cinco personas extranjeras que han dado testimonio de su apego a Asturias son la admiración por la naturaleza -los cinco hacen senderismo-, la facilidad que encontraron para sentirse integrados socialmente, la buena opinión que tienen de los servicios públicos y de la seguridad ciudadana y el convencimiento de que el tejido empresarial responde a sus expectativas de desarrollo profesional.

Preguntados por las "sombras" de su relación con Asturias, por los déficits que observan, los encuestados hicieron las siguientes observaciones. Gregor Leiner asegura estar preocupado "por la contaminación", de forma más genérica por la preservación de la riqueza natural de la región; así mismo, reseña que a su juicio "hay un déficit en el manejo de idiomas, algo incomprensible en una región que atesora mucho talento en otras disciplinas".

El mayor reparo que expone Daniel Falcó, nacido en un país tropical, es el clima, asunto que también lleva mal su esposa, Delphine Cohen. Esta empleada francesa de Du Pont añade a la lista de objeciones "la falta de una mayor diversidad social". Dice que echa de menos "más gente de otro color, otras religiones y otras razas". En pocas palabras, "más cosmopolitismo". Y en relación con eso, Cohen detecta la pervivencia de ciertos tics impropios del siglo XXI: "Sigue llamando la atención lo extranjero; si estás en una cafetería y haces una llamada telefónica en francés es seguro que te conviertes en el centro de atención", explica modo de ejemplo.

Para Neritan Gjoka, "Asturias sufre un complejo de inferioridad absolutamente injustificado y tiene un déficit de aperturismo hacia el mundo". El albanés opina que debería darse mayor impulso a todo lo que tiene que ver con la internacionalización -lo que vulgarmente se conoce como "viajar más"- si bien admite que él mismo es víctima en su casa de ese problema "pues mis hijos, de diez y trece años, están tan atados aquí que no quieren ni oír hablar de viajar al extranjero". Tal es, al parecer, la fuerza de ese poderoso imán llamado Asturias.

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