Salcido (San Tirso de Abres),

T. CASCUDO

Rogelia Freije protagonizó hace setenta años una aventura increíble que bien podría ser llevada al cine como relato de las miserias y la dureza de la posguerra española. Y es que durante, al menos, seis años realizó con asiduidad una ruta comercial fuera de la legalidad fijada por el sistema de racionamiento impuesto por el régimen franquista.

Esta ribadense, vecina de la localidad santirseña de Salcido desde hace décadas, nació en 1929, así que vivió la Guerra Civil siendo una niña. Sus padres tenían ocho bocas que alimentar y, por ello, cualquier aportación a la economía familiar era bien recibida. Cuando se impuso el racionamiento y se establecieron las llamadas cartillas de racionamiento, la familia se vio obligada a buscar una vía de escape para alimentar a la prole y ganar algún dinero.

Así fue como la madre de Rogelia, Josefa Díaz, y su nuera, Pilar Álvarez, comenzaron a realizar una ruta entre Piñeiro de Cedofeita -donde residían- y el valle de Lorenzana. Esta particular ruta del «estraperlo» -que no era otra cosa que el comercio ilegal de productos intervenidos por la dictadura del general Franco- servía para adquirir alimentos básicos, como patatas, trigo, maíz y huevos. Los compraban a agricultores del fértil valle lucense y luego los vendían a familias pudientes o en los mercados de la zona.

Por entonces, Rogelia no contaba más de 11 años, así que su función era la de cuidar el ganado («as bestias», como se refiere a una burra y un caballo) mientras las mujeres hacían las compras. Cuenta que solían salir de noche y volver también en la oscuridad para huir de los controles de la Guardia Civil y de las miradas de los curiosos. Además, era obligado cambiar de vez en cuando las rutas para evitar que las siguieran. El camino era largo, pues entre la casa donde residían y Lorenzana puede haber unos 30 kilómetros. Y por supuesto, realizaban el viaje en las más variadas condiciones meteorológicas.

El trayecto se hacía a oscuras, guiado por el instinto de los animales. «As bestias marcaban el camín», explica Freije. La ruta discurría por senderos estrechos y poco frecuentados en mitad del monte, por lo que solían pasar ratos de mucho miedo, especialmente a un ataque de lobos que, por suerte, nunca se produjo. El regreso a casa solía ser lento, pues cada animal llegaba a traer hasta 100 kilos de peso.

Esta mujer rememora también el hambre que pasaba en las rutas, pues, a veces, hacía todo el itinerario con solo un café en el estómago. Y la poca comida que llegaba a sus manos la compartía en muchas ocasiones con su padre (ganadero y madreñero), quien se acercaba a buscarlas cuando estaban cerca de la vivienda familiar.

Ya en casa tocaba almacenar las compras y, luego, ultimar el proceso en las villas de Vegadeo y Ribadeo. Cuenta Rogelia Freije que a ella casi nunca le tocó acompañar a su madre en esta última fase. No obstante, sí que sabe que Josefa -una mujer de armas tomar, muy resuelta y valiente, según cuenta- siempre vendía los productos y pocas veces los intercambiaba. «De cambio nunca entendió», precisa. Eso sí, de vuelta a casa solía llegar cargada de productos para alimentar a la familia. En la cesta de la compra abundaban los arenques, los oricios, los percebes y las navajas, antaño poco valorados.

Esta particular ruta comercial se convirtió durante años en parte de la rutina y de la forma de vida de Rogelia Freije. A partir de 1952, con el fin del racionamiento, el viaje perdió sentido , dado que ya era sencillo abastecerse de productos. Así que Freije abandonó este quehacer y se centró en su vida, vinculada siempre al campo.