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Suicidio, la muerte invisible: así luchan las familias de los asturianos que se han quitado la vida

Expertos y familiares de asturianos que se han quitado la vida, agrupados en la asociación “Abrazos Verdes”, piden un nuevo tratamiento social de un fenómeno en el que Asturias lidera las estadísticas

“Sabes que la gente se suicida, pero piensas que nunca te va a pasar a ti porque nadie habla nunca de ello”. “Siento que desde que mi hijo se suicidó ya nadie le menciona; es como si no hubiese existido”. “A veces me encuentro mejor y me siento culpable, como si no me mereciese estar bien”. “Acudir a un profesional fue un acierto; desde que tomo medicación me siento más sereno, ya no lloro todo el rato”.

Unas diez personas se suicidan en España cada día, el doble de las que fallecen por accidente de tráfico. Es ya el principal problema de salud que genera muertes violentas o por causa externa en jóvenes y provoca un shock brutal a sus familiares, que se ven envueltos en un duelo especialmente complejo por la sensación, equivocada, de haber podido evitar lo sucedido. Asturias lidera desde hace años, junto a Galicia, las tasas de mortalidad por conductas suicidas. El Teléfono de la Esperanza de Asturias, activo las 24 horas del día, asegura haber notado un incremento de las llamadas durante la pandemia. Y, sin embargo, sigue siendo un tema tabú.

La psicóloga Paula Marín y Alba López, presidenta de “Abrazos Verdes”, en Avilés RICARDO SOLÍS

Unas diez personas se suicidan en España cada día, el doble de las que fallecen por accidente de tráfico. Es ya el principal problema de salud que genera muertes violentas o por causa externa en jóvenes y provoca un shock brutal a sus familiares

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La reciente muerte de Francesc Arnau, director deportivo del Real Oviedo, ha sacado a la luz los dos errores que los expertos advierten que hay que evitar: pecar por exceso, hipotetizando públicamente sobre el motivo de su suicido –una muerte voluntaria no suele deberse a una única causa y, en caso de que lo fuese, no debería ser tema de debate en sobremesas ni redes sociales– o hacerlo por defecto, callando o incomodado ante una muerte envuelta en un estigma injusto.

Encabezan este texto declaraciones de asturianos que han perdido a un ser querido por suicidio. En conversación con este periódico, todos defienden la necesidad de dejar de tratar esta causa de muerte como un tema tabú, un ocultamiento que consideran que ha complicado su ya de por sí complejo proceso de duelo. Sus ideas son claras. No quieren que se les pregunte por detalles “escabrosos”. Piden huir de expresiones vacías como “anímate” o “no pienses en ello”, rechazan que nadie se refiera a sus seres queridos como “valientes” ni “cobardes” y recuerdan que un suicidio responde siempre a un problema multicausal que abarca la salud mental, sí, pero también el nivel socioeconómico, la presión social, la represión emocional y hasta la carga genética.

El Teléfono de la Esperanza de Asturias, activo las 24 horas del día, asegura haber notado un incremento de las llamadas durante la pandemia. Y, sin embargo, sigue siendo un tema tabú

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Solicitan, también, una campaña informativa similar a las que se lanzaron contra la violencia de género y los accidentes de tráfico. Porque la sociedad, aseguran, puede aprender a pedir ayuda a tiempo de la misma manera que aprendió a ponerse el cinturón, a denunciar los malos tratos y a no conducir bajo los efectos del alcohol.

Un problema en auge

Hace años que Asturias lidera las tasas de mortalidad por conductas suicidas, Galicia le va a la zaga en esa triste estadística. El informe de mortalidad de 2019, elaborado por la Consejería de Salud, revela que ese año previo a la pandemia, el suicidio fue la primera causa externa de muerte en varones y mujeres entre los 15 y 44 años. En 2020, según los últimos datos oficiales, las cifras mejoraron y, frente al promedio anual de 135 en la última década, se registraron 110 muertes por suicidio, lo que representa un descenso del 18,5%. Hubo años aciagos, 2010 y 2014 sin ir más lejos, en los que se registraron 149 muertes anuales por esa causa. En 2013 fueron 148. En los últimos 15 años el número de suicidios en Asturias no ha bajado nunca de los 113, el registro más bajo y que corresponde a 2008.

Personas que han perdido a alguien no quieren que se les pregunte por detalles “escabrosos”. Piden huir de expresiones vacías como “anímate” o “no pienses en ello”, rechazan que nadie se refiera a sus seres queridos como “valientes” ni “cobardes”

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Alba López, responsable de la recién creada asociación “Abrazos Verdes”, impulsó esta iniciativa tras el suicidio de su marido, fallecido hace cosa de dos años. Vio que no existía ningún recurso ciudadano de ayuda y no sabía cómo contactar con otras personas que hubiesen pasado por lo mismo que ella. Pronto formó un grupo con lo que el colectivo denomina “supervivientes”, que son aquellas personas que sobreviven al suicidio (o intento de suicidio) de un familiar. Se les llama “sobrevivientes” a los que intentaron quitarse la vida y sobrevivieron. Todo se empezó a mover en enero del año pasado, pero hasta diciembre no se registraron oficialmente como asociación, así que llevan apenas unos meses de andadura.

El gran paso adelante, cuentan, fue la incorporación al proyecto de Paula Marín, psicóloga en Avilés que colabora con el grupo altruistamente liderando terapias grupales. “En supervivientes el trauma es tan brutal y el dolor es tan fuerte que su entorno no sabe cómo actuar y les dicen frases como ‘¿cómo no os disteis cuenta?’ o ‘¿pero discutisteis?’. Y eso culpabiliza a la persona. Esa gente no lo hace a mal, pero sin querer hacen daño. Las terapias grupales, al permitir compartir lo que has pasado con gente que ha vivido lo mismo reduce el dolor porque reduce la incomprensión”, resume la experta.

“En supervivientes el trauma es tan brutal y el dolor es tan fuerte que su entorno no sabe cómo actuar y les dicen frases como ‘¿cómo no os disteis cuenta?’ o ‘¿pero discutisteis?’. Y eso culpabiliza a la persona. Esa gente sin querer hace daño

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Los mitos, el estrés y la culpa

López explica que se dio cuenta, según fue pasando el tiempo, de que hasta fallecer su pareja su idea del suicidio estaba, como en buena parte del imaginario colectivo, muy distorsionada y alimentada más por clichés que por certezas. Pensaba aquello de que “quien lo dice no lo hace”, o que “solo busca llamar la atención”. “Si lo piensas, es terrorífico pensar de esa manera. ¿Cómo de mal puede estar una persona para decir que se quiere morir? Debemos ser conscientes de lo peligroso que son esas llamadas de atención”, explica.

En su caso, y luego ha visto que todos los supervivientes que conoce han hecho lo mismo, la muerte de su marido le hizo volcarse en la literatura científica. Se ha leído todo tipo de estudios e investigaciones sobre el suicido, y por eso habla casi como una experta. “Sí podemos decir que los duelos por este tipo de muertes son distintos, aunque no se pueda evaluar y medir el dolor que causa porque es diferente para cada persona. Los estudios dicen que el grado de estrés que provocan se sitúan solo por detrás de los homicidios”, cuenta. “El nivel de estrés de los supervivientes se equipara al shock traumático de las personas que han estado en un campo de concentración”, añade, citando a la Asociación Psiquiátrica Americana (APA).

A la larga, el dolor de estos supervivientes perdura porque les resulta más fácil reconciliarse con la pena que con la culpa. “La culpa es la gran piedra que arrastran, ya sea por acción u omisión, por haber visto o por no haber visto", dice la experta

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A la larga, el dolor de estos supervivientes perdura porque les resulta más fácil reconciliarse con la pena que con la culpa. Cuenta López: “La culpa es la gran piedra que arrastran los supervivientes, ya sea por acción o por omisión, por haber visto o por no haber visto. Siempre vas a darle vueltas a qué podrías haber hecho mejor”. Aclara Julio Bobes, jefe de Psiquiatría del HUCA y presidente de la sociedad española de la especialidad, que los afectados deben recordar que este tipo de pensamientos son “irracionales”, pero que se ven alimentados por “el grave estigma social” al que se ven sometidos. “El propio sistema social tiene reacciones de culpabilización, como intentando justificar lo sucedido, y dicen que la persona fallecida estaba muy mal, o que se comportaba de manera extraña, que ya se veía venir... Todo eso estigmatiza y muchas veces son conclusiones inventadas”, señala.

Sobrevivir a un hijo

Hugo, que prefiere hablar bajo un seudónimo por privacidad, perdió a su hijo veinteañero por suicidio hace menos de un año. “Dentro de lo que cabe yo sabía que esto ocurría y conocía el tema, pero es lo de siempre: nunca te imaginas que algo así te pueda tocar a ti”, relata. Cuenta que su proceso de duelo le llevó a hacer “un repaso despiadado” de su biografía, cayendo en esa misma tendencia de tratar de dar con pistas o respuestas que explicasen lo sucedido. Recientemente ha vuelto a trabajar y por recomendación médica está a tratamiento farmacológico. Aunque hace unos meses le habría parecido imposible, se siente mejor. “Pasé los primeros meses a pelo, sin medicación, y ahora desde que la tomo me noto más sereno, aunque siga con pena. Hace unas semanas no sería capaz de hablar de esto sin llorar, pero el sufrimiento de estos meses me tiene que servir para ir aceptándolo”, resume.

“Pasé los primeros meses a pelo, sin medicación, y ahora desde que la tomo me noto más sereno, aunque siga con pena. Hace unas semanas no sería capaz de hablar de esto sin llorar”, resume este padre que perdió a un hijo

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Lo que más le incomoda es sentir que su hijo ha sido eliminado de toda conversación. “Noto muchísimo que la gente no saca el tema. Estuve meses sin salir de casa y, cuando lo hice, parece que no hubiese pasado nada. Nadie quiere hablar del tema. Es raro”, cuenta. Ha encontrado el desahogo que buscaba en las terapias grupales de duelo que lidera Marín. “No me consuela que otra gente haya sufrido como yo, pero sí que sean personas que han pasado por lo mismo y que entienden lo que siento. Me siento más comprendido”, concluye.

Sobrevivir a un progenitor

Bea Sanjurjo perdió a su madre por suicidio hace más de 20 años. Tenía la edad que ella tiene ahora, 44 años. Del grupo de supervivientes de “Abrazos Verdes”, la ovetense es la que más cómoda se siente hablando del tema, aunque le siga causando dolor. “Me callé tanto durante tantos años que ahora me obligo a que me dé igual. No empecé a verbalizar el suicidio de mi madre hasta hace unos años; me tiré todo ese tiempo inventándome causas de muerte diferentes”, señala. Su “truco” para salir adelante fue intentar mantenerse permanentemente ocupada e ignorar la sensación de culpa con la que ahora cree haberse reconciliado, más o menos. “Un hombre llevó a mi madre a un mundo que no le correspondía y yo llevaba un mes sin hablar con ella. Me costó digerir que no había estado a su lado. Llegué a tener momentos de negación, pensaba: igual me engañaron y no está muerta. Fue muy duro, pero todo el mundo conoce a alguien que ha vivido esto. El error es callárselo”, concreta. “Todo iría mucho mejor si simplemente nos acostumbrásemos a preguntar: ¿Cómo estás? Hasta la gente que te quiere evita el tema. Nos faltan muchísimos recursos. Se puede hablar de este tema con naturalidad sin caer en el morbo”, añade.

Hya otro gran tema tabú del colectivo: lo habitual que es que los supervivientes piensen, con mayor o menos seriedad, en quitarse también la vida. “Lo hablamos en las terapias grupales y es hora de normalizarlo"

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Sanjurjo, que se está tomando un periodo de descanso para reconciliarse con una última mala racha emocional –un “bajón” que también reivindica que debe normalizarse–, saca el otro gran tema tabú del colectivo: lo habitual que es que los supervivientes piensen, con mayor o menos seriedad, en quitarse también la vida. “Lo hablamos en las terapias grupales y es hora de normalizarlo. Cuando ves que mucha otra gente se ha sentido igual que tú, dejas de pensar que eres un bicho raro. Con ayuda profesional aprendes a salir de ahí”, asegura.

Ni cobardes ni valientes

A las mismas terapias acude Araceli, que tampoco quiere compartir sus datos completos por privacidad. Perdió a su hermano hace un par de años y sintió la misma sensación de culpa y estigma que refieren todos los supervivientes consultados. Le da especial rabia los “mitos” que parecen romantizar este tipo de muertes. “Tanto la gente que dice que mi hermano fue un valiente como quien pueda pensar que fue un cobarde. Si no te toca de cerca, realmente no te das cuenta de lo que se siente. Yo también noto que se oculta el tema, que la gente evita mencionar a mi hermano, pero es que él sigue formando parte de mi vida. Lo recuerdo mucho, sobre todo cuando éramos niños”, relata.

En su caso, ahora que considera que ya ha superado su peor bache, trata de ser más amable consigo misma. “A veces estás en un momento bueno y piensas: cómo me puedo sentir bien, con lo que me ha pasado. Es como que te crees que tienes que estar siempre mal, y no es así. A la larga, lo sobrellevas y admites que vas a tener algunos picos en los que te vas a encontrar peor, sobre todo en fechas señaladas”, asegura.

Pedir ayuda

Cuentan los expertos que en Asturias los voluntarios del Teléfono de la Esperanza atienden las 24 horas del día si se les llama al 985 22 55 40. Que cualquier suceso que implique una urgencia sanitaria puede ser atendida a través del 112. Que los médicos de familia están sobradamente capacitados para identificar y derivar al profesional que corresponda a pacientes que lo necesiten. Que muchas veces cosas tan sencillas como acudir a yoga, ir a un taller de pintura o llamar a un amigo para desahogarse ayudan a deshacerse de la angustia pasajera.

En palabras del psiquiatra Julio Bobes , “hay que apoyar a muerte a los familiares de personas que fallecen de esta manera, promover grupos de duelo e invertir mucho más en prevención desde la atención primaria y los centros de salud mental”

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Que suele venir bien tener un diario personal en el que poner por escrito las emociones. Que no debe dar vergüenza tomar antidepresivos recetados médicamente. Y que, en palabras de Bobes, “hay que apoyar a muerte a los familiares de personas que fallecen de esta manera, promover grupos de duelo e invertir mucho más en prevención desde la atención primaria y los centros de salud mental”, porque “Asturias puede y debe mejorar sus cifras”, pero que para eso “debe salir como sea de un estigma ya inexplicable”.

La información salva vidas

“Dar cobertura informativa a un suicidio de forma responsable puede tener un efecto preventivo sobre la conducta suicida”

Los psicólogos Rosa de Arquer y Fernando Albuerne, con una larga experiencia como voluntarios atendiendo el Teléfono de la Esperanza, son de esa opinión. Andrés Calvo y Esther Blanco, también psicólogos y de Oviedo, abundan en esa idea: “La invisibilidad del suicidio impide su prevención, no podemos prevenir lo desconocido”. Así que la información puede salvar vidas, con la prudencia como máxima y teniendo muy en cuenta que una información eficaz sobre el suicidio es la “que hace reflexionar y no apela a la necesidad de reconocimiento de la persona: así evitamos el efecto contagio”.

Hay pautas informativas como no publicar fotografías o notas suicidas, no dar detalles específicos del método usado, no hacer sensacionalismo, resaltar las alternativas al suicidio e incluir en las noticias que existen recursos como el Teléfono de la Esperanza (985 225 540), los centros de salud o el 112, donde pedir ayuda. Pilar Saiz, catedrática de Psiquiatría de la Universidad de Oviedo, sostiene que “informar de manera adecuada a la población es un modo adecuado para concienciar y facilitar el reconocimiento de signos de alarma propios o en otras personas que a partir de ahí pueden buscar ayuda”. De esta manera, destaca la profesora Saiz, “se favorece un abordaje más temprano del problema y se contribuye indirectamente a su prevención”.

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