Hace muchos años, porque tengo bastantes, me tocó sufrir con mi familia tal enfermedad, pues mis abuelos maternos la padecieron. Antes no tenía un nombre que la definiera, decían: "¡Están mal de la cabeza!"; y vaya si estaban. Mi abuela, ya mayor, así como mi abuelo, empezaron a padecerla con 70 años. Mi abuela era muy agresiva y difícil de llevar, murió hace 52 años con 84; mientras que mi abuelo murió seis meses después, aunque habiendo pasado un proceso diferente: era más tranquilo, pero en el momento en que la enfermedad se adueñaba de su mente era muy complicado.

Alguien se preguntará por qué después de tantos años recuerdo estas cosas, y esto es porque el 28 de mayo del presente año sufrí una grave caída y me rompí el peroné y una arista; cuatro semanas escayolada y en silla de ruedas, y ahora hasta que pueda quitarla llevo una bota hasta la rodilla que me permite andar con muletas sin apoyar mucho peso en la pierna lesionada. Yo necesitaba tener alguien en casa; gracias a Dios tengo a mi marido, pero no es suficiente.

Por suerte, conozco a una persona a la que quiero mucho y no dudé en recurrir a ella, que no lo pensó ni un momento y aceptó mi propuesta. Yo ya sabía que donde iba ella tenía que ir su marido, enfermo de Alzheimer, y aquí están los dos. Los va a buscar mi marido por la mañana, pues no viven en el mismo pueblo, y los lleva para su casa ya entrada la tarde.

Vienen cuando los necesito, que es con frecuencia; y mi marido siempre está pendiente del suyo, saliendo a tomar el aperitivo o a dar cortos paseos mientras ella, trabajadora y limpia al máximo, me hace las tareas de la casa y la comida. Aquí comemos los cuatro tranquilamente, y mientras su marido recuerda cosas de su niñez, de cuando jugaba al fútbol en la escuela, aprecia la comida o incluso duerme una pequeña siesta, pero siempre pegado a su mujer.

En algunas ocasiones, cuando la enfermedad se apodera de su mente, este hombre deja de ser persona y no hay nada ni nadie que lo controle. Su mujer, la pobre, intenta calmarlo en vano. Ella está muy sola y eso va minando su vida, pero no sé de dónde saca fuerzas para seguir luchando por él, porque con mis abuelos éramos cuatro en casa, pero ella está sola.

Comentaba yo con un familiar médico que tengo en el HUCA este caso, y me preguntaba si no tenían familia, a lo que yo contesté: "¿Y?". Posteriormente, mi familiar me llamó para decirme que había hablado con su neurólogo y le dijo que no sabía cómo en tan poco tiempo la enfermedad había alcanzado tanto. Esta dolencia no lleva al enfermo a la muerte, pero agota a la persona que está a su lado; tampoco es contagiosa y los investigadores dicen que se hereda por vía materna.

Por nuestra parte, saben que en esta casa siempre tendrán nuestro apoyo, además del de otras personas cercanas. Él tiene un amigo de la infancia que a veces, por semana, lo lleva unas horas de paseo para que su mujer tenga un poco de sosiego. Además, cuando su mujer tuvo que hacer unos trámites en Galicia, los acompañó y llevó una buena persona que los trató como nadie. A pesar de que ella quería pagar los gastos, él no aceptó, ya que no tienen una economía muy boyante, pues todos los meses pagan en la farmacia 200 euros por la medicación de su marido (visto con estos ojos que Dios me dio), a pesar de que no le sirve para nada. En referencia a la persona que los llevó a Galicia, ella dice que no vivirá el tiempo suficiente para agradecérselo.

Así que, personas que tenéis un enfermo en vuestras vidas, sabréis que no miento y que se necesita compañía para tener un poco de descanso. Viendo lo de este hombre, me doy cuenta de que con lo de mis abuelos, a pesar de todo, no fue tanto el sufrimiento que pasamos porque todos éramos como una piña. ¡Ánimo! Que seguro seguirán viniendo enfermedades peores, pero, por favor, lejos de nuestras vidas.