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Xosé Miguel Suárez "Tapia" Escritor, ultima un trabajo sobre la Guerra Civil en el Occidente

“Aquí no hubo mucha guerra en sentido estricto, pero sí una represión sistemática”

“Hice la investigación con la sensación de que llegaba tarde; este trabajo se debería haber hecho hace décadas”

Suárez, en su casa de Tapia. T. Cascudo

El filólogo, escritor e investigador tapiego Xosé Miguel Suárez Fernández (Mántaras, 1965) está a punto de sacar a la luz un nuevo libro, en el que analiza las consecuencias de la Guerra Civil española en el occidente asturiano. Lleva por título “Como augua de torbón. Guerra civil y represión franquista nel estremo noroccidental d’Asturias” y compila infinidad de datos, fruto de seis años de ardua investigación. Como ejemplo está el listado de más de setecientas personas, entre fallecidos, presos y exiliados, que padecieron en carne propia la represión en los catorce concejos en los que centra su estudio: por el norte, entre San Tirso de Abres y Navia, y, por el sur, desde los Oscos hasta Illano y Villayón. Suárez, más conocido por su apodo “Tapia”, es un prolífico autor que tiene en su haber desde poesía a ensayos, además de firmar un buen número de traducciones y ocuparse de coordinar la revista literaria en gallego-asturiano “Trabatel”.

-Dice que el libro nació como un compromiso familiar, en concreto con su abuelo materno, que desapareció en 1936, a los 32 años. Cuente su historia.

-Se llamaba Jesús Fernández Pérez, era de Ca Freilán de Mántaras y trabajaba de albañil. Según parece, como hicieron otros obreros y labradores de la zona tras el golpe de Estado, debió de colaborar con las autoridades republicanas de Tapia para organizar el abastecimiento de productos de primera necesidad. Después de la llegada de las tropas sublevadas, no tuvo ningún problema, pero a mediados de noviembre de 1936, al ir a registrar al Ayuntamiento el nacimiento de mi madre, lo metieron preso. Las autoridades militares le pusieron una multa, que se pagó, pero aquella misma noche lo sacaron del depósito municipal. Su cuerpo nunca apareció. Mi abuela tenía 28 años y mi madre, 6 días.

-En 2014 se sumó a la conocida como “Querella Argentina”, la única causa abierta en el mundo que investiga los crímenes del franquismo. Lleva abierta más de una década. ¿En qué fase está y qué expectativas tiene al respecto?

-Fue muy emocionante poder presentar el caso de mi abuelo en el Consulado de Argentina en Madrid para sumarlo a la Querella. La Justicia y el Estado español nunca quisieron escuchar a las víctimas de la represión franquista y por fin encontré una Administración que me atendió, aunque fuera de otro país. En todos estos años se siguieron sumando más denuncias de todo el Estado y se consiguieron cosas importantes, como la petición de extradición del ministro Martín Villa, que está pendiente de resolver. De todas formas, lo verdaderamente importante sería que la Justicia y el Estado español asumieran la obligación que tienen de juzgar esos crímenes aquí. Hasta ahora, sobre todo se han dedicado a entorpecer las acciones iniciadas en Argentina.

-En la zona es frecuente escuchar eso de que “aquí no hubo guerra”, restando importancia a lo vivido por las generaciones afincadas en el territorio. ¿Hacen daño este tipo de afirmaciones? ¿Qué respondería?

-La respuesta es el libro y la documentación y los testimonios que lo avalan. Efectivamente, hubo poca guerra en el sentido estricto de la palabra porque poca resistencia pudieron ofrecer aquellas tropas de milicianos mal armados frente a una columna militar como la del comandante Ceano. En seis días, el Ejército rebelde cruzó los 46 kilómetros que separan Vegadeo de El Bao. Pero durante ese paso y sobre todo después de que las autoridades militares se hicieran con el control de la zona, se desató una represión sistemática con la colaboración de la Falange contra los elementos de izquierda, los famosos “paseos”, gente sacada de sus casas o de las cárceles municipales que aparecía al día siguiente en alguna cuneta a 30 o 40 kilómetros. Y también vinieron los consejos de guerra, primero en Lugo y, cuando cayó el frente norte, en Castropol, Luarca, Oviedo y Gijón. Auténticas pantomimas judiciales. Da escalofríos leer las causas militares. Chavales de 18 años fusilados por haber hecho un par de guardias en un cruce de carreteras con una escopeta de caza al hombro. Acusaciones de oídas, sin ninguna garantía judicial ni posibilidad de defensa. Esa es la guerra real que hubo en el extremo occidental: la guerra de la reacción contra la poca organización sindical y política de izquierdas que había en la zona. Unos 125 asesinados, unos 80 fusilados, otra treintena de muertos por hambre y enfermedades en las durísimas cárceles franquistas, medio centenar de milicianos que cayeron en combate defendiendo la República y cerca de 400 personas, seguro que más, que pasaron por prisión o por batallones disciplinarios, además de otro medio centenar de exiliados. Eso es al menos lo que yo pude localizar. Son todas víctimas nacidas o vecinas de la zona, pero a veces se nos olvida que las consecuencias también las sufrieron sus familias, que muchas vivieron en la miseria al faltar el sustento del padre.

-Empezando por su abuelo, el trabajo le ha servido para elaborar una lista de más de setecientos nombres de personas que padecieron las consecuencias del alzamiento. ¿Sigue faltando gente?

-Por testimonios orales, recogí bastantes casos de asesinatos que no figuraban en las bases de datos asturianas, pero seguro que faltan más. Incluso en los sumarios militares pude encontrar casos de “paseos” que de otra manera estaban condenados a ser olvidados para siempre porque fue gente que no dejó familia o con la que yo no pude contactar, claro. Aunque hablé con muchas personas que me informaron, alrededor de unas 150, siempre trabajé con la sensación de que llegaba tarde, cuando ya habían muerto muchos de los testigos directos. Este trabajo se debería haber hecho muchas décadas atrás, cuando el manto de silencio de la dictadura aún no había hecho olvidar esas historias de represión. Y en la etapa de la Transición, en vez de reivindicar el recuerdo de esa gente, se optó por mirar para otro lado. Así estamos ahora, con las cunetas y las fosas comunes llenas de personas sin identificar y con tantos nostálgicos defendiendo aquellos años de terror y falta de libertades. 

Suárez, en su casa. T. Cascudo

-¿Cuál fue la respuesta de las familias de las víctimas consultadas?

-Fue muy buena. Son historias que nada más se contaban en la intimidad familiar y les parece bien que por fin se conozcan. En muchos casos, los nietos no saben casi nada porque las viudas o los hijos nunca hablaron del tema. Tenían el miedo y el dolor tan interiorizados que el asunto nunca se trataba. Parece increíble, pero algunos aún tienen miedo a que pueda darse otra situación parecida a aquella. En un par de ocasiones también me encontré con familiares que me impidieron entrevistar a alguna persona. Por desgracia, hay gente que se sigue identificando con el franquismo y les incomoda que se investiguen los crímenes que hubo en la zona.

-¿Cómo de complejo es estudiar este periodo histórico?

-En el caso del extremo occidental de Asturias, me encontré con la dificultad de conocer el contexto histórico local. Apenas había nada investigado sobre la política y el sindicalismo de la zona en los años de la República, así que tuve que cubrir ese hueco acudiendo a hemerotecas, archivos y causas militares. Si te guías por las informaciones de algunos familiares, podríamos caer en la simplificación de pensar que la represión fue por rencillas personales entre vecinos. Al saber más de la política local, pude descubrir que aquel asesinado era concejal del Frente Popular o que aquel otro preso era miembro de la UGT o que aquel fusilado había pertenecido al comité de guerra de su concejo.

-Vayamos al detalle del libro. ¿Qué se encontrará el lector?

-Es difícil de resumir. ¡Tiene cerca de 800 páginas! Hay una primera parte donde explico la evolución política de los concejos que estudio y hago algunos apuntes sobre la historia de su sindicalismo agrario y obrero. Describo qué pasó en los quince días escasos que duraron en la zona los comités locales formados para defender la República, el avance de las tropas rebeldes de Ceano y los enfrentamientos que hubo, y después trato la represión posterior. Explico los “paseos” y hablo de las multas, la persecución económica, la represión contra las mujeres, los huidos y escondidos, los consejos de guerra, los campos de concentración que hubo aquí, la depuración de los maestros y otras profesiones... También recorro concejo a concejo y víctima a víctima todos los casos que pude localizar, aunque nada más sean unas líneas. La segunda parte del libro son biografías un poco más pormenorizadas de cien casos, alguno de ellos de familias enteras perseguidas.  

-¿Cuál era la situación sociopolítica de la zona cuando estalla la contienda y cómo quedó el territorio con el fin de la guerra? ¿El territorio tenía características diferenciadoras con respecto al resto de Asturias?

-Era un territorio eminentemente rural, pero con un movimiento sindical agrario incipiente y con villas que contaban con presencia del elemento obrero y fuerte implantación de la UGT y en menor medida de la CNT. El voto estaba muy mediatizado por los caciques locales del Partido Liberal Demócrata y la derecha ganó las elecciones de febrero de 1936. No hubo una historia previa en esos años que pudiera explicar la represión tan violenta como un ajuste de cuentas contra los elementos radicales, porque no los había. Los líderes eran “americanos” moderados de Izquierda Republicana y simples obreros y labradores sindicados que dieron un paso adelante para apoyar la República ante el golpe de Estado de los militares y la derecha.

-¿Qué fue lo que más le llamó la atención de toda la documentación consultada?

-Quizá los paripés documentales de las autoridades judiciales militares para disimular los paseos extrajudiciales. Siempre había oído hablar del Cangrexo, los falangistas que andaban por ahí matando gente, pero analizando la documentación sumarial constatas que entraban y salían de las cárceles con la connivencia de comandantes y jueces militares. Publico documentos donde, con días escasos de diferencia, notifican que se les “escaparon” presos durante los traslados y no pudieron dar con ellos. También es una enseñanza sobre la condición humana leer los informes de curas, falangistas, guardias civiles y “personas de orden” que llevaron al paredón o a la cárcel a tanta gente. 

-¿Qué pretende con este trabajo?

Quería cubrir una carencia evidente que existía en nuestra historia local. La mayoría no quiere o no se atreve a tratar el tema porque es incómodo y sigue generando tensión. Pero me parecía que era de justicia recordar la historia de aquellos centenares de personas del extremo occidental asturiano que pagaron con su vida, con la prisión o con sus propiedades el haberse resistido al golpe militar. Era gente hasta ahora anónima que se “significó” por querer mejorar la vida de sus vecinos y por soñar con un mundo más justo, pero los que figuran aún en muchas calles y monumentos son los que los mataron o los encarcelaron.

-¿Cuándo estará a la venta?

-Si nada se tuerce, espero que para el final del verano.

-Uno de sus trabajos anteriores, El Teatro Aldeano da Biblioteca Popular Circulante de Castripol. Historia, estudio y edición das obras (1929-1934), estuvo centrado en el origen de la biblioteca castropolense, hoy llamada Menéndez y Pelayo. Van a cumplirse cien años de la fundación de la BPC. ¿Qué supuso aquel proyecto bibliotecario que recibió alabanzas fuera y dentro de España por su singularidad?

-Bueno, en ese libro me centré sobre todo en su faceta de teatro popular, pero en un artículo anterior también había estudiado el proceso de incautación y depuración que sufrió la BPC por las autoridades franquistas. Fue una institución privada modélica animada por los principios de la Institución Libre de Enseñanza, todas esas ideas de libertad de pensamiento y democratización de la cultura que tanto asustaban a la Iglesia y a los sectores conservadores y que, después de triunfar el golpe militar, fueron perseguidas de raíz. Por eso las autoridades de la dictadura, cuando la reabrieron, le cambiaron el nombre por el de Menéndez y Pelayo, una figura reivindicada por el nacionalcatolicismo más reaccionario. Y por desgracia es el nombre que sigue teniendo en la actualidad después de más de 40 años de democracia. La BPC no hacía política, hacía difusión cultural, pero mucha gente de izquierdas vinculada a ella sí sufrió la represión. Presos y fusilados que aparecen en el libro también figuran en las asambleas de la BPC. Lo mismo pasó con gente vinculada al Ateneo Popular de Navia o a la BPC de Puerto de Vega. 

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