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Javier Gámez

Dimitiendo, que es gerundio

La marcha de Enrique Santiago del Gobierno

El término dimisión es poco conocido y valorado en el ámbito de la política de nuestro país, teniendo en cuenta que muchos de nuestros políticos se amarran bien al sillón cuando acceden a algún despacho o parcela de poder, y ya bien asentados en ese confortable espacio, ¿para qué levantarse? Hasta que llega quien está sentado en otro sillón, sin duda más elevado y confortable, y le "invita" a buscarse asiento en otro lugar…, pero, eso sí, en la mayoría de los casos, intentando que el nuevo asiento sea también cómodo y en donde encajen bien sus señoriales posaderas.

Estos últimos días nos llega la noticia del cese de Enrique Santiago como secretario de estado para la Agenda 2030, destituido por la ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra. Según las informaciones de los medios de comunicación, el cese se debe, fundamentalmente, al apoyo de Santiago a la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, a su vez enfrentada (eso sí, con una sonrisa) a la dirección de Podemos, partido en el que no milita, pero con el que forma coalición dentro del grupo (Unidas Podemos) que apoya y comparte con el PSOE las tareas de gobierno. Ha tenido que ser una "lucha intestina" (algo muy habitual en política) la que ha terminado por dejar a Enrique Santiago sin el sillón que ocupaba, porque los ceses vienen casi siempre a través del "fuego amigo". Sólo hay que recordar (principios de los años 50 del pasado siglo) a aquel joven diputado británico en Westminster, el cual, mirando a la bancada de enfrente, preguntaba al premier Winston Churchill: "Mi Lord, ¿aquellos de allí –laboristas– son nuestros enemigos". A lo que Churchill contestó: "No, aquellos son nuestros adversarios; nuestros enemigos están aquí detrás –conservadores, los del partido de ambos–". Desgraciadamente (para los británicos), el término dimisión también empieza a decaer en la robusta democracia británica actual (¿verdad, Mr. Johnson?).

Ahora bien, y volviendo al término dimisión del inicio, Enrique Santiago, antes de ser cesado por un rifirrafe interno, debería haber dimitido el pasado 26 de junio, cuando encabezó la manifestación y las protestas contra la OTAN y la cumbre que, auspiciada y organizada por el Gobierno de España (del que formaba parte por entonces), se celebraba en Madrid. Eso hubiera sido un acto de coherencia, porque es muy legítimo estar en contra de la Alianza Atlántica y acudir a la manifestación de protesta siendo coherente con sus ideas, pero hay una gran incoherencia que deslegitima lo anterior ante el hecho de formar parte de un Gobierno que organiza la cumbre y que muestra su decidido apoyo a la mencionada alianza militar. La coherencia (otro término poco valorado por nuestros políticos) no puede ser a elección del "consumidor" y según intereses: o se es coherente (valorable) o se es incoherente (rechazable), porque una pretendida coherencia a las 10h puede ser devaluada si se es incoherente a las 12h. Y sí, es bueno discrepar en una coalición de gobierno, pero en casos como éste, un asunto de Estado, un reflejo de donde se sitúa la política exterior del país, aquí, Sr. Santiago, la discrepancia sólo puede conducir a un lugar: la dimisión.

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