El proyecto de reordenación de los campus que busca ganar espacio para las facultades más saturadas, con la reubicación de unas sedes y el traslado de otras, y la oferta de nuevas titulaciones colocan a la Universidad en el centro del interés público asturiano. El plan del Rector ha soliviantado a parte de la comunidad educativa, y los alcaldes de las dos ciudades directamente implicadas, Oviedo y Mieres, agitan el hacha de guerra para plantarse ante los movimientos. Nada está cerrado de antemano, según los proponentes. Queda, pues, un arduo camino por delante para coser rotos y engranar divergencias. Pero solo una cosa no admite duda a estas alturas: el debate sobre la principal institución académica de la región era inaplazable. Y no primordialmente por una cuestión de edificios.

Sostienen los pedagogos que la Universidad debe estimular el riesgo y la audacia en la búsqueda de la verdad y, desde su libertad, incomodar e incordiar, nunca amoldarse a la corrección imperante. El equipo rectoral de Ignacio Villaverde tomó al pie de la letra la consigna porque no ha dejado a nadie indiferente con su remodelación de sedes. Que la institución necesita espacio sin esperar al desarrollo de futuras inversiones parece incuestionable. Que la mudanza puesta sobre la mesa es valiente y está pensada intentando aplicar algún criterio racional, también. Solo eso no garantiza el acierto. Pero algo hay que hacer. El tancredismo agranda los problemas, particularmente en esta tierra.

El plan adolece de realismo al huir de plazos y dinero para unos desalojos complejos. La inconcreción hasta suscitó escepticismo en los decanos que ganan espacio. La lógica interna de la decisión no fue compartida con los concernidos, un silencio llamativo para una operación de máximo calibre, y peca de ingenuidad en la conjugación de equilibrios, con noticias buenas y malas en cada campus para eludir señalar vencedores y vencidos.

A nadie puede sorprender que los alcaldes defiendan lo que consideran legítimas aspiraciones de sus concejos. Cada uno juega su papel, para eso los eligen los votantes. Si lo peor que le puede ocurrir a la Universidad es verse envuelta en el lodazal político, al hacer las cosas con sigilo y secretismo, sus responsables, sin pretenderlo, han proporcionado a las corporaciones hilo en abundancia para enredarse en la madeja. Aunque estamos ante una pescadilla que se muerde la cola, pues probablemente si el Rector descubre de antemano sus cartas quizá ni habría tenido la opción de plasmarlas en un programa estratégico.

Tocando por sorpresa algo tan simbólico para Oviedo como la Escuela de Minas, el incendio estaba garantizado. No tanto por aspectos cuantitativos difícilmente sostenibles, como el volumen de alumnos, sino por la historia y arraigo de la enseñanza y los frustrados intentos de desalojo anteriores. Y aunque los altavoces amplifican la polémica ahí, la migración de Medicina al HUCA, una cercanía natural, abre otro frente de complicaciones impredecibles.

Alfredo Canteli, el regidor ovetense por el PP, se enteró del cataclismo por WhatsApp durante un Pleno, al no poder Villaverde contactar por teléfono. Un fallo grueso para una puesta en escena llamada a cuidar con mimo las formas por lo delicado del asunto. Tampoco le falta razón al alcalde mierense, Aníbal Vázquez, de IU, al calificar su campus como moderno y desaprovechado. Fue una ocurrencia de los fondos mineros y desperdiciarlo ahora, una vez en funcionamiento, duplicaría el desatino. Anteriores dirigentes universitarios alentaron alegremente expectativas. Llenarlo a calzador nada arregla.

El ruido que genera el rompecabezas de edificios no puede desviar la atención de lo crucial: definir la institución académica que deseamos, ágil y adaptable, estable y flexible, para brillar en un mundo trepidante

Con ciudades separadas apenas por treinta kilómetros y buenas comunicaciones entre ellas, la ubicación física de unos estudios u otros importa menos que decidir sobre la calidad con que van a impartirse, la conveniencia de su despliegue o lo que aportan a los asturianos. El ruido y la furia que está generando el rompecabezas no puede desviar la atención de la cuestión crucial: definir la Universidad que deseamos, ágil y adaptable, estable y flexible, para brillar en un mundo trepidante. Que cuide su talento y atraiga el foráneo. Que articule su producción con los desafíos de la región. Que asuma protagonismo liderando los grandes temas, afirmando la identidad cultural propia y afianzando a sus graduados para competir en cualquier parte. Acuerdos como el anunciado esta semana con Harvard profundizan satisfactoriamente en esta perspectiva.

Escribió el leonés Gumersindo de Azcárate, hijo de gijonesa y admirador de Jovellanos, licenciado en Derecho en Oviedo, que la Universidad “ni es política, ni liberal, ni conservadora, ni escolástica... es científica”. Algo del método científico, de desproveer de subjetividad y pasión los análisis y formular hipótesis basadas en los datos y la experiencia, ayudaría a encauzar las discusiones que se avecinan. La de los metros cuadrados resulta casi accesoria. ¿Aparece la Universidad en las cuestiones decisivas para Asturias? Solo determinando con rigor su papel y lo que la sociedad espera de ella lograremos convertirla en motor del cambio, en la principal fábrica de Asturias. Y para eso lo trascedente es qué y para qué, no dónde.