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Carmen Martínez Fortún

Cerebros diferentes

La teoría de que la gente de derechas frunce más el ceño

En 2014, investigadores de la Universidad de Pensilvania establecieron diferencias entre los cerebros masculino y femenino, concluyendo que ellas son mejores en procesamiento analítico e intuitivo y ellos en percepción y coordinación, mas en 2019 las científicas Rippon y Eliot defienden una idéntica estructura cerebral pues las disparidades se deben a la educación y la experiencia, no a algo intrínseco. Científicos como Ignacio Morgado Bernal mantienen la desigualdad debido a las influencias prenatales y postnatales de las hormonas sexuales, pero en todo caso, las diferencias son pequeñas y no se establecen ni en inteligencia superior o inferior ni justifican el predominio de un sexo sobre el otro. Dios me libre de pronunciarme sobre el número de sexos que hay hoy, misterio insondable que escapa a mi comprensión. Pero mantengo que los prejuicios sobre la forma de conducir, la sensibilidad, la agresividad o el espíritu de competencia, adjudicados a las personas según su condición masculina o femenina, acompañan en todo momento nuestra vida diaria.

Toda esta larga disquisición se me ocurre tras leer a Víctor Lapuente en un periódico muy prestigioso, que no solo informa sino que pretende sobre todo crear opinión. En él defiende que ninguna ideología es superior a otra, pero sí que, según estudios científicos que no cita, la gente de derechas frunce más el ceño y parpadea más. Así, como suena. Además, allí donde los conservadores ven, –vemos, pues me incluyo–, una amenaza, los progresistas –reparen que los amantes del progreso son de izquierdas, amigo mío– solo ven una oportunidad. Por eso la derecha prefiere el arte realista, la izquierda el abstracto y en las casas de los azules acumulan Ariel y calendarios mientras los rojillos almacenan libros.

Sería muy de agradecer que la defensa del diálogo y el respeto mutuo no se apoyara en argumentos tan absurdos como la posibilidad de que Hugh Grant sea de derechas por su constante aleteo ocular. Y que, bajo las buenas intenciones, no se defendiera la superioridad de unos cerebros sobre otros.

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