¿Cómo se vive cuando se trabaja en pobreza?

Corresponsabilidad para evitar que las personas pobres se culpen de su situación

José Antonio Llosa

José Antonio Llosa

"Cualquier empleo es preferible al desempleo". Un mantra caduco pero aferrado al sentir social. Uno que precisa destierro, definitivo y rápido, porque lo cierto es que no pocos puestos de trabajo acarrean efectos tan o más nocivos a la situación de desempleo. Muchos empleos, de aquellos que se aceptan porque no queda más remedio, puede que sirvan para pagar las facturas –algunas– pero, a cambio, se llevan la salud de quienes los practican. Ya sea la salud física, la psicológica, la social o todas al unísono. No presentamos una retórica conceptual, sino una reflexión fruto de la evidencia científica. En nuestro caso, en la Universidad, llevamos unos años analizando de manera cercana el fenómeno del empleo en pobreza: personas que, incluso con un trabajo formal, no logran ingresos superiores al umbral mínimo. Es una de las formas más claras y objetivas de precariedad, y un suelo en la calidad del mercado laboral que dice la Organización Internacional del Trabajo que está al alza.

La Unión Europea calcula que cerca del 9% de la masa laboral europea se halla bajo el umbral de pobreza. En España, la crisis económica de 2008 dio un empujón a este índice que, desde entonces –han pasado ya 15 años–, oscila entre el 10% y el 13%. Por tanto, más de uno de cada diez trabajadores en España hoy es trabajador pobre.

La primera vez que en nuestro trabajo de investigación analizamos el empleo en pobreza pusimos a prueba el mantra que mencionamos en la revista "Athenea Digital". Observamos lo evidente: las personas con empleos de calidad reflejaban un estado de salud mental claramente más deseable que aquellas en situación de desempleo. Sin embargo, cuando el análisis se circunscribía a empleados en pobreza las diferencias desaparecían: ni necesariamente disponían de más ingresos que las personas desempleadas, ni tampoco reflejaban un mejor estado de salud mental. Únicamente trabajaban porque no tenían más remedio o simplemente no sabían qué más podían hacer. Esta última posibilidad nos resultó la hipótesis más relevante porque sabemos que las personas siempre se enfrentan a los problemas. Puede que no de la manera adecuada, pero el impulso se dirige a la búsqueda soluciones. La situación verdaderamente compleja acontece justo después, cuando el enfrentamiento es vano y el desánimo se apodera.

Al estudiar las causas de este deterioro entre las personas pobres hallamos un factor determinante en el sentimiento de culpa, autocrítica o sensación de fracaso ante el hecho de acceder a un empleo precario. Parece un sinsentido, en tanto que tratamos una precariedad laboral estructural, que afecta a una proporción reseñable de la población. Sin embargo, los mensajes de éxito y expectativas en los que las personas se desarrollan socialmente generan frecuentemente entre quienes se encuentran en los márgenes sociales esta sensación. Adela Cortina lo definió como aporofobia, lo que no es más que desdén frente al pobre porque no vale nada. Un prejuicio, un estigma. Está probado que el estigma no únicamente condiciona la imagen de quien lo padece ante el resto, sino que se interioriza y es el modo en el que la persona discriminada termina por comprenderse. Con esta certeza, llegamos a la tercera y última parte de nuestro estudio: ¿qué papel juega el entorno, el resto de las personas, cuando se atraviesa una situación de pobreza laboral?

La vocación de nuestra investigación es aplicada, por lo que indagamos en la raíz del problema para hallar soluciones. En este caso, la mencionada autocrítica claramente se corregía con el incremento de apoyo social. Las redes sociales, familiares, el apoyo en las comunidades próximas precisan ser espacios de solidaridad y corresponsabilidad para evitar la culpabilización de quienes experimentan pobreza y buscar soluciones estructurales que favorezcan la inclusión social. Esta es, en última instancia, la aportación de la Educación Social: generar vínculos, convivencia y apoyo para que las personas situadas en la exclusión logren salir de ella y no sean expulsadas de manera cada vez más rotunda.

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