Llego a una caja de ahorros y tras larga cola -sólo un empleado en caja para atender un barrio- le entrego unos euros al bancario para que los meta en mi cuenta. «Tiene usted que ingresarlo a través de ese cajero automático. Nosotros ya no realizamos esa función», responde el cajero humano. «Es que no sé meterlo en esa máquina», le indico. «No se preocupe, es muy fácil», insiste. «A mí esos aparatos no se me dan bien. Siempre hago algo indebido y?». El empleado intenta escabullirse y dice: «Mire, es que tengo que atender a estas personas?». «De momento me está atendiendo a mí, ¿no?», señalo con tono algo desesperado. «Bien? Yo le enseño a ingresar el dinero en ese cajero», quiere terminar el bancario, pero le pregunto con cierta ironía «¿Puede mirar antes si la dirección del banco, que me cobra por todos los movimientos que efectúo en él, me ha metido en nómina, ya que voy a realizar un trabajo?».

No invento una escena teatral ni escribo un guión cinematográfico, ni siquiera es ciencia ficción lo que cuento. Es la realidad experimentada. Hasta aquí hemos llegado (de momento). Era ya problemático entrar en una agencia bancaria, pues en la puerta has de dejar «todo objeto metálico» (las monedas, ¿de qué son?). Hay sucursales con tan fuertes medidas de seguridad que falta poco para que te pidan que dejes en un cajetín, no solo monedero, llavero, mechero, teléfono móvil, el cinturón con hebilla?, sino también el clavo que te han puesto cuando te rompiste la cadera o la prótesis dental. Ahora más. Insisto, experiencia propia.

Pero no estoy aquí perorando solamente sobre bancos y otras oficinas similares. Días pasados le pedí al gasolinero que me llenaba el depósito del coche y que me mirase el estado de los neumáticos, porque emprendía viaje y necesitaba hacerlo con seguridad, pero el empleado me contestó que tenía que atender a otros clientes. Le señalé que aún me estaba atendiendo a mí, pero el hombre «se hizo el sueco» (con perdón de los cumplidores trabajadores nórdicos). Le pregunté entonces si aquello era una estación de servicio como indicaba el gran cartel o solo un surtidor de combustible, a lo que entonces puso cara de estar en el limbo. Y esto en una gasolinera con empleados, y no en un autoservicio. De estos vale más no hablar. Tampoco te meten en nómina.

Por cierto, en estos establecimientos no bajan los precios aunque se hayan ahorrado muchos puestos de trabajo, salarios, seguridad social, etcétera. Tampoco lo ha hecho el pescadero, que ya no te limpia gran parte del «género», ni hay personal de recepción en algunos ambulatorios, muchas reparaciones son «on line» a través de un 902 telefónico que te da instrucciones para que hagas tú la reparación? En fin, que la crisis no solamente ha generado despidos y supresión de puestos de trabajo. También ha hecho desaparecer obligaciones de ley. Así, vean lo último: llaman desde el portero automático al 6.º F. «Le traemos el lavavajillas que encargó», dicen desde el portal. «Les abro. Pueden subirlo en el ascensor», dice desde el 6.º una voz anciana. «Bajen ustedes a recogerlo. Se lo dejamos en el portal». Experiencias propias. ¡Que nos metan en nómina!