Vegadeo

Se puede decir que Mercedes Maseda lleva la hostelería en las venas. Desde su más tierna infancia vio trabajar y trabajó en cuanto pudo junto a su madre, Mercedes Rodríguez, en su restaurante veigueño, el afamado Casa Mercedes, hoy Bodegón Miranda.

La protagonista de esta historia repasa ahora -recién jubilada- una vida pegada a los fogones. De su rama materna le viene la profesión, pues los padres de su madre dirigían un bar en la localidad lucense de Sante (Trabada). Allí aprendió su madre las primeras nociones de un trabajo que tiempo después desarrolló junto a su marido, Manuel Maseda, en Vegadeo. Un año después del nacimiento de Mercedes (1945), el matrimonio compró una vivienda y abrió su bar-tienda. «Mi padre murió a los dos años de montar el negocio así que mi madre lo sacó adelante sola. Lo hacía todo, para lo único que pedía ayuda era para lavar la ropa y pagaba a alguien para que se lo hiciera porque no podía con todo», cuenta.

Mercedes está orgullosa de su madre pues a pesar de quedarse viuda y con tres hijos pequeños -el tercero nació justo después del entierro de su marido- supo salir adelante. «Nos dio siempre lo mejor y a pesar de todo los tres fuimos a la escuela», explica. Eso no quitaba para ayudar en el bar: «Recuerdo que con poco más de cinco años me ponían un pequeño taburete de madera en el suelo para que llegara al fregadero y así poder fregar los platos. En el bar se daban muchísimas comidas así que había que ayudar».

En aquel entonces la hostelería era mucho más artesana y si cabe más dura que hoy. No en vano, los negocios hacían frente a su día a día sin electricidad ni agua corriente. Aún así la madre de Mercedes se las ingeniaba para cocinar callos y carne asada, sus dos especialidades. Y además de atender el bar, cocinar y servir las comidas, su madre sacaba tiempo para despachar en la tienda.

Mercedes hija tiene en su retina un Vegadeo bien diferente. Una villa bulliciosa, llena de negocios y ambiente. «Había muchísimo comercio y también industrias. Ya sólo en El Frondigo se contaban casi cien obreros», explica. También guarda buenos recuerdos de los populares bailes en el Parque de los Pinos, muy cerca además de su bar. Las partidas de media tarde, los sábados de mercado o las fiestas de San Antonio eran sin duda los momentos de más bullicio tras la barra, según relata.

Por su ubicación, el bar siempre fue zona de paso y parada de muchos viajeros. No en vano, antes de construirse el Puente de Los Santos, la marcha a Galicia exigía el paso por el centro de Vegadeo. De esa época, dice Mercedes, aún conservan buenos clientes. También explica que la construcción del puente se notó mucho en la hostelería veigueña que tardó un tiempo en recuperar el pulso.

Siguiendo el hilo cronológico de la historia, hay que explicar que Mercedes se casó en 1970 con Manuel Miranda, santirseño de nacimiento. Juntos tomaron las riendas del bar que al poco tiempo cambió de nombre por el actual Bodegón Miranda. «Realmente nunca tuvo nombre, todo el mundo lo conocía por Casa Mercedes pero no había un cartel que así lo dijera. Mi madre siempre decía aquello de que la cuba del buen vino no necesita bandera».

Su madre le dio también buenos consejos a la hora de ahorrar en la cocina. Y es que Mercedes sólo tiene buenas palabras hacia su progenitora de la que dice: «Sabía tenernos al hilo y a la vez era buenísima. Todo el mundo la quiso hasta el final». De hecho, el marido de Mercedes se murió antes que su madre y ella siguió echando una mano en la cocina hasta que pudo.

Desde las siete de la mañana a las dos de la madrugada podía trabajar Mercedes en una jornada normal. Y eso cuando no llamaban a casa a deshora pidiendo algún producto de la tienda. «Yo siempre le decía en broma a mi marido que cualquier día íbamos a dormir en el bar». En la tienda, sobre todo en los primeros tiempos, el producto se vendía a granel en la mayor parte de los casos, como el azúcar o el café. Por aquel entonces un elemento clave en cualquier negocio era la libreta de fiar, en la que se apuntaban las deudas que iban dejando las familias. «No había dinero para pagar al momento, así que íbamos anotando y cuando cobraban venían y lo pagaban todo», precisa.

En el año 81 decidieron acometer una reforma importante en el negocio, cambiando el piso de madera por uno más acorde a los tiempos. Pero sin duda el cambio más grande fue el de las comidas que dejaron de darse de forma paulatina. En el año 1994 fue su hijo quien asumió la gerencia del establecimiento y Mercedes siguió echando una mano hasta que se jubiló hace dos años.

Ahora las riendas del Bodegón están en manos de su hijo Manuel Miranda y su nuera Mónica. Ella ha heredado la receta de los callos que tan bien hacía la abuela Mercedes y, después, su hija. Aunque el Bodegón ya no da comidas, la tapa de callos sigue sin faltar. El Bodegón está entre los bares más antiguos de la villa veigueña, sobre todo entre los que más tiempo llevan en manos de la misma familia, cuenta orgullosa Mercedes.