Serandinas (Boal),

A. M. SERRANO

«No sé lo que será mejor, ver o imaginar». Patricia Suárez tiene una discapacidad visual que le impide ver con precisión. Ayer casi lo prefería. Era una de las integrantes del grupo de personas con problemas visuales, todos ellas afiliadas a la Organización Nacional de Ciegos de España, que visitaron Boal para participar en una actividad de aventura. Esta vez, nada menos que barranquismo, algo que nunca habían probado y que es, hasta la fecha, la actividad más arriesgada en la que ha participado este grupo de jóvenes.

A las diez de la mañana el albergue de Serandinas donde ya habían pernoctado la noche anterior había mudado de remanso a hervidero. Los nervios empezaban a aflorar y los veinte jóvenes, de 18 a 35 años, no dejaban de preguntarse sobre el torrente de emociones que les aguardaba. Esta vez tocaba una ruta de montaña con descenso de cañones. «Forma parte de los proyectos que tiene pensados ONCE para que los jóvenes pueden integrarse y participar en lo que ofrece nuestra sociedad», explica María Luisa Menéndez, coordinadora del departamento de animación sociocultural de la ONCE en Asturias, que añade que «con estas actividades buscamos que tengan más autoestima y autonomía personal».

No era la primera que el grupo participaba en una actividad al aire libre, pero sí en una con esta dificultad. Hasta la fecha han realizado otras, como montar a caballo o descender ríos en canoa, «pero esto es más peligroso», matiza Menéndez. Por eso, mientras los atrevidos se enfundaban el neopreno y palpaban los ochos y los mosquetones se podían apreciar su inquietud y cierto estrés. Pablo Montaña, de Gijón, con una deficiencia visual, confesaba estar «de todo menos tranquilo». Realizaba la ruta acompañado de su novia y aunque este apoyo es «muy bueno», Pablo no dejaba de desconfiar: «A ver lo que sale», acertaba a pronunciar entre risas.

El primer grupo se lanzó a la aventura a las once de la mañana. Entonces cesaron los comentarios. Era más interesante concentrarse en el camino, el estado del suelo, en los apoyos. Cinco monitores, para un grupo de nueve expedicionarios, velaban por la seguridad de los participantes, que pese a la complejidad de la actividad no dejaban atrás sus sonrisas. Las indicaciones se repetían en el camino: «A la izquierda. Ahora a la derecha. Túmbate. Aquí hay una piedra». «Vamos bien», comentaban los invidentes con el fin de transmitir tranquilidad entre ellos y los animadores.

David Cordero, ciego, necesitaba la ayuda constante de un monitor. Para iniciar la ruta primero hay que descender parte de la montaña por un sendero. David se agarraba fuerte a su guía. «Por aquí mejor. No pasa nada». Y llegó el momento de dejarse caer por los barrancos. «Es como un tobogán». Los gritos y las risas rompieron entonces el silencio de las montañas. El objetivo empezaba a cumplirse: la actividad empezaba a ser divertida y los jóvenes, a ganar seguridad en sus pasos.

«Tienen otra predisposición para hacer las cosas y es un lujo trabajar con ellos», explica Kaly Menéndez, propietario de la empresa de turismo activo que organiza la actividad. «El único secreto es que tienes que hablarles más. Comentarles más cosas para que sepan a qué se enfrentan. Ser sus ojos», concluye Menéndez.

Nicanor Gutiérrez, también con una discapacidad visual, disfrutó en todo momento de la ruta, bajo las indicaciones de Kaly Menéndez. Con menos disfunción que el resto de sus compañeros no dejó de seguir las indicaciones de los monitores y tampoco de ayudar al resto del grupo. «Es muy divertido. Pasamos un rato concentrados, pensando mucho en cada paso que damos», añade. María Luis Fernández, su coordinadora, era una de las que más sufrían: «No sabemos lo que va a pasar unos metros más allá».

Pero al final de la ruta no había más peligros. Los descensos, en algunas ocasiones de 20 metros, no entrañaron dificultad para estos jóvenes que, una vez más, demostraron su capacidad para integrarse y también formar parte de la aventura y el turismo activo que ofrece el occidente de Asturias. Muchos ya pensaban en volver a repetir y en enfundarse los neoprenos para «lanzarmos al río otra vez». Hoy participarán en una segunda actividad para su fin de semana de montaña, río y tensión: pasearán en canoa. Aunque esta vez, de cinco en cinco y más relajados. La tensión ya ha pasado.